¿Cuántos maestros del espíritu?

¿Cuántos maestros del espíritu?

 

“¡Cuántas lluvias de largueza han caído para que el mar distribuyera perlas! ¡Cuántos soles de generosidad han brillado para que la nubes y el mar aprendieran a ser tan espléndidos!” (1)

La gran riqueza de las tradiciones y de los maestros de la historia de la humanidad no reside ni en sus creencias ni en sus doctrinas, reside en el agua y el sol. El agua de la gracia y el sol de la sabiduría.

La enseñanza de los grandes es sencilla y clara. Nos enseñan a no ser en la presencia de “el que es” y a reconocerle.

La imagen y la forma son obstáculo para reconocerle.

Su don y su sabor lo destruyen todo.

“Sólo los rotos ganan el favor del rey” (2)

 

Elevamos hasta los cielos a los maestros para podernos agarrar a ellos, para que nos salven.

Así evitamos afrontar la ruina de nuestro yo, el lugar en el que está el tesoro.

Pero los maestros no son agarradero sino provocadores de iniciativa y autonomía.

Pretendemos que los maestros abran las ventanas de nuestra casa para poder continuar en ella, para tenerla iluminada. Así se nos hace amable y podemos permanecer vivos en ella, evitando la ruina.

Los maestros incitan a pasar de la tierra al mar, de la forma a la no forma. El mar es la aniquilación, para despertar a “lo que es”.

Los maestros no incitan a ligar a su persona sino a lo “sin forma” que hay en ellos, que es nuestro propio “sin forma”.      ( pgs. 32-33)

“Al que es” sólo le puedo ofrecer un espejo. El espejo del Ser es el no-ser

¿Qué podemos ofrecer los humanos “al que es”, a lo único que realmente es?

¿Qué podemos ofrecer que Él no posea, que Él no sea?

 

Sólo podemos ofrecerle un espejo para que en Él pueda ver su bello rostro.

El espejo sólo puede ser la pureza vacía de nuestro corazón y de nuestra mente.

Nuestro corazón y mente, vacíos por el profundo silencio interior, es el lugar en el que Él se mira.

Cuando Él se ve en mí, puede acordarse de mí, porque me da realidad; la suya.

Sólo se puede ver a Él en mí; así puede acordarse de mí, porque ¿qué hay en mí si no Él?

Así soy imperecedero, porque en mí, fuera de Él no hay nada,

En mí sólo está su rostro, y ese es imperecedero.

Mi corazón y mi alma no son nada para darlas en ofrenda. Si mi pecho no es su espejo, ¿qué realidad voy a ofrecer?

En mí no hay nadie, sólo hay o su rostro velado por mi necedad, o su rostro patente en mi corazón limpio.

¿Cómo puede pensar Él en lo que es nada? Sólo puede mirar, sin ojos, lo que claramente es Él.

¿Abandona Él a los que, creyéndose alguien, cubren su rostro y muestran su propia nada?

No, porque también bajo el velo sucio de la ignorancia está su rostro.

 

¿Cuál es el espejo de ser? El no-ser.

Dice Rûmî:

Trae no-ser como tu regalo, si no eres un necio. El ser sólo se puede ver en el no ser. (3)

El ser sólo puede verse cuando se es capaz de reconocer el propio no-ser.

Reconocer el propio no-ser es la única y verdadera ofrenda que podemos hacer a Dios, porque es arrancar el velo de la ignorancia de nuestro propio rostro para que aparezca lo único que en nosotros es, Él, su rostro.

 

¿Qué es mi nada, en concreto, para que pueda ofrecerla?

La enfermedad del espíritu, la bajeza de mi sucio metal.

Mis defectos y carencias son la patencia de mi nada, muestran mi no-ser, no mi pecado.

Mis defectos reconocidos y asumidos, mi condición pequeña y rastrera, es el espejo en el que brilla su gloria.

El reconocimiento de mi nada, en todo lo concreto de mi vida, es su espejo. ¿No es eso un consuelo y un don?

El silencio de todos mis reclamos, como si fuera alguien, y la comprensión de mi nada a través de mis omisiones y bajezas, es su espejo.

El que reconoce sus miserias, limpia su pecho para que le refleje.

El que se cree ser alguien o poseer algo en su cuerpo o en su espíritu echa sobre su corazón y su mente un espeso y negro vaho que hace Su rostro irreconocible. La limpieza del corazón viene por la luz, no por el arrepentimiento.

Desangra tu autocomplacencia hasta que empalidezca y muera.

No te sientas mejor que nadie si no quieres asemejarte a Satán que se creyó mejor que Adán.

Quien se cree mejor que quienquiera que sea, es peor que quienquiera que sea, por baja que sea su condición.

 

Aunque haya inmundicia en tu fondo, y la hay, por poco agua clara que tengas en la superficie, reflejarás, aunque sea levemente, su rostro.

Los maestros del espíritu te ayudarán a drenar tu inmundicia. Si tú lo intentas, lo único que harás es remover los fondos y enturbiar el agua.

El maestro, desde fuera iluminará la oscuridad de tus estados espirituales.

¿Cómo?

Reflejando nítidamente el rostro de Dios. Haciéndolo, te muestra tu propia realidad y drena, con ello, tus inmundicias, que son siempre las consecuencias de creerse alguien otro que Él.

El rostro del maestro, que es la faz de Dios, limpiará las inmundicias que llevas a la espalda.

La luz del maestro es como un rayo que abrasa los supuestos de tu ignorancia, esos supuestos, que por desconocidos para ti, los llevas a la espalda.    

 

Fuente: CANTOS DE ETERNIDAD: la sabiduría de Rûmî en el Mathnawî, Marià Corbí, Bubok Publishing S.L .Barcelona

www.islamoriente.com

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