Cuerpo espiritual y Tierra celeste (Prólogo segunda parte)

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Cuerpo espiritual y Tierra celeste (Prólogo segunda parte)

Y si es esto, entre otras cosas, lo que motiva el uso del término "esoterismo", es porque las polémicas que enfrentaron en Occidente a creyentes y no creyentes tuvieron lugar en un nivel de conocimiento que ni los unos ni los otros lograron abandonar. Se enfrentaron, por ejemplo, por los milagros narrados en el Nuevo Testamento, unos por admitirlos, los otros por rechazar la posibilidad de una "ruptura de las leyes naturales". El dilema estribaba en fe y falta de fe: historia o mito. Hubiera sido necesario admitir que el primer y supremo milagro es la irrupción de otro mundo en nuestro conocimiento, irrupción que desgarra el entramado de nuestras categorías y de sus necesidades, de nuestras evidencias y de sus normas. Pero debe quedar claro que al referirnos a ese otro mundo aludimos a un mundo que no puede percibirse a través del órgano de conocimiento común, ni puede demostrarse o rechazarse a través de la argumentación común: un mundo tan distinto que no puede verlo ni percibirlo más que el órgano de una percepción " hūrqalyāna".

Ese otro mundo, con el modo de conocimiento que implica, es el que veremos aquí pensado incansablemente a lo largo de los siglos como "mundo de Hūrqalyā". Es la "Tierra de las visiones", la Tierra que ofrece su verdad a las apercepciones visionarias, y es el mundo a través del cual se lleva a cabo la resurrección; esto es lo que repetirán, haciendo eco, todos nuestros autores. Es, en efecto, el mundo donde "tienen lugar" los acontecimientos espirituales reales, pero reales de una realidad que no es la del mundo físico, ni la que cuentan las crónicas y con la que se "hace la historia", porque aquí el acontecimiento trasciende toda la materialización histórica.

Es un mundo "externo", que no es el mundo físico, un mundo que nos enseña que se puede salir del espacio sensible sin salir sin embargo de sus límites, y que hay que salir del tiempo homogéneo de la cronología para entrar en el tiempo cualitativo que es la historia del alma. Es también el mundo en el que se percibe el sentido espiritual de los textos y de los seres, es decir, su dimensión suprasensible, ese sentido que nos aparece con frecuencia como una extrapolación arbitraria, porque lo confundimos con la alegoría.

La "Tierra de Hūrqalyā" es inaccesible tanto a las abstracciones racionales como a las materializaciones empíricas; es el lugar en el que cuerpo y espíritu se funden, el lugar en el que el espíritu toma cuerpo como un caro spiritualis, "corporeidad espiritual". No es perceptible con los ojos de carne del cuerpo perecedero, sino con los sentidos del cuerpo espiritual o cuerpo sutil, que nuestros autores designan como los "sentidos del más allá", los "sentidos hūrqalyāvī". Todo lo que proponen aquí nuestros autores va tal vez a contracorriente de las modas de pensamiento de nuestra época, y corre el riesgo de no ser comprendido en absoluto. Sin embargo, podríamos encontrar hermanos espirituales entre aquellos a quienes se ha llamado Espirituales del protestantismo: Schwenckfeld, Boehme, el círculo de Berleburg, Oetinger, etc., y que también han tenido sus seguidores hasta nuestros días.

Pero tenemos que matizar lo siguiente: no hemos pretendido presentar la historia de un tema, considerado bajo sus dos aspectos complementarios, del Irán mazdeísta al Irán chiíta, y más concretamente esa Escuela šaijī sobre la que llamaremos la atención en algunas páginas, porque pretendemos dedicarle en otro lugar el extenso estudio que se merece. Si tratamos de ver las cosas que se nos proponen aquí siguiendo la dimensión histórica que nos es habitual, estamos falseando las perspectivas con la mejor voluntad del mundo, ya que nuestra percepción histórica, evolutiva y lineal, es el resultado de una construcción mental unidimensional. Se aplica para determinar las causas inmanentes a ese plano único; explica por reducción de lo mismo a lo mismo; evoluciona en un espacio y un tiempo homogéneos en los que sitúa los acontecimientos.

Las perspectivas de nuestros autores son diferentes: ofrecen varios niveles de proyección. El tiempo pasa en forma de ciclo: los seres y los acontecimientos sitúan por sí mismos cualitativamente su espacio y su tiempo. A partir de ahí hay que aferrarse a las estructuras y a las homologías de estructura; lo que hay que deducir es la ley de su isomorfismo. Por el contrario, las discusiones que tienen lugar en el plano del historicismo puro son casi siempre irritantes y estériles, puesto que se choca siempre con una réplica posible. Se discute, por ejemplo, si el chiísmo es un fenómeno iraní o no. Hay en todo caso un chiísmo de estructura específicamente iraní. No se trata de etiquetar objetos de escaparate, ni de identificar fotografías, sino de un modo de comprender que hemos definido como una progressio harmonica. Todo músico lo comprenderá enseguida, y también todo gestaltista.

Por ejemplo: en el mazdeísmo se encuentra el Var de Yima, el “paraíso hiperbóreo”, y en el sufismo y en el chiísmo la Tierra de Hūrqalyā, también en el extremo norte celeste. En el mazdeísmo existe la indicación de una fisiología mística, y en el šayjismo se da su extraordinario desarrollo. En el mazdeísmo y en Suhrawardī aparecen los Ángeles de la Tierra, con Spenta Armaiti y Daēnā, figuras de la Sofía eterna, y en la gnosis chiíta existe la persona de luz de Fátima, la hija del Profeta, figura a su vez de la Sofía y de la Tierra supraceleste. En el mazdeísmo existe el Saoshyant o futuro Salvador, rodeado de sus compañeros, y en el chiísmo existe el Imam oculto, rodeado de una caballería mística, cuya parusía anunciará la consumación de nuestro Aion. La secuencia de estos elementos preludia la curva del presente libro. No obstante, que no se nos haga decir que hay identidad entre esto y aquello pura y simplemente. No hay identidad de términos, sino analogía de relaciones. Como las figuras representan los mismos arquetipos, su identidad radica en la función que asumen en el seno de conjuntos homologables.

 

Avanzar de una octava a la octava superior es hacer algo distinto a pasar de una fecha histórica a otra, es pasar a una altura cualitativamente diferente. Se han cambiado todos los elementos y sin embargo la forma de la melodía es la misma. Se requiere algo semejante a una percepción armónica para percibir un mundo pluridimensional.

Un filósofo a quien explicábamos el concepto y la función del mundo de Hūrqalyā en nuestros autores observó: “Luego ¿toda fenomenología del espíritu se realiza en Hūrqalyā?”. Parece ser que hay algo así. Pero hagamos también esta observación: generalmente discutimos sobre los acontecimientos del pasado situándolos en la dimensión del pasado, sin lograr ponernos de acuerdo sobre su naturaleza ni su significado. Nuestros autores nos sugieren que si el pasado fuera realmente lo que nosotros creemos, si estuviera acabado y cerrado, no daría lugar a tantas discusiones vehementes. Nos sugieren que todos nuestros actos para comprender son otros tantos comienzos, iteraciones de acontecimientos siempre inacabados. Cada uno de nosotros, volens nolens, es autor de acontecimientos en Hūrqalyā, tanto si abortan como si fructifican en su paraíso o en su infierno. Creemos contemplar el pasado y lo inmutable cuando sin embargo estamos consumiendo nuestro propio futuro.

Nuestros autores nos demostrarán que toda una región de Hūrqalyā está poblada, post mortem, por nuestros imperativos y nuestros deseos, es decir, por lo que constituye el sentido mismo tanto de nuestros actos como de nuestros comportamientos.

Toda la metafísica subyacente es también la de una incesante recurrencia de la Creación (taŷaddud): no es una metafísica ni en el ens ni en el ese, sino en el Esto del ser en imperativo. Pero el acontecimiento se pone o vuelve a poner en imperativo porque él mismo es la forma iterativa del ser que lo promueve a la realidad del acontecimiento. Tal vez entonces se comprenda toda la gravedad del acontecimiento espiritual y del sentido espiritual de los acontecimientos “percibidos en Hūrqalyā”, cuando por fin la conciencia encuentre al Donante de sus datos. Todo es extraño, dicen nuestros autores, cuando se aborda esta Tierra en la que lo Imposible se lleva a cabo de hecho. Todas nuestras construcciones mentales, todos nuestros imperativos y todos nuestros deseos, incluso el amor más consustancial a nuestro ser, todo ello no sería más que una metáfora sin el intermundo de Hūrqalyā, un mundo donde, de alguna manera, nuestros símbolos se toman al pie de la letra.

Fuente: Henry Corbin, Cuerpo espiritual y Tierra celeste, Del Irán mazdeísta al Irán chiíta

Traducción de Ana Cristina Crespo, Editorial Siruela 2006

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