El mercader necio

El mercader necio

Topé con un mercader que tenía ciento cincuenta camellos cargados y cuarenta esclavos como sirvientes. Una noche, en la isla de Kish, me llevó hasta su aposento. No descansó en toda la noche, pues estuvo profiriendo desatinos como: «Tengo un almacén en el Turquestán, tal mercancía se encuentra en la India, esto es el pagaré de tales tierras, este otro de tal género y este documento es de tal aval». Algunas veces decía: «Me gustaría viajar a Alejandría pues tiene un clima agradable». Para continuar: «No, que el mar del Magreb está muy agitado. ¡Oh, Sa’dí! Tengo a la vista un viaje que, si lo hago, pasaré el resto de mis días retirado».

Le pregunté: «¿Cuál es ese viaje?». Respondió: «Llevaré azufre persa a China, pues he oído decir que allí tiene un elevado precio; de allí partiré hacia Bizancio con porcelana china, de Bizancio iré a la India cargado con brocados, de la India llevaré acero a Alepo, de Alepo llevaré espejos al Yemen y del Yemen llevaré mantos yemeníes a Persia. Después de esto, abandonaré el comercio y pondré una tienda». A decir verdad, dijo tantos absurdos que ya no le quedó ninguno por decir. Luego dijo: « ¡Oh, Sa’dí! Cuenta tú también algo de lo que has visto o escuchado». Dije:

Que en el desierto de Ghur oí contar que a un señor se le cayó la carga de su asno.

Dijo: «Las estrechas miras del mundano acaban llenando su tumba o su saciedad».

 

Fuente: Sa’dí al‐Shirazí, Golestán (La rosaleda), Editorial El Cobre

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Tipo de texto: 
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