Historia del monasterio

Autor: 

HISTORIA DEL MONASTERIO

"Sabed que he permanecido mucho tiempo en los Santos Lugares, en compañía de hombres piadosos e ilustres, y vivía muy modesta­mente, sometiéndome a ellos, pues Alah el Altísimo me ha concedido el don de la humildad y la renunciación. Y hasta pensaba pasar el resto de mis días de la misma manera entre la tranquilidad y el cumpli­miento de los deberes piadosos y la paz de una vida sin incidentes. Pero no contaba con el Destino.

"Una noche llegué a orillas del mar, que hasta entonces no había visto nunca, y sentí una fuerza irresistible que me impulsaba a andar por encima del agua. Me lancé a ello resueltamente, y con gran asom­bro mío me sostenía sobre el agua, sin hundirme y sin mojarme si­quiera los pies desnudos. Y así estuve paseando por el mar, durante largo rato, después de lo cual me volví a la orilla. Entonces, maravi­llado de aquel don sobrenatural que poseía sin saberlo, me enorgulle­cí, y pensé: "¿Quién como yo puede andar por encima del agua? Apenas había formulado este pensamiento, Alah me castigó por mi orgullo, poniendo en mi corazón la afición a viajar. Y dejé los Santos Lugares. Y desde entonces vagué de aquí para allá, por toda la super­ficie de la tierra.

"Y hete aquí que un día en que viajaba por el país de los rumís, cumpliendo rigurosamente los deberes de nuestra santa religión, llegué a una alta montaña, en cuya cumbre hay un monasterio cristiano, que estaba bajo la guardia de un monje. Había yo conocido a este monje en los Santos Lugares, y se llamaba Matruna. Así es que apenas me hubo visto, acudió respetuosamente a mi encuentro, y me invitó a descansar. Pero el miserable maquinaba mi perdición, pues cuando entré en el monasterio me hizo seguir una larga galería, al final de la cual se abría una puerta en la oscuridad. Y de pronto me empujó al fondo de aquella oscuridad, tiró de la puerta y me encerró. Y me dejó allí cuarenta días sin darme de comer ni beber, queriendo ma­tarme de hambre, por odio a mi religión.

"Mientras tanto llegó al monasterio de visita extraordinaria el general de los monjes que, según costumbre, iba acompañado de un séquito de diez monjes muy jóvenes y muy lindos, y de una muchacha tan hermosa como los diez monjes. Y esta muchacha iba vestida con un hábito de monje que le apretaba la cintura y hacía resaltar sus ca­deras y sus pechos. Sólo Alah sabe los horrores que perpetraba aquel jefe de monjes con aquella muchacha, que se llamaba Tamacil, y con sus compañeros los monjes jóvenes.

"El monje Matruna contó a su jefe mi encarcelamiento y mi tor­tura de cuarenta días de hambre. Y el jefe de los monjes, que se llama Dequianos, le mandó que abriera la puerta y que sacara mis huesos para tirarlos. Y decía: "¡Ese musulmán debe estar hecho a estas horas un esqueleto tan descarnado, que ni siquiera las aves de rapiña se querrán acercar a él!"

Entonces Matruna y los demás monjes abrieron la puerta, y me encontraron de rodillas, en actitud de rezar. Y al ver­me, el fraile Matruna exclamó: "¡Ah, qué maldito brujo! ¡Rompámosle los huesos!" Y todos se me echaron encima a palos y latigazos, de tal manera, que creí perecer. Y entonces comprendí que Alah me hacía sufrir aquellas pruebas para castigarme por mi vanidad pasada, pues me había hinchado de orgullo al ver que andaba sobre el agua, cuando no era más que un instrumento en manos del Altísimo.

"El caso es que cuando el monje Matruna y los otros jóvenes, hijos de perra, me hubieron puesto en aquel estado, me encadenaron y me volvieron a arrojar al subterráneo oscuro. Y allí habría muerto de hambre, si Alah no hubiera querido tocar en el corazón a la joven Tamacil, que vino secretamente a darme un pan de cebada y un cánta­ro de agua durante todo el tiempo que el general de los monjes estuvo en el monasterio. Y estuvo mucho tiempo allí, porque se encontraba tan a gusto que acabó por escogerlo como residencia habitual, y cuan­do se veía obligado a abandonarlo, dejaba en el monasterio a la joven Tamacil, guardada por el monje Matruna.

"De esta suerte permanecí encerrado allí durante cinco años. La joven Tamacil adquirió todo el esplendor de su hermosura y superaba a las muchachas más bellas de su tiempo. Y os puedo asegurar que ni en nuestro país ni en el país de los rumís hay otra igual. Pero no es ésta la única joya que encierra aquel monasterio: se han hacinado en él tesoros innumerables en oro, plata, alhajas y riquezas de todas cla­ses, que superan a cualquier cálculo. Así es que debíais asaltar el mo­nasterio y apoderaros de la joven y de los tesoros. Yo os serviré de guía para abriros los escondrijos y los armarios, especialmente el gran armario del general de los monjes, que es el que encierra las más her­mosas vasijas de oro cincelado. Y os entregaré además esa maravilla digna de los reyes llamada Tamacil, que, además de su belleza, posee el don del canto,y conoce todas las canciones de las ciudades y de los beduínos. Y os hará pasar días luminosos, y noches de azúcar y de bendición.

"En cuanto a mi salvación del subterráneo, ya os han contado esos mercaderes cómo expusieron su vida para sacarme de entre las manos de aquellos cristianos, ¡maldígalos Alah, a ellos y a su poste­ridad hasta el día del Juicio!"

Los dos hermanos, al oír esta historia, se alegraron hasta el lími­te de la alegría, pensando en todo aquello de que iban a apoderarse, singularmente en la joven Tamacil, de la cual decía la anciana que a pesar de su juventud era maestra en el arte de los placeres. Pero el visir Dandán había escuchado esta historia con mucha desconfianza, y si no se había levantado y se había ido, fué por respeto a los dos reyes, pues las palabras de aquel asceta extraño estaban muy lejos de convencerle. Pero de todos modos se calló, y no quiso decir nada por temor de engañarse.

Daul'makán quería salir inmediatamente a la cabeza de su ejér­cito, pero la Madre de todas las Calamidades le disuadió, diciéndole: "Temo que Dequianos, el general de los frailes, se asuste al ver tanto soldado, y se escape del monasterio llevándose a la joven". Entonces Daul'makán mandó llamar al gran chambelán, al emir Rustem y al emir Bahramán, y les dijo: "Mañana, apenas amanezca, marcharéis contra Constantinia, donde no tardaremos en unirnos con vosotros. Tú, ¡oh gran chambelán! te encargarás del mando del ejército en lu­gar mío; tú, Rustem, sustituirás a mi hermano Scharkán; y tú, Bahra­mán, reemplazarás al gran visir. Y sobre todo, cuidad de que el ejér­cito no sepa que estamos ausentes, pues nuestra ausencia no durará más que tres días".

Entonces Daul'makán, Scharkán y el visir eligieron cien guerreros entre los más valerosos y cien mulos cargados de ca­jones vacíos destinados a encerrar los tesoros del monasterio. Y lle­vando al frente a la Madre de todas las Calamidades, la maldita vieja a quien seguían tomando por un asceta amado de Alah, emprendieron el camino del monasterio.

 

Fuente: Las Mil y Una Noche, Traduccion Salvador Pena

www.islamoriente.com

Tipo de texto: 
Share/Save