La cantante

Este es el gran show

en el estacionamiento

del Tigris y el Eufrates;

 

el sol es más atroz

que un taciturno tigre

con el alma enamorada;

 

las voces hablan inglés

y piden feroces una balada,

un cántico y un rock.

 

Los vendedores de helado

ya arrastran

sus obscenos

carros verduscos;

las aeronaves impetuosas,

vehementes

afinan

sus afiladas guitarras,

los buques

su desmesurada percusión.

 

 Interpretarán:

‘Estratagemas’,

‘Ardides’

y su último hit:

‘Crímenes de guerra’.

 

Los altavoces

dejan aflorar su bullicio,

la multitud enloquece:

la cantante ha llegado en autoBúsh

 

y con estereofónica mente fría

fríamente iconoclasta

baja

-la multitud naufraga

en la borrasca

de su indómita presencia-

 

y como un canario

que dispersa nubes y arco iris

sube delicada

-casi frágil-

al nido: su escenario.

 

Formidable saluda,

suenan los ardientes violines,

hay gritos de pavura,

púrpuras jornadas vaticina.

 

La cantante con una gracia

que espanta

baila cadenciosamente

en ese horizonte

empapado de alcanfor;

 

el zapateo

de sus zuecos de caoba

es una erizante sonatina:

ama el alcanfor

también la caoba ama.

 

Es el génesis

de su votivo concierto

en el estacionamiento

del Tigris y el Eufrates,

 

canta,

relampaguean

las súplicas de la multitud;

en el proscenio

hay muchos féretros;

 

sigue cantando,

pone en tela de juicio

los modos de expresión

tradicionales;

 

canta,

no se detiene;

viste un blue jeans negro,

 

sigue,

canta un blues azul,

un jazz,

un bossa-nova más,

 

Esta es la cantante

luciendo

su espléndido vestido

de 'democracia':

 

su nombre

es

La Muerte

y quiere barrernos

a todos

con su guadaña.

 

Fuente: El Corazón en la Revolución, Mustafa Al-Salvadori, Editorial Elhame Shargh, Fundación Cultural Oriente, www.islamoriente.com

Tipo de poesía: 
Tipo de texto: 
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