Brilló una estrella y en la luna de este círculo se mudó,
y fue afabilidad y compañía para nuestro desbocado corazón.
Mi amada, que no escribió línea
alguna ni fue al colegio,
por la agudeza de sus ojos se convirtió en maestra de maestros.
Por su olor, el transido corazón de los amantes, tal viento matutino,
se tornó ofrenda a los ojos del narciso y al rostro del junquillo.
Ahora en el puesto más alto me hace sentar el amigo:
el mendigo de ia urbe se convierte en cabeza de este círculo.
Desde hoy habitable será del rapto amoroso la morada,
pues su arquitecto es el arco de las cejas de mi amada.
Límpiame, por Dios, las gotas de vino de los labios,
puesto que a mi mente incitan a cometer mil pecados.
Tu gracia sirvió a ios mísdcos semejante vino
que tornó necia a la ciencia e insensible al juicio.