Poesía

Las carreras del dolor

Ponte en marcha, si aún es posible ir. 
Llévate la blancura de las paredes, el cobre de los potes y los silencios del paseo en las avenidas. Llévate los visitantes del aburrimiento, los deseos ciegos y el dinero artificial de las risas. Me he curado de mi tristeza y he enterrado sus cenizas en la grava.
La rechacé y la sepulté en las piedras. Curado de mi esperanza de curarme, la llevo en mí como una inflamación del cerebro o una hinchazón de los párpados. 
Me he curado de tu amor. Ahora puedo vivir.

Cristo y el cántaro de agua

Jesús bebió el agua de un riachuelo límpido cuyo gusto era más agradable que el del agua de rosa. Por su parte, alguien llenó su cántaro de esta agua y se retiró. Jesús bebió entonces un trago del agua de este cántaro y continuó su camino; pero esta vez encontró amarga el agua y se paró asombrado. "Dios mío -dijo-, el agua del riachuelo y el agua del cántaro son iguales; descúbreme, pues, el misterio de esta diferencia de gusto. ¿Por qué el agua del cántaro es tan amarga y la otra más dulce que la miel?" El cántaro entonces dejó oír estas palabras a Jesús: "Yo soy un viejo -le dijo-. He sido trabajado mil vecesbajo el firmamento de las nueve cúpulas. Por más que me trabajaran aún de mil formas, siempre tendría en mí la amargura de la muerte. Esta existe en mí de tal forma que el agua que contengo no podría ser dulce".

¡Oh hombre despreocupado! penetra al fin el misterio de este cántaro y no te vuelvas en adelante cántaro por negligencia. Tú te has perdido a ti mismo, ¡oh tú que buscas el misterio! Intenta descubrirlo antes de que la vida te sea arrebatada; pues si estando vivo no lo encuentras por ti mismo, ¿cómo conocerás cuando mueras el secreto de tu existencia? Durante la vida, no puedes conocerte y, a tu muerte, no hay huella de tu existencia. Vivo, te has quedado detrás; muerto, te has perdido. Has

participado en la vida de los hombres y, sin embargo, verdaderamente no eres un hombre. Millares de velos cubren los ojos de este derviche: ¿cómo, pues, se encontrará a él mismo?

Las tablas del pecho de Hafez

La dulzura de unos ojos negros ha poseído mi mente.

Es un decreto celeste que ya nada cambiará.

Fue mi prístino designio esa rebelde locura, y no se me encomendó otro cometido.

Adondequiera que se dirija e! destino, ni aumenta ni disminuye.

¡Oh centinela!, por él. Suspiro de la flauta y del tambor, concédenos el perdón:

que las normas de ia íe no quebrantará esta historia.

El vino granate y e! refugio y el amigo de la amable escanciadora,

oh corazón, ¿mejorarán su estado un día, si no ahora?

El adversario no dio pie a la reconciliación y fue enojoso.

El suspiro de los que madrugan, ¿hacia el orbe no se orienta?

Amarle, amarle ocultamente: mi opción es esta...

El mendigo de la urbe

Brilló una estrella y en la luna de este círculo se mudó,

y fue afabilidad y compañía para nuestro desbocado corazón.

Mi amada, que no escribió línea

alguna ni fue al colegio,

por la agudeza de sus ojos se convirtió en maestra de maestros.

Por su olor, el transido corazón de los amantes, tal viento matutino,

se tornó ofrenda a los ojos del narciso y al rostro del junquillo.

Ahora en el puesto más alto me hace sentar el amigo:

el mendigo de ia urbe se convierte en cabeza de este círculo.

Desde hoy habitable será del rapto amoroso la morada,

pues su arquitecto es el arco de las cejas de mi amada.

Límpiame, por Dios, las gotas de vino de los labios,

puesto que a mi mente incitan a cometer mil pecados.

Tu gracia sirvió a ios mísdcos semejante vino

que tornó necia a la ciencia e insensible al juicio.

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