Ibn ‘Arabî: La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología ( Tercera parte )

Ibn ‘Arabî: La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología (tercera parte)

El Barzaj y su intermundo post mortem 

En la antropología akbariana la interpenetración de los Tres Mundos (espiritual, psíquico y físico) es un hecho. El Hálito del Misericordioso crea el espíritu humano y éste origina su alma humana, la cual a su vez pasa a ser el principio formador del cuerpo. Esta alma (nafs) es un ente sutil compuesto, no es puro como el espíritu dotado de fitrah, de naturaleza primordial. “El alma es hija y esposa del espíritu humano… El alma es una parte del espíritu”, nos dice Ibn ‘Arabî, y se encuentra zarandeada en el intermundo psíquico al que llegan, desde arriba todo lo espiritual y desde abajo todo lo pasional e instintivo .  ¿Y qué sucede cuando el cuerpo físico fenece? ¿Subsiste el alma? Sí, afirma Ibn ‘Arabî. Libre del cuerpo despierta en otro estado del ser, y la potencia plástica con la que el espíritu ha dotado al alma sigue funcionando y, como si estuviera en un sueño, sigue generando su propio mundo imaginal con su grado de realidad correspondiente. Se encuentra en una zona del Mundus Imaginalis, de alam-al-Mithal, que tiene el nombre coránico de Barzaj, itsmo o estado intermedio como puente entre dos mundos, donde las imágenes están dotadas de una corporalidad sutil . Habíamos señalado antes que Ibn ‘Arabî había utilizado dos modelos explicativos de su cosmovisión ontológica procesional: la de las cinco Presencias de la Realidad, y la neoplatónica-pseudoempedóclea. Esta última es la que va a centrar ahora nuestra atención a fin de poder situar, en ese “mapa cosmológico y metacósmico” el trasmundo escatológico en el seno del Mundo Imaginal.  Imaginemos un conjunto de esferas concéntricas, unas dentro de otras. Fuera de ellas, englobándolas a todas, se encuentra lo Absoluto, lo Divino, el Infinito. La primera esfera, la más exterior, es el Intelecto Primero o Inteligencia (también podemos llamarlo Espíritu, con mayúsculas). Seguidamente se encuentra el Alma Universal. Le sigue la Materia Primera Universal. A continuación, se halla el Cuerpo Universal e inmediato a él el Trono Divino, a partir del cual surge lo fenoménico el cosmos astronómico. Este coránico Trono de Dios que abarca todo lo fenoménico, tiene debajo un pedestal citado igualmente en el Corán en el que, simbólicamente, reposan los pies divinos.  Debajo del pedestal está el cielo de las torres zodiacales o sin estrellas. Le sigue el cielo de las estrellas fijas, y así, por orden descendente, se sitúan los cielos de Saturno, Júpiter, Marte, el del Sol, el de Venus, Mercurio y la Luna. Finalmente llegamos al mundo sublunar en el que se materializan los cuatro elementos básicos y que concluye en el más material de todos, la Tierra.  Pues bien, esta cosmología astronómica –que tiene sus correspondencias simbólicas astrológicas igualmente- ha de entenderse como un modelo imaginal a través del cual se simbolizan “cielos interiores” o estados de Conciencia en la infinidad de replieguespliegues-despliegues de la Existencia (Wuyûd) auto-manifestada en entes individualizados dotados de formas (materiales, corpóreos o de cuerpos sutilespsíquicos). Todos estos cielos astronómicos, en la hermenéusis esotérica, simbolizan los estados múltiples del ser, en el sentido guenoniano.  Si nos atenemos al capítulo 365 de Las Iluminaciones de la Meca, el Mundo de la Imaginación como itsmo intermedio (Barzaj) entre lo físico y lo inteligible, aglutina en algunas “zonas” a todos aquellos estados del ser simbólicamente adscritos a los cielos ultraterrestres (desde la Luna hasta el Pedestal). Todo lo supralunar expresa, esotéricamente, estados superiores e inferiores del ser, en “formas imaginales”, pero siempre teofánicas de la Unicidad del Ser (Dios, la Realidad Absoluta, Total, Infinita), posibilidades implícitas en los Nombres y Atributos de Allah que no tienen otro modo de manifestarse que en estos niveles sutiles. Pues bien, Ibn ‘Arabî sitúa los Paraísos escatológicos del Otro Mundo en el cielo de las Torres zodiacales y en la parte superior de la esfera sin estrellas, mientras que debajo de esta zona superior, en la concavidad del cielo sin estrellas, se hallarían los Infiernos . La misma topografía imaginal, deteniéndose en correspondencias astrológicas y de las letras del alfabeto árabe, se muestra en el capítulo 198 de estas Fotûhât al-makkiya. El estado intermediario inmediato al fallecimiento del cuerpo, primera estancia del ánima en el Barzaj (itsmo, intermundo, estado intermedio), se encontraría en un lugar indefinido del Mundus Imaginalis pero supuestamente próximo a los Paraísos e Infiernos. Ibn ‘Arabî, en el capítulo 63 de Fôtûhat indica que tras morir el “alma que movía el cuerpo” (ahora cadáver), se encuentra ubicada en el trasmundo luminoso del Barzaj o Cuerno Luminoso (otra expresión coránica) adoptando formas imaginales con sus cuerpos sutiles correspondientes. Y allí transcurre su nueva vida (llamada tumba en el Corán y hadices) hasta su primera resurrección que, tras un juicio escatológico le llevará a un nuevo nivel “imaginal” de existencia, bien en alguno de los Paraísos, bien en cualquiera de los Infiernos. En este trasmundo, en este Más Allá, todo es percibido como real : “Por ello, todas aquellas cosas que el ser humano percibe tras su muerte en el Barzaj únicamente se perciben por medio del ojo [barzají] y con la luz de la forma en que aquella persona existe en ese Cuerno - y esto es una percepción verdadera. Entre las formas hay [a] algunas que tienen restricciones a su libertad de actividad y [b] otras que carecen de restricciones, tales como los espíritus de todos los profetas y los espíritus de los mártires; entre ellos están [c] aquellos que pueden ver (lo que ocurre en) este mundo de aquí abajo [la Tierra], aun cuando se encuentran en aquella Morada (del Barzaj), y [d] aquellos que se manifiestan ante el durmiente en esta Presencia de la Imaginación que está en la persona que sueña”. La Imaginación, señala Ibn ‘Arabî, lo abarca todo mediante su luz propia, pues es capaz de encontrar las “semejanzas imaginales” derivadas de la inmanencia de Dios en toda su Creación. Pero no puede hacerlo si no es por medio de imágenes  :

 “No puede recibir nada –ya sean cosas sensibles o espirituales, o relaciones y conexiones, o la Majestad de Dios y Su Esencia- sino por medio de alguna forma. Si intentara percibir algo sin emplear una forma, su realidad no se lo permitiría, ya que ésta es precisamente la (facultad de) la representación imaginal (wahm) y ninguna otra cosa...De manera que la imaginación es el más extenso de todos los objetos del conocimiento - y sin embargo, a pesar de la inmensa amplitud de su capacidad, que se extiende sobre todas las cosas, es incapaz de recibir las realidades (noéticas) puramente inmateriales (sin hacer uso de alguna imagen o semejanza)”

.. La Luz (al-Nûr), como Nombre divino, es la que ilumina a la Imaginación para que perciba las auto-manifestaciones divinas, sus teofanías y epifanías en todo criatura y actos que ésta lleva a cabo. Y su percepción es simple, natural, correcta, pero la interpretación que de ella realiza nuestra mente suele ser errónea, de ahí que sólo los más altos gnósticos pueden “ver” siempre la Realidad en las “realidades” fenoménicas. Así que en el trasmundo escatológico seguimos inmersos en “realidades” simbólicas, y sólo accediendo a estados supraindividuales, más arriba del Trono de Dios, comienza la verdadera percepción del conocimiento de la Esencia de Dios mediante la develación espiritual. El auténtico gnóstico, por tanto, aspira a dejar atrás incluso el más alto de los Jardines Paradisíacos . Las analogías entre el sueño y el intermundo post mortem son abundantes en Ibn ‘Arabî. En ambos casos estamos ante dos modificaciones de la Conciencia entre estados del ser en los cuales se vive en “mundos virtuales-imaginales” (comparándolos con la Realidad Absoluta que es lo único merecedor de ser considerado real).

Sea como fuere, la percepción “realista” de las cosas, en el trasmundo, es plena para las almas que se encuentran en este intermundo post mortem. Se dan, no obstante, cambios muy singulares. Así, por ejemplo, su cuerpo sutil adquiere un número indefinido de formas exteriores debido a que son manifestaciones plásticas que se van generando en sincronicidad con los pensamientos y sentimientos que vaya teniendo su alma. Y lo mismo les acaece a los otros seres humanos. Pero, aun así, aunque externamente sus cuerpos sutiles van adoptando multitud de formas, ellos se reconocen siempre en su individual personalidad interior. Saben constantemente a quiénes tienen delante pese a la variedad de formas que adopta el cuerpo sutil camaleónico. Además, todo lo que hayan vivido en la Tierra va a determinar su entorno y “calidad de vida” tanto en el inmediato post mortem (los cuarenta días simbólicos en los que el alma vive antes del Juicio), como en el Otro Mundo (Infiernos y Paraísos). Todo lo que ha experimentado en vida, se va a corporeizar sutilmente en el Barzaj, sean sus actuaciones sean sus pensamientos y sentimientos. Así, por ejemplo, sus buenos actos pueden adoptar formas hermosas con figuras de seres animados, artísticos, o inanimados (joyas, piedras preciosas, alimentos…). Como dice Chittick : “En resumen, la vida es un proceso por medio del cual los seres humanos dan forma a sus propias almas. Cuando se abandona el cuerpo al morir, el alma se corporeiza en formas imaginales adecuadas a sus atributos. Todas sus obras, sus rasgos de carácter, estados, estaciones, conocimiento y aspiraciones aparecen en formas apropiadas.” Esta cuarentena imaginal del post mortem en el Barzaj es una etapa preparatoria de la siguiente existencia en el Otro Mundo, como le acontece al feto en la matriz materna antes de nacer como niño. “Sus fases de configuración son diversas hasta que nacen el día de la resurrección”, dice Ibn ‘Arabî. El alma es objeto de transformaciones en “la tumba”, y las seguirá teniendo en los Paraísos e Infiernos. Hay, por tanto, un período de purificación del alma en el Barzaj, como estado de Purgatorio, para quienes sean merecedores, tras el Juicio, de ocupar su lugar en los Jardines Paradisíacos.

Fuente: Ángel Almazán de Gracia, Perdidos en el Mundo Imaginal. Mandala Ediciones, Madrid, 2010

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