La ética de la demanda y la ética del legado confiado (2)

Autor: 

La ética de la demanda y la ética del legado confiado (2)

—El shaykh al-Bokhtorî: ¡Oh, no! Sâlih no ha muerto ni morirá jamás; está vivo para toda la eternidad.

Mediante el intercambio de algunas frases, el autor ha dejado constancia, por una parte, de la maravillosa inversión de relaciones naturales acaecida entre padre e hijo, merced a la nueva filiación que establecen entre ellos sus respectivos nacimientos espirituales. Sâlih ha conducido a su padre a la da'wat, a lo esotérico; le ha dado la vida. Así pues, en el plano del Malakût o mundo espiritual, los papeles se invierten: el hijo se convierte en padre, mientras que el padre se convierte en hijo (piénsese en la denominación atribuida a Fátima, la hija del Profeta, como Omm abî-hâ, «madre de su padre»). Ya anteriormente Sâlih había dejado entender a su padre por medio de alusiones esta inversión de su relación natural. Por otra parte, al malentendido de Abû Mâlik, el shaykh responde con lo que, como ya sabemos, es la idea dominante de la gnosis ismailí: la resurrección de los muertos, el nacimiento iniciático que hace nacer a la vida en el sentido verdadero, a la vida del mundo espiritual, protegiendo para siempre al iniciado del peligro de la segunda muerte. Pues fuera del fenómeno biológico que podemos denominar e-xitus, solo los vivientes en sentido verdadero, es decir, los resucitados, salen efectivamente de este mundo. La triunfal afirmación del shaykh al-Bokhtorî nos hace comprender que la iniciación imailí opera una «teurgia espiritual», lo mismo que en la comunidad antaño agrupada en torno a los Oracula Chaldaica, donde la iniciación era vivida como un «sacramento de in-mortalidad»46. También la gnosis es esto, un conocimiento salvífico que proporciona la vida inmortal.

Ante estas paradojas gnósticas, Abû Mâlik tiene el presentimiento de encontrarse ante un secreto extraordinario. Su interlocutor lo adivina.

  —El shaykh al-Bokhtorî: ¡Oh Abû Mâlik! Sé consciente de lo que haces; sé firme en tu busca, pues estás al comienzo de la prueba.

  —Abû Mâlik: Dices la verdad. Los primeros pasos en la verdad son una prueba. Mi búsqueda es la del Hombre justo (al-'abd al-sâlih).

  —El shaykh al-Bokhtorî: (haciendo un juego de palabras con el nombre de su hijo): no hay camino que conduzca ahí. Pero ¿quizá te refieres a mi hijo Sâlih?

  —Abû Mâlik: Sí.

Entonces el shaykh se apresura a ir a informar a su hijo. Después de una breve invocación: «¡Oh Dios mío! Abre en tus servidores los oídos de su corazón, que tu Misericordia les guíe hacia el objeto de su Demanda», Sâlih hace poner en orden rápidamente el salón de recepción y se invita a los visitantes a pasar a él. Una vez se ha procedido a los gestos y palabras de cortesía (Sâlih se disculpa afirmando que él mismo habría debido adelantarse haciendo una visita a Abû Mâlik), se entabla el verdadero diálogo, no sin cierta dificultad. Dos Demandas marchan al encuentro una de otra: Abû Mâlik está en la Demanda de la gnosis; Sâlih, en la Demanda del heredero legítimo de esa gnosis, de aquel al que debe resucitar de entre los muertos. Es preciso pues que el encuentro se produzca, pero para ello es necesario que Abû Mâlik sea conducido al terreno de la verdadera pregunta: ¿En qué consiste la búsqueda auténtica, la Demanda? ¿Qué es de aquellos que la rechazan o la ignoran? ¿Qué es la religión en sentido verdadero, es decir, en el sentido que le da el esoterista? En ese momento el diálogo podrá orientarse hacia su conclu-sión.

Sâlih se sorprende de que Abû Mâlik le haya saludado como si fuera un profeta, un «avisador» (nadhîr) enviado en misión por el cielo.

  —Sâlih: ¿Es con actitud de desconfianza como has venido a mí, oh Cuba de los sabios? ¿o bien con espíritu de conformismo (moqallidan)? ¿Si así fuera, qué sería de tu perfecta inteligencia, de la eminente sagacidad que sabemos posees? (Dicho de otro modo: ¿cómo puedes plantearte el adherirte a la opinión profesada por otro?47).

  —Abû Mâlik: Tu rango está más allá de toda sospecha, y los asuntos religiosos (Dîn) están por encima de todo conformismo (taqlîd).

  —Sâlih: ¿Cómo me atribuyes entonces la condición de «avisador», cuando éste es un profeta, y el profeta es un testigo ante Dios en favor o en contra de sus criaturas? (según que éstas acepten o rechacen su mensaje; ahora bien, tú y tus amigos, os habéis mantenido hasta ahora al margen de este mensaje; nada tengo pues que testimoniar ni a vuestro favor ni en contra vuestra).

  —Abû Mâlik: Dices la verdad... Pero al menos hemos reconocido la excelencia de la búsqueda. Así hemos comenzado por ponernos a la búsqueda (o a la Demanda) de ti. Hemos puesto en ti nuestra esperanza como objeto de nuestra Demanda. Accede pues a prestar atención a nuestra búsqueda.

  —Sâlih: ¡Oh Abû Mâlik! Desde el momento en que has comprendido la excelencia de la búsqueda, has reconocido el derecho por el que se impone a ti (dicho de otro modo: el deber que te impone el derecho que ella tiene sobre ti).

  —Abû Mâlik: ¿Y cuál es su derecho? 

  —Sâlih: Tiene derecho a que comprendas sus diversas modalidades y persigas aquella que propiamente te corresponda (si no, ¿cómo pretendes ser un buscador?)

Aquí Sâlih se ve en la obligación de explicar a Abû Mâlik los tres modos o aspectos de la búsqueda, de la Demanda. Está el buscador que sabe, está el buscador que aprende a conocer y está el buscador que desea aprender. La fortuna es el tesoro de las gentes de este mundo (ahl al-donyâ); el conocimiento, la gnosis, es el tesoro de las gentes del ultramundo (ahl al-âkhira). Así como la búsqueda de las riquezas de este mundo se presenta bajo tres aspectos, lo mismo la búsqueda de la gnosis religiosa (talab al-Din, la Demanda de la gnosis) y de los tesoros del ultramundo es de tres clases: 1) Hay un buscador que posee ya el conocimiento (tâlib 'ârif, el gnóstico perfecto). Es el sabio divino ('âlim rabbânî, el theo-sophos), que busca a los muertos por la ignorancia y la inconsciencia, a fin de resucitarlos por su conocimiento, por la gnosis (reconocemos aquí el gran tema de la espiritualidad ismailí: la resurrección de los muertos, en el verdadero sentido de la muerte. El buscador que ha alcanzado la gnosis, busca en adelante a aquellos a los que debe resucitar por el Espíritu de la vida al sentido verdadero, a fin de que la «segunda muerte» no tenga ya poder sobre ellos. Como ha dicho el shaykh al-Bokhtorî: «Sâlih jamás morirá». Esta Demanda es eo ipso la del heredero a quien transmitir el legado confiado, pues este legado no puede ser transmitido más que a alguien que esté vivo en el sentido verdadero). 2) Hay un buscador que está aprendiendo a conocer, es el aprendiz (mota'allim) que ya ha accedido a ciertos grados del Conocimiento y que trata de llegar hasta el final. 3) Está el buscador que aspira a convertirse en aprendiz; es el ignorante que ha tomado conciencia de su ignorancia y que no tiene otro conocimiento que su conciencia de ser un pobre. Busca entonces a aquellos que saben, a fin de aprender. Estos son los tres aspectos de la Demanda y la triple condición de quienes entran en ella (al-tâlibûn).

  —Abû Mâlik: Por lo que a mí respecta, soy el buscador que aspira a aprender, el que no sabe nada, aunque he sabido ya que soy pobre. Enséñame entonces (puesto que la función del dâ'î ismailí consiste esencialmente en proponer y ejercer esa «hospitalidad» espiritual).

  —Sâlih: ¿Lo has sabido o lo has comprendido?

  —Abû Mâlik: ¿Qué diferencia existe entre lo uno y lo otro? (entre 'ilm y ma'rifat).

  —Sâlih: Saber, es recibir una información procedente de otra persona. Comprender algo es verlo uno mismo con sus propios ojos.

Y, antes de pasar a esbozar lo que podríamos llamar una fenomenología de la ignorancia como angustia, trasponiendo al plano espiritual el sentido de la pobreza, Sâlih precisa: el primer caso no implica, en el que ignora, ningún conocimiento previo de su ignorancia. Encuentra un día a alguien que sabe y que le informa de lo que ignora. Solamente entonces sabe que antes era un ignorante, mientras que el segundo caso, el de la «comprensión» personal, es el del hombre que conoce su pobreza; en ningún momento ignora que es un ignorante.

  —Sâlih: (Aquel que ha comprendido su propia ignorancia) pregunta sobre algo que no conoce, e ignora la respuesta. Su corazón está sumido en la angustia a causa de la ignorancia, y no espera apaciguamiento más que por el conocimiento de lo que ignora. Por eso su ignorancia es desde ese momento conocimiento, pues le revela su indigencia, y esa indigencia es su angustia, y es la angustia lo que obliga al hombre a buscar el vasto espacio, la inmensidad de la altura (si'at al-'olow), y esto es el Conocimiento, la gnosis, pues el conocimiento es inmensidad. A partir de ahí, sí, has comprendido que eres un pobre (No es, pues, una información exterior lo que te hace comprender, sino la conciencia de una miseria interior de la que debes salir a toda costa).

  —Abû Mâlik: Todo lo que acabas de describir, lo experimento en mí mismo. He comprendido ya que soy un pobre, que estoy en una indigencia extrema. Así pues, compensa mi miseria con tu abundancia.

  —Sâlih: Temo que vas demasiado deprisa.

  —Abû Mâlik: Es la angustia de mi miseria lo que me empuja. Por eso me apresuro. He comprendido la excelencia del vasto espacio. Entonces busco... Tu preeminencia no constituye ninguna duda para mí, por eso me he dirigido a ti. Tú propones el sentido oculto, por eso es a ti a quien busco.

Pero Sâlih atempera el ardor de su nuevo discípulo, a fin de probarlo.

  —Sâlih: ¿De dónde proviene la certeza de que yo sea el objeto de tu Demanda y la persona a la que debas dirigirte? Ningún doctor en ciencia de la profecía ('âlim bi'l-nobow-wat) te ha hablado de mí. ¿No aspiras todavía en tu búsqueda a la comodidad del taqlîd?

Sâlih es verdaderamente un maestro ismailí en psicología. En términos de psicoterapia moderna, diríamos que no quiere de ningún modo que Abû Mâlik «proyecte» nada sobre él o realice una «transferencia». Se da cuenta perfectamente de que Abû Mâlik no tiene todavía el verdadero espíritu de la búsqueda, de la Demanda; aún lleva trazas del espíritu del taqlîd (con-formismo); busca, pero todavía busca una autoridad. Ahora bien, la gnosis no es un taqlîd, un conformismo, una adhesión a un dogma. Por el contrario, consiste precisamente en escapar al taqlîd; de ahí la pedagogía ismailí, no dogmática sino íntegramente hermenéutica. La iniciación que es la potestas clavium del Imam, no impone un dogma; inicia a lo esotérico del dogma.

No obstante, esta reserva, Abû Mâlik está encantado de lo que oye. Hay aquiescencia por su parte, sin darse cuenta de que existe un pequeño malentendido; cuando oye a Sâlih hablar de las falsificaciones que han sustituido las piedras preciosas por bisutería, no comprende todavía que los falsificadores son los hombres de la religión puramente exotérica que él mismo ha pro-fesado hasta ese momento, si bien, ciertamente, con toda rectitud. Por eso él mismo cree estar en posesión de una joya (¡aunque pretenda confesar su pobreza!). Pide a Sâlih que le muestra la suya, a fin de valorar la superioridad de ésta. Pero, a juicio de Sâlih, los lapidarios se han pronunciado ya sobre la pretendida joya que no pasa de ser mera bisutería. Así ocurre con el Conocimiento: no es un conocimiento confirmado hasta que no ha sido aceptado por aquel que tiene la ciencia de la fisiognomía48.

  —Abû Mâlik: Ciertamente, pero ya no conocemos especialistas de esta ciencia en nuestros días; el tiempo de los profetas ha pasado. La revelación divina por los Libros ha terminado, y ningún profeta ha sido prometido a los hombres para los tiempos venideros. Las comunidades del Libro no profesan ya (no tienen ya otra religión) que la de las tradiciones históricas (riwâyat).

El bueno de Mâlik no se da cuenta de que pone así el dedo en la llaga, el secreto de donde va a brotar el torrente que arrastra toda la limitación impuesta al tiempo de los profetas. El pro-blema de las «religiones del Libro», del Verbo divino revelado en los libros santos, es el problema planteado al principio. ¿Está cerrada la Revelación divina? Y si lo está, ¿quiere esto decir que la Palabra está perdida? Y si la Revelación está cerrada sin que la palabra esté perdida, ¿no es necesario que el Espíritu haga aflorar perpetuamente su sentido oculto? Esta eclosión es el ta'wîl, la Palabra perpetuamente recuperada, y en eso consiste toda la gnosis ismailí. Nuestro relato iniciático no puede admitir que el tiempo de los profetas haya sencillamente terminado. A partir de aquí nos encaminamos hacia el desenlace dramático del diálogo. La humanidad no pude pasar sin profetas. ¿Qué ocurriría si fuese verdad que el último profeta hubiese venido ya y si la Revelación estuviese en lo sucesivo cerrada? Y de no ser así ¿qué ocurre entonces con el dogma del islam exotérico?

Sâlih, como perfecto dâ'î ismailí, comienza por diferenciar gnosis y fe histórica. «Toda religión que se profesa pura y simplemente como mera recepción de la transmisión histórica (riwâyât) no merece el nombre de Religión (Dîn)». De ella diríamos que es lo que Lutero llamaba fides historica seu mortua. En términos ismailíes, esa religión es el muerto que hay que resucitar. Sâlih va a utilizar un argumento ad hominem. ¿No hay a menudo desacuerdos entre los riwâyât de la tradición histórica? ¿Quién los resolverá? «Lo que se encuentra en los Libros», responde Abû Mâlik. Pero ¿quién hará su análisis y su síntesis? Sâlih ha sido testigo de situaciones en las que el propio Abû Mâlik, incapaz de decidirse entre opiniones diferentes, debía despedir a algún desdichado consultante, perplejo y desorientado. Abû Mâlik pronuncia entonces una frase de desencanto, una frase terrible en verdad, que no resuena solamente en el Islam del siglo X, sino que sus ecos se propagan por todas partes a través de los siglos.

  —Abû Mâlik: No hacemos sino aferrarnos al nombre de la religión.

  —Sâlih: Pero ¿qué es la religión según tú?

  —Abû Mâlik: (que hasta aquí tiene la buena conciencia de un doctor en derecho canónico): Son los mandamientos y las prohibiciones, lo lícito y lo ilícito, las costumbres y las obligaciones.

  —Sâlih: Entonces, según tú, ¿la religión no es nada más que eso?

El instante es patético. La respuesta va a decidir entre el poder legalista del Islam exotérico y la espiritualidad del Islam esotérico de la gnosis. Abû Mâlik mantiene los ojos bajos, reflexionando sobre qué es lo que queda si la religión es desprovista de su contenido, si «no nos aferramos más que a un nombre» vacío de sentido. Luego, vuelve a levantar la cabeza:

  —Abû Mâlik: No sé si todavía me queda algo. Pero entonces, según tú, ¿qué es la religión?

La respuesta se nos da con ciertos tonos líricos:

  —Sâlih: La religión (la que es sabiduría divina esotérica, theo-sophia), es un velo que constituye la más segura protección contra los corruptores, pero sus puertas están abiertas a los buscadores. Se distingue por su prioridad aquel que la procura. Se consagra a lo mejor aquel que la busca (...) Es el vínculo entre la Tierra y el Cielo, un vínculo continuo y sin ruptura. Es el asidero de quienes a él se agarran, el cable de los que buscan un refugio. Es el Arca de la Sakîna (tâbût al-Sakîna), el Arca de la salvación, la Luz de la vida.

Estas últimas expresiones son llamativas: Tâbût al-Sakîna. Tâbût es el Arca de la Alianza. Aquí, en mi opinión, es preciso dar a la palabra Sakîna un sentido mucho más preciso que el que tiene corrientemente en árabe: quietud, reposo del alma. Creo que esta palabra significa para el gnóstico ismailí lo mismo que su equivalente Shekhina en la gnosis hebrea, la «Presencia divina»49. En cuanto al «Arca de salvación», la expresión se refiere al arca de Noé. Para los ismailíes, es la cofradía esotérica, la da'wat. Para los shiítas en general, es el pleroma de los Ima-mes. La «Luz de la vida», por su parte, es la de la vida contra la cual la «segunda muerte» carece de poder. Daría la impresión de que la extraordinaria «llamada» (da'wat) de Sâlih, fuera en realidad una «llamada» dirigida a todas las «comunidades del Libro» surgidas de la tradición abrahámica, como si preludiara lo que más adelante llamaremos el ecumenismo del esoterismo. Es esto lo que sin duda presiente Abû Mâlik, desconcertado por el discurso de Sâlih.

  —Abû Mâlik: Si debe existir algún día una religión con la que Dios quiera que se le honre, responderá, sin duda, a la descripción que tú acabas de dar.

Pero, ¿y mientras tanto?... Para el dâ'î ismailí no hay por qué esperar.

  —Sâlih: ¡Oh, Abû Mâlik! pon tu luz en el nicho de tu intelecto, e intenta comprender lo que se quiere de ti...

Y, esta vez, Abû Mâlik comprende.

  —Abû Mâlik: No me queda pues sino conocer a qué es a lo que tu llamas.

O, lo que es igual, conocer la da'wat ismailí, esa «convocatoria» que comenzó en el cielo con la «llamada» de la primera de las Inteligencias querubínicas y cuya forma final sobre la tie-rra no es otra que la «convocatoria ismailí». La conversión de Abû Mâlik va por buen camino.

 

Henry Corbin, El hombre y su ángel, Editorial Trotta, Madrid

Tipo de texto: 
Share/Save