La consistencia espiritual (primera parte)

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La consistencia espiritual (Primera parte)

Todo lo que el hombre se imagina, todo lo que percibe en realidad, sea cual fuere esta percepción, inteligible o sensible, en este mundo o en el más allá, todo eso constituye otras tantas cosas inseparables, indisociables de su yo esencial. Mejor dicho, lo que es para él objeto de percepción es algo que existe en sí mismo, y no en algo ajeno a él. Ya hemos tenido ocasión de decir que lo que es esencialmente objeto de la percepción visual, cuando percibimos el cielo, la tierra o cualquier otra cosa, no son las formas externas que se observan mediante datos materiales objetivos, como si las hubiéramos encontrado en las dimensiones de este mundo.

Es cierto que en el despertar de la consciencia en el hombre, la percepción del alma requiere la ayuda de los órganos materiales (el ojo, el oído, etc.); requiere asimismo que la posición de los objetos satisfaga determinadas relaciones, porque la percepción todavía está en potencia en el ser del hombre como sujeto que siente. Es necesario que se sitúe en una perspectiva conveniente y que se cumplan las condiciones específicas del órgano de percepción con relación al objeto material. Pero éste no deja de ser el objeto percibido por accidente; no es en realidad más que una forma externa que imita, que representa, es la forma que está presente en el alma (su forma imaginal en el Malakūt), la que es esencialmente objeto de la percepción. Por esta razón cuando la percepción se ha producido de este modo una o varias veces, el alma puede a menudo contemplar la forma de una cosa en el mundo de ésta, sin necesidad de que medie un objeto material externo. En el estado post mortem ya no hay ningún obstáculo que impida al alma percibir todo lo que siente y percibe, sin mediación de un dato material externo ni de un órgano corporal que no pertenezca ni al mundo del alma ni a la verdadera realidad del alma ...

... De todas las realidades que el hombre ve y contempla en el más allá, las deleitables, como las huríes, castillos, jardines, plantas verdes y manantiales, así como sus contrarias, las especies horripilantes que forman el Infierno, de todas esas realidades no hay ninguna que sea extrínseca a él mismo, a la esencia de su alma, ninguna que sea distinta o se pueda separar de su propio acto de existir. La realidad sustancial de todas ellas es más fuerte, su fijación más segura, su esencia más estable de lo que son en las formas materiales de nuestro mundo sensible siempre en constante cambio y renovación. Que nadie se sienta pues con derecho a preguntar acerca del lugar, el situs y la orientación de estas realidades, e incluso a preguntarse si tienen lugar en el interior o en el exterior de nuestro cosmos, si están encima de la Esfera de las Esferas que establece las coordenadas del espacio sensible, o si están incluidas en los círculos de los Cielos, o debajo incluso de las Esferas celestes. La pregunta es inoperante desde el momento en que sabemos que se trata de otro reino de existencia y que no hay relación entre éste y el mundo material en cuanto al situs ni en cuanto a la dimensión.

Es cierto que un hadiz muy conocido afirma que la Tierra del paraíso es el firmamento (el VIII Cielo o Cielo de las constelaciones), mientras que su "techo" es el Trono del Misericordioso (la Esfera de las Esferas, el empíreo). Pero lo que debemos interpretar ahí no es el campo astronómico comprendido en el espacio de este mundo, entre el Cielo de las constelaciones y el Cielo supremo. No hay que entender por ello que corresponde al plano esotérico de uno y otro Cielo, su realidad suprasensible, su entidad espiritual, ya que el paraíso está dentro de la realidad suprasensible del Cielo.

Del mismo modo, cuando se dice que el paraíso está en el séptimo cielo y el infierno en la Tierra inferior, hay que entender algo que está dentro, oculto bajo los velos de este mundo, pues el más allá es perpetuo, eterno; su dulzura es incesante, el deleite ininterrumpido y nunca prohibido. Todo aquello a lo que el hombre aspira, todo lo que desea se le aprece instantáneamente, o hay que decir más bien: la representación de su deseo es la presencia real de su objeto. Pero dulzura y goces están en función de los deseos. Paraíso e infierno, bien y mal, todo lo que el hombre puede alcanzar y constituye su retribución en el más allá, tiene su origen en el propio yo esencial del hombre mismo y está integrado por sus intenciones y proyectos, meditaciones, creencias íntimas y sus comportamientos. Su principio no puede ser algo con una existencia y un situs distintos a su propio acto de existir ...

... Entre los cuerpos de este mundo y los del más allá hay múltiples diferencias en cuanto al modo de existencia corporal. En el otro mundo cada cuerpo está animado, está vivo por esencia; en él no podemos concebir un cuerpo carente de vida, a diferencia d este mundo en el que encontramos cuerpos privados de vida y de consciencia, y donde los cuerpos vivos no tienen más que una vida accidental y efímera. Los cuerpos de este mundo reciben sus almas al final de un proceso que las capacita. Las almas del más allá producen su propio cuerpo de acuerdo con la implicación de su propia exigencia. Por esta razón los cuerpos y las realidades materiales se elevan progresivamente, en función de sus aptitudes y de sus metamorfosis, hacia el encuentro de las almas, mientras que abajo se realiza un descenso de las almas que van al encuentro de los cuerpos. Aquí la virtualidad es cronológicamente anterior al acto, mientras que el acto precede ónticamente a la virtualidad. Allí la virtualidad es ontológica y ónticamente anterior al acto. Aquí el acto es más noble que la virtualidad porque es su culminación. Allí la virtualidad es más noble que el acto porque es ella quien lo produce.

Los cuerpos y los volúmenes del otro mundo son infinitos, porque tienen su origen en las imaginaciones y percepciones de las almas, y ambas son infinitas. Los hechos que demuestran que las dimensiones son finitas necesariamente no sirven para el más allá, sirven sólo para las dimensiones y espacios materiales de este mundo. No obstante, allí no hay ni aglomeración ni molestia alguna; ningún cuerpo está en el exterior de otro, ni en el interior de otro. Cada ser humano, bienaventurado o réprobo, posee un universo completo, más amplio él solo de lo que lo es este mundo nuestro, y que respecto al universo de otro no aparece nunca como si fuera otro nivel de una misma serie, ya que cada uno de los bienaventurados posee toda la proporción que desea de esa serie. Esto es lo que hizo decir al gran místico Abū Yazīd Basṭāmī: "Aunque el Trono, con todo lo que contiene, entrara en un pliegue de los repliegues del corazón de Abū Yazīd, Abū Yazīd no se daría cuenta".

... Ahora, respecto a la manera en que los actos pueden tomar cuerpo y las intenciones adquirir forma el día de la resurrección, debes saber lo siguiente, a modo de indicación sobre la materia de sus formas. Cada forma externa tiene un modo de aparición propio en la morada del alma. Recíprocamente, cada forma interna, cada forma psíquica, cada comportamiento habitus arraigado en el alma tiene un determinado modo de existencia extramental. ¿Acaso no ves que, cuando un cuerpo húmedo ejerce su acción sobre una materia corporal apta para recibir humedad, esta materia la recibe y se convierte a su vez en húmeda al igual que este cuerpo, adquiriendo además como él su misma flexibilidad plástica? Si actúa por el contrario sobre otra materia, sobre el órgano de la percepción sensible o de la percepción imaginativa, por ejemplo, a pesar de que este órgano sufra la acción de la humedad, lo que recibe no es sin embargo la acción misma, no se convierte en húmeda como ese cuerpo, aunque reciba la quiddidad de la humedad, sino que lo hace bajo otra forma y otro aspecto. A su vez, la facultad intelectual del hombre recibe otra forma y percibe otro modo de existencia y de aparición, aunque se trate siempre de la misma quiddidad, es decir, de la quiddidad de la humedad y de lo húmedo.

Vemos pues que una misma quiddidd posee tres formas en tres moradas distintas, para cada una de las cuales tiene un modo de existencia propio y un modo de aparecer determinado. Fíjate en la diferencia de naturaleza que ofrecen estas tres existencias para una sola y misma quiddidad y compara los distintos aspectos que puede adoptar cada realidad ideal y cada quiddidad concreta en sus modos de existir y de mostrarse. Entonces ya no te sorprendas si la cólera, que es una modalidad psíquica, cuando aparece adoptando la forma de una existencia extramental, se convierte en fuego devorador, ni si el conocimiento, que es asimismo una manera de ser del alma, se convierte en un manantial llamado Salsabīl (un manantial del paraíso, Corán, 76:18) cuando adopta la forma de una existencia extramental; tampoco te sorprendas si el bien del huérfano que alguno ha devorado injustamente se convierte en el más allá en un fuego que le tortura las entrañas, ni si el amor de este mundo, es decir, las bajas pasiones y las ambiciones posesivas que son enfermedades del alma, se transforman en escorpiones que pican, en serpientes que muerden. Esto debe bastar para quien sabe comprender, tanto para añadir fe a las promesas como a las amenazas pronunciadas por el Profeta.

A todo aquel que tenga la fuerza necesaria para adentrarse en el conocimiento más elevado le incumbe meditar acerca de las capacidades psíquicas, los modos de ser del alma y manera en que estos modos de ser producen efectos y actos exteriorizados.

 

Fuente: Ṣadr al-Dīn Sīrāzī (Mullā Ṣadra), Cuerpo Espiritual y Tierra Celeste Del Irán Mazdeísta al Irán Chiíta, Henry Corbin, Traducción de Ana Cristina Crespo, El Árbol del Paraíso Ediciones Siruela

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