El derviche en la cueva

El derviche en la cueva

Oí que un derviche se había alojado dentro de una cueva. Había cerrado sus puertas a lo mundanal y reyes y ricos no significaban nada para él ni tenían dignidad ante sus ojos.

Quien abre las puertas a la mendicidad

será un menesteroso mientras viva.

Sé como un rey y deja la ruindad;

que la cabeza sin codicia es altiva.

Un rey de aquella región le dijo que de los hombres con moral y afabilidad esperaba que se sentaran a compartir con él su pan y su sal. El sheij aceptó, porque aceptar una invitación es parte de la tradición. Al día siguiente el rey fue a devolverle la visita. El asceta se levantó, abrazó al soberano, se mostró amable con él y le dedicó elogios. Cuando el príncipe se hubo marchado, uno de los amigos del sheij le preguntó a éste por qué había mostrado tal afecto al rey, cosa no corriente en él y que nunca había presenciado. El sheij le replicó si nunca había oído lo siguiente:

A todo el que se sienta a tu mantel

es tu obligación levantarte y servirle.

El oído puede soportar no oír en su vida

el sonido del daf, la flauta y la lira.

El ojo soporta ver sin rosas un jardín

 y nunca oler la nariz el aroma del jazmín.

Y si almohada de plumas no tenemos a mano,

la cabeza en un peñasco nosotros colocamos.

Y si no tenemos una amante en el regazo

podemos rodearnos con nuestros brazos.

Mas esta tripa inútil y sinuosa

jamás se conforma con poca cosa.

 

Fuente: Golestán (La rosaleda) de Sa’dí  Shirazí, Editorial el Cobre, 2007

Fundación Cultural Oriente

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