Tomás Moreno

La Alhambra en Haikus

Místicas, ambas, dialógicas, de unión con Dios; que participan del encuentro y la comunión de la criatura con la realidad divina, y en las que nunca se esfuman o disuelven las categorías personales (esposo-esposa; amado-amada, amigo-hermano, padre-hijo) en la inmensidad de un Todo o de un Absoluto Impersonal o Transpersonal. Y en contraste con esas dos tradiciones místicas, tan similares, tan cercanas y entreveradas en nuestra tradición religiosa y literaria (como lo atestiguan los estudios e investigaciones de Asín Palacios, Massignon, Ritter, Luce López-Baralt o Henri Corbin) [2], la presencia -incoada no ya en el entorno referido, sino en el espíritu de la forma poética empleada- de la Mística budista-zen, una mística monista, impersonal -en la que la relación Yo-Tú es inexistente-. Una mística, pues, no del encuentro amoroso, como la cristiana-islámica, sino de la disolución del yo o del ego, y del vacío transpersonal. Una mística, en fin, anonadante y de la cesación de todo, característica del Oriente.

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