Cuento 47
Cuento 47
Vi una rosa fresca y primorosa sobre una cúpula llena de matojos, y dije: « ¿Qué hacen estos rastrojos
crecidos junto a una rosa?». «Calla —un matojo me dijo lloroso—, que el compañero no olvida la
nobleza. Si no tengo color, perfume y belleza, ¿no perteneceré pues a su edén frondoso?
Del buen Dios soy yo servidor, bajo su bondad desde antaño crezco, y si tengo virtudes o de ellas
carezco, es mi esperanza la gracia del Señor, Y aunque yo no tengo medios y capital que ofrecer como
obediencia, él sabe para su siervo el remedio aunque no tenga ninguna hacienda.
Es costumbre que los terratenientes manumitan a sus esclavos viejos.»
¡Oh Señor, ornato del universo!
Sé con tu viejo esclavo clemente.
Sa’dí, debes tomar el camino
de la Caaba de la satisfacción,
¡Hombre de Dios, elige el destino
que directo te lleva hacia Dios!
Pobre de quien a esta puerta
se atreva a dar la espalda,
porque no hallará otra puerta
a la que llamar y se le abra,
Fuente: Golestán, (La rosaleda), Sa’dí al‐Shirazí