Cuento de Leyla y Maynun
Cuento de Leyla y Maynun
Le contaron a un rey árabe la historia de Leyla y Maynun, y que éste, con toda su
locuacidad y sabiduría, había perdido los estribos y había cogido el camino del desierto.
Ordenó que fuese llevado a su presencia y se puso a reprenderle: «¿Qué has visto de malo
en la nobleza del espíritu humano para adoptar el carácter de las bestias y abandonar la
sociedad?». Respondió:
¡Cuántos amigos por amarla me reprenden!
No la han visto nunca, por eso no me entienden.
Ojalá quienes buscan mis faltas,
oh rompecorazones, vean tu semblante,
y cuando monden las toronjas contigo delante,
se corten las manos en lugar de mondarlas.
Y para que la verdad de sus pretensiones fuese corroborada con sus propios ojos, ya habéis
visto la causa de vuestras censuras por mi conducta. El rey expresó su deseo de contemplar la
belleza de Leyla y de ver qué rostro tenía para causar tales desvaríos, y así lo ordenó.
Buscaron entre las cabilas árabes, la encontraron y la trajeron al patio del palacio ante el
rey. Éste observó su figura y vio a una persona de tez tostada y enclenque; parecióle a sus
ojos poca cosa, de forma que la más insignificante sierva del serrallo le aventajaba en
belleza y encanto. Maynun intuyó sus pensamientos y dijo: «Para ver la hermosura de
Leyla hay que mirarla a través de los ojos de Maynun, para que así te sea revelado el
misterio de su apariencia».
El recuerdo del prado ha pasado por mis oídos,
ojalá oyeras a las hojas del prado gritar conmigo.
¡Oh, amigos! Decid al que esto no le concierne:
no sabes lo que hay en el corazón del doliente.
No les duele ninguna herida a los sanos,
a nadie sino al que adolece le contaré mi dolor.
Hablar de la picadura de la abeja es en vano
con alguien que nunca haya probado su aguijón.
Hasta que a ti lo que a mí no te ocurra,
lo que yo siento te sonará a cuento.
Con la de otro no compares mi penuria,
que él tiene sal en la mano y yo en mi cuerpo.
Tú de mi dolor no te compadecías,
mi amigo es quien sufre mi mismo dolor,
pues con él contaré historias noche y día,
pues cuando arde junta, la leña arde mejor.
Fuente: Sa’dí Shirazí, Golestán (La rosaleda), Editorial El Cobre, España