Cuento del alumno y el maestro
Cuento del alumno y el maestro
Cierto pupilo era de temple jovial y voz dulce; su maestro, vulnerable como todo ser
humano, sentía atracción por su belleza. Los castigos y escarmientos que propinaba a los
otros infantes no se los aplicaba a él, y cuando se lo encontraba a solas le decía:
Oh rostro celestial, siento por ti tal embeleso
que acabo por olvidarme de mí;
no puedo cerrar los ojos cuando te veo
aun cuando una flecha viera venir hacia mí.
En cierta ocasión le dijo el niño: «De la misma manera que cuidas de mis estudios, piensa
un poco en mis modales; si ves en mí algo reprobable que yo crea loable, házmelo saber
para intentar cambiarlo». Respondió: «Oh muchacho, eso pídeselo a otro, pues yo te miro
de tal manera que sólo virtudes veo en ti».
El mal ojo, ¡sea de cuajo arrancado!,
no ve sino defectos donde hay virtudes.
Mas si tienes una virtud y setenta defectos,
el amado no verá sino esa sola virtud.
Fuente: Golestán (La rosaleda), Sa’dí Shirazí, Editorial El Cobre, España, 2012