Cuento del moribundo persa
Cuento del moribundo persa
Encontrábame en la aljama de Damasco platicando con un grupo de sabios cuando un
joven entró por la puerta y dijo: «¿Hay alguien aquí que sepa persa?». Me señalaron y yo
le dije: «Que sea para bien». Dijo: «Hay un anciano de ciento cincuenta años agonizando
que dice algo en persa que nosotros no entendemos; si tienes la gentileza de tomarte la
molestia de venir, serás recompensado». Cuando llegué a la cabecera de su lecho, estaba
diciendo:
Dejadme satisfacer mis deseos un instante,
qué pena que se me corta ahora el aliento,
qué pena que en la vida, de su variado alimento
comimos sólo un poco y dijeron: ya es bastante.
Traduje al árabe para los sirios lo que estaba diciendo y se maravillaron de que pese a su
larga vida lamentase tener que abandonar el mundo. Le dije al anciano: «¿Cómo te
sientes?». Respondió: «¿Qué quieres que diga?».
¿No has visto lo mal que lo pasa
aquel a quien las muelas son extraídas?
Imagina pues cuando llega la hora
de decir adiós a tu preciada vida.
Dije: «Quítate de la cabeza el pensamiento de la muerte y no dejes que las alucinaciones
tengan imperio sobre la naturaleza, pues los filósofos han dicho: "Aunque estén sanos los
humores no se puede uno fiar de la vida, y aunque la enfermedad sea mortal, no hay que
dar la vida por perdida". Si así lo deseas, puedo llamar a un médico para que te sane».
Levantó la mirada y dijo con una sonrisa:
El médico hábil se cruza de brazos impotente
cuando ve desmayado al paciente.
El señor está ocupado pintando la entrada
mientras tiene podridos los cimientos su morada.
Un viejo en su agonía formaba escándalo
mientras su vieja mujer le frotaba sándalo.
Cuando en los humores hay desequilibrio,
ni en curas ni talismanes se halla alivio.
Fuente: Sa’dí Shirazí, Golestán (La rosaleda), Editorial El Cobre, España