Cuento del rey
Cuento del rey
Oí que un rey pasó toda la noche de jolgorio hasta el ama-necer y que al final decía
Borracho de amor:
En mi vida tuve momento más feliz que éste,
ni en el bien ni en el mal pienso ni sufro por el mal ajeno.
Un derviche que dormía desnudo a la intemperie dijo:
Oh tú, en el mundo nadie hay con tu suerte;
sé que no te aflige la pena ajena, yo tampoco me apeno.
Al rey le gustó, asomó por la ventana una bolsa de mil dinares y dijo: «Extiende tu
manto». Contestó: «¿Cómo voy a extender mi manto si no tengo ni ropa?». El rey, apenado
por su pobreza, hizo que además le enviasen ropa. El derviche en poco tiempo gastó y
dilapidó los dineros y de la ropa no quedó nada, tras lo cual regresó.
En las manos de un libre no perdura el dinero,
ni paciencia en el amante ni agua en el cernedero.
Dieron de ello noticia al rey en un momento en que tal asunto le era indiferente. Se enfadó
y frunció el ceño. Por eso se ha dicho que las personas inteligentes y perspicaces están
alertas y vigilantes ante la tiranía y la violencia de los reyes, pues los esfuerzos de éstos se
centran en asuntos de Estado y no aguantan ser importunados por el vulgo.
De las dádivas del rey será privado
quien no espera la ocasión oportuna.
Hasta que no lo veas adecuado
'no malgastes palabra ninguna.
Dijo [el rey]: «Echad a ese mendigo derrochador e insolente que en tan poco tiempo ha
malgastado una ingente fortuna, que el tesoro del beyt ul-mal es para que se lo coman los
pobres, no para que lo devoren los hermanos del demonio.
El necio que enciende una vela
a plena luz del día
verás que por la noche
la lámpara tiene vacía».
Uno de los visires consejeros dijo: «¡Oh, señor! A mi parecer lo más apropiado sería que a
tales personas se les asignara una pensión suficiente, pero en pequeñas cantidades, para
que no la malgasten. Pero el rechazo y la negativa por ti manifestados no son propios de
los generosos; eso es dar esperanzas a alguien para luego desilusionarlo».
No se les debe abrir la puerta a los codiciosos,
pero si se ha abierto no hay que volverla a cerrar.
No se ve que los peregrinos sedientos del Hiyaz
se reúnan alrededor del agua salina.
Pero allí donde hay un dulce manantial,
gentes, aves y hormigas se aglutinan.
Fuente: Golestán (La rosaleda), Sa’dí Shirazí, Editorial El Cobre, España, 2012