Cuento del rey y el príncipe

Cuento  del rey y el príncipe

Oí que un príncipe era bajo de estatura y de aspecto ruin, y sus hermanos altos y de

hermosa apariencia. En cierta ocasión su padre le echó una mirada de desprecio con la

que le daba a entender su desestima. El hijo, mostrando perspicacia e ingenio, dijo: «¡Oh

padre!, un bajo instruido es mejor que un alto inculto, y no todo aquel cuya estatura es

mayor tiene más alto valor. El cordero se come y el elefante no es jamás que un despojo».

 

Tur, de las montañas del mundo es la menor,

pero en dignidad, para Dios es la mayor.

¿Oíste lo que le dijo un sabio delgado

en cierta ocasión a un gordo iletrado?

«Es mejor un caballo árabe enfermizo

que tener lleno de burros el cobertizo.»

 

El padre rióse y los ministros lo aprobaron, pero los hermanos se ofendieron.

 

Mientras un hombre ni una palabra haya proferido,

sus virtudes y defectos se hallan escondidos.

No creas que las junglas nada las habita,

que quizás en alguna una pantera dormita.

 

Oí que por aquellas fechas amenazaba al rey un poderoso enemigo. Cuando ambos

bandos se encontraron frente a frente, aquel hijo fue el primero que se lanzó al campo de la

lid diciendo:

 

Yo no soy ese que da la espalda al frente,

pero si ves una cabeza en el barro, quizá sea la mía.

Pues el que lucha se juega su propia vida

y el que huye, se juega la de los combatientes.

 

Diciendo esto se abalanzó contra el enemigo y abatió a muchos guerreros. Cuando regresó

ante su padre, besó el suelo y le dijo:

¡Oh tú, que mi persona ruin te parecía!

No creas que lo grande tiene más valía;

un caballo delgado, en el día de la batalla

es de más utilidad que una vaca cebada.

 

Se cuenta que las tropas del enemigo eran numerosas, y ellos pocos en cuantía. Unos

cuantos tuvieron intención de desertar. El muchacho les dijo gritando; «¡Oh, hombres!

Mostrad bizarría o vestid indumentaria femenina». Al oírle, los jinetes redoblaron su

coraje y arremetieron contra el enemigo. Oí que aquel día también derrotaron al oponente.

El rey le besó los ojos y la cabeza y lo colocó a su lado, y cada día su afecto hacia él iba en

aumento, hasta que lo nombró príncipe heredero. Los hermanos, envidiando su hado

 halagüeño, le envenenaron la comida, pero su hermana lo vio desde su aposento y abrió y

cerró la ventana [como señal]; el muchacho lo advirtió, y apartando sus manos de la

comida dijo: «Es imposible que tras morir un hombre inapreciable, sea sustituido por uno

despreciable».

 

Nadie se amparará bajo la sombra de un búho

si el Homá desaparece de este mundo.

 

Le hicieron saber al padre lo acontecido. Hizo llamar a los hermanos y los reprendió

severamente. A continuación asignó a cada uno una provincia hasta que se aplacaron las

hostilidades y las disputas, pues diez derviches duermen en una alfombra pero dos reyes

no caben en un país.

 

Si medio pan se come un piadoso,

a los derviches les da el otro trozo;

si un rey conquista los Siete Climas,

en los otros fronterizos tendrá sus miras.

 

Fuente: Sa’dí Shirazí, Golestán (La rosaleda), Editorial El Cobre, España

www.islamoriente.com

Tipo de poesía: 
Tipo de texto: 
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