Cuento del vagabundo
Cuento del vagabundo
Un hombre que vestía harapos nos acompañaba en la caravana que iba a Hiyaz. Un
príncipe árabe le dio cien dinares como ofrenda, pero unos bandoleros de la tribu de
Jafaya atacaron de improviso la caravana y la desvalijaron por completo. Los mercaderes
se pusieron a llorar y a lamentarse en vano.
Aunque llores y te lamentes
no va el ladrón el oro a devolverte.
Excepto aquel pío derviche que permanecía impávido y no mostraba turbación alguna. Le
pregunté: «¿Acaso no se han llevado los ladrones tus dineros?». Respondió: «Sí, se los han
llevado. Sin embargo, yo no estaba tan apegado a ellos como para que perderlos me
supusiera congoja alguna».
Por nada ni nadie hay que tener tal apego
que sea difícil separarse de ellos.
Respondí: «Lo que acabas de decir se ajusta a algo que me ocurrió cuando era joven;
intimé con un joven y mi afecto por él llegó a tal punto que su hermosura era la alquibla
de mis ojos, y el único capital y ganancia de mi vida, estar junto a él».
Ni entre los humanos ni entre los ángeles del cielo
se hallará un rostro como el suyo, tan bello.
Juro por esta amistad que es ilícito otra amistad tener
y que ningún ser humano podrá ser como él.
Mas de repente sus pies se hundieron en el lodo de la muerte y sus deudos lloraron su
pérdida. De día permanecía yo junto a su sepulcro y recitaba lo siguiente sobre aquella
separación:
Ojalá que el día en que caíste en las garras de la muerte
el cielo me hubiese arrebatado a mí también la vida.
No habían visto mis ojos el mundo sin ti hasta aquel día,
y ahora heme aquí junto a tu sepulcro. ¡Maldita sea mi suerte!
Quien no duerme y está nervioso
hasta haber sembrado narcisos y rosas,
el cielo se las quita ante su rostro
y hace crecer espinos en su fosa.
Tras sufrir su separación, determiné firmemente recoger la alfombra del placer y huir de la
compañía por el resto de mis días.
No estaría mal el beneficio del mar
de no ser por el miedo de las olas,
la compañía de la rosa no estaría mal
si no existiese la espina.
Anoche estaba yo como un pavo real,
me pavoneaba en el jardín de la unión,
mas hoy me revuelvo como
la serpiente por su separación,
Fuente: Sa’dí Shirazí, Golestán (La rosaleda), Editorial El Cobre, España