De cómo el escriba de la revelación coránica incurrió en apostasía...

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De cómo el escriba de la revelación coránica incurrió en apostasía, pues cuando cayó sobre él el rayo de la revelación, recitó el versículo antes de que el Profeta, la paz sea con él, se lo dictase y luego dijo: «Así que también ha descendido sobre mí la revelación»

Antes de Othman hubo un escriba que solía ser diligente al transcribir la revelación. Cuando el Profeta se la dictaba, él la escribía en la hoja. Los rayos de la revelación brillaban sobre él, que encontraba sabiduría en su interior. El Profeta dictaba la sustancia de la sabiduría: por esta pequeña porción ese necio entrometido se descarrió, pensando: «Tengo en mi conciencia la verdad de lo que está diciendo el iluminado Profeta».

El relámpago de este pensamiento alcanzó al Profeta y la cólera de Dios descendió sobre el alma del escriba. Abandonó su trabajo como escriba y la religión, convirtiéndose en el maligno enemigo de Mustafá y el Islam. Mustafá dijo: «Oh obstinado bellaco, si la Luz proviniera de ti, ¿cómo ibas a haber ennegrecido (de pecado)? Si tú hubieras sido la fuente divina, no habrías soltado un agua tan negra».

Para no estropear su reputación ante los demás, el orgullo mantuvo su boca cerrada. Su corazón se oscurecía y era incapaz de arrepentirse: es asombroso. El escriba gritaba «Ay», pero «Ay» no le sirvió de nada cuando la espada cortó su cabeza.

Dios ha hecho que la reputación sea como cien montones de hierro: ¡muchos están atados por esta cadena invisible! El orgullo y la infidelidad obstaculizan el camino (del arrepentimiento) de tal forma que el pecador no puede ni suspirar. Dios dijo: «(Hemos puesto en sus cuellos) grilletes y están obligados a levantar la cabeza»; esos grilletes no nos los han puesto desde el exterior. «Y tras ellos hemos puesto una barrera y les hemos cubierto (de oscuridad)» el pecador no ve la barrera ni delante ni detrás. El obstáculo que surgió tiene el aspecto de campo abierto: no sabe que es el muro del destino divino.

Tu amada terrestre es una muralla para la faz del Amado; tu guía mundano es una pared para las palabras de tu guía (espiritual). Muchos infieles anhelan la religión: su cadena es la reputación y el orgullo. La cadena está oculta pero es peor que el hierro, pues la de hierro puede romperse con un hacha. Los eslabones de hierro pueden quitarse mas nadie sabe cómo curar la cadena invisible.

Si a un hombre le pica una avispa, se saca el aguijón del cuerpo, pero puesto que la picadura procede de tu propia existencia, el dolor continúa con violencia y no se alivia la angustia. La explicación completa de esta cuestión brota de mi pecho, pero temo que te hará desesperar. No desesperes, alégrate y pide auxilio a Aquel que contesta la llamada, diciendo: «¡Perdónanos, oh Tú que amas perdonar, oh Tú que tienes un remedio para la vieja gangrena!».

El reflejo de la sabiduría descarrió a aquel miserable: no seas presumido, no vaya a destruirte. Oh hermano, la sabiduría fluye sobre ti, viene de los abdal y, en ti, no es más que algo prestado. Aunque la casa ha encontrado una luz dentro, brilla por un vecino iluminador.

Da gracias, que no te engañe la vanidad, no levantes la nariz, escucha atentamente y no muestres engreimiento. Qué lástima que este estado prestado haya separado a las comunidades religiosas de la comunión religiosa. Soy esclavo de quien no considera que, en cada caravasar (estado de desarrollo espiritual) ha alcanzado (el privilegio de sentarse a) la mesa (de la unión con Dios). Hay que abandonar muchos caravasares para que, un día, el hombre llegue a su hogar.

Aunque el hierro se torna rojo, no lo es, pues es un rayo prestado por un fuego. Si la ventana o la casa están llenas de luz, no creas que hay nada refulgente excepto el Sol. Cada puerta y pared dicen: «Soy luminosa, no recibo los rayos de otro, yo soy esto». El Sol dice: «Oh vosotras, erradas, cuando me ponga, resultará evidente».

Las plantas dicen: «Somos verdes por nosotras mismas, somos alegres y sonrientes y altas por naturaleza». El verano les dice: «Contemplaos cuando me vaya». El cuerpo presume de su belleza y galanura mientras el espíritu, que ha ocultado su gloria y sus plumas, le dice: «Oh inmundicia, ¿qué eres? Por mis rayos vives un día o dos. Tu coquetería y vanidad no tienen límites, pero espera a que salga de ti. Aquellos cuyo amor te daba calor cavarán una tumba para ti, te convertirán en bocado para las hormigas y reptiles. Y los que se morían por ti se taparán la nariz ante tu hedor».

Los rayos del espíritu son el habla, el ojo y el oído: los rayos del fuego son el bullir del agua. Igual que caen los rayos del espíritu sobre el cuerpo, así caen los rayos de los abdal sobre mi alma. Cuando el Alma de almas se marcha del alma, el alma se vuelve como el cuerpo sin alma. ¡Sábelo! Por ello pongo la cabeza (humildemente) sobre la tierra, para que ella sea mi testigo en el día del juicio. En ese día, cuando temblará poderosamente, la tierra dará testimonio de cuanto ha pasado; pues declarará lo que sabe; la tierra y las rocas comenzarán a hablar.

El filósofo, con su pensamiento y opinión, se vuelve incrédulo: ¡dile que vaya y se rompa la cabeza contra este muro! Los sentidos de quienes poseen corazón (los místicos) entienden el lenguaje del agua, de la tierra y del barro. El filósofo que no cree en el pilar que gime es ajeno a los sentidos de los santos. Dice que el rayo de la melancolía llena de fantasías la cabeza de la gente. Más bien el reflejo de su maldad e infidelidad arrojan esta vana ilusión de escepticismo sobre él.

El filósofo niega la existencia del diablo y, al mismo tiempo, está poseído por un demonio. Si no has visto al diablo, mírate a ti mismo: sin posesión diabólica no tendrías la frente morada. Quien tenga duda y perplejidad en el corazón es un filósofo en secreto. Profesa firmes creencias, pero en algún momento la vena filosófica oscurecerá su cara (le avergonzará).

¡Ten cuidado, oh fiel! Pues esa vena está en ti; en ti hay muchos mundos infinitos. En ti están las setenta y dos sectas: ay de ti si algún día te vencen. Por miedo a esto, el que tiene la suerte (barg) de mantener esta fe (el Islam) tiembla como una hoja (barg).

Te has reído de Iblis y los diablos porque te considerabas una buena persona. Cuando se dé la vuelta al abrigo, cuantos «¡Ay de mí!» saldrán de los seguidores de la religión. En el mostrador, todo lo que parece oro sonríe, porque la piedra de toque está fuera de la vista. Oh Encubridor (de faltas) no levantes el velo de nosotros, sé nuestro protector en la prueba (del día del juicio). Por la noche, la moneda falsa compite con el oro: el oro espera a que llegue el día. Con la lengua de su estado interior el oro dice: «Espera, oropel, hasta que brille el día».

Durante cientos de miles de años el maldito Iblis fue un santo y príncipe de los verdaderos creyentes; por su orgullo, se enfrentó a Adán y fue avergonzado, como la inmundicia en la marea matutina.

Título original: Mathnawi, Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī, 1273, Traducción: Carmen Liaño

Tipo de poesía: 
Tipo de texto: 
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