De la creación como teofanía

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De la creación como teofanía 

La imaginación creadora como teofanía, o el “Dios del que es creado todo ser” Es necesario, ante todo, recordar los actos de la cosmogonía eterna concebida por el genio de Ibn 'Arabi. Un Ser divino, solo en su esencia incondicionada, del que no conocemos más que una cosa: la tristeza de la soledad primordial que le hace aspirar a revelarse en los seres que le manifiestan a sí mismo en la medida en que él se manifiesta a ellos. Ésa es la Revelación que nosotros percibimos y eso es lo que debemos meditar para saber quiénes somos. El leitmotiv no es, pues, el deslumbramiento de una Omnipotencia autárquica, sino una nostalgia profunda: 

“Yo era un Tesoro oculto y quise ser conocido. Por eso he producido a las criaturas a fin de conocerme en ellas”. Esta fase está representada por la tristeza de los Nombres divinos, angustiándose en el desconocimiento porque nadie los nombra, y es esta tristeza lo que viene a distender la Espiración divina (tanaffos) que es Compadecimiento (Rahma) y existenciación (ijád), y que en el mundo del Misterio es Compasión del Ser divino con y por sí mismo, es decir, por sus propios Nombres. Dicho de otra forma, origen y principio son una determinación del amor, que implica un movimiento de ardiente deseo (harakat shawqiya) en aquel que está enamorado. A este ardiente deseo aporta el Suspiro divino su distension.   

Mediante un análisis en el que descubre experimentalmente el misterio del ser en su propio ser, el teósofo evita la oposición teológica entre el Ens increatum y el ens creatum salido de la nada, oposición que hace dudoso el que alguna vez haya podido definirse realmente la relación que mantiene el Summum Ens con la nada de la que haría surgir la criatura. La Tristeza no es el “privilegio” de la criatura; está en el propio Ser creador, es el motivo que hace del Ser primordial, anticipando todas nuestras deducciones, un Ser creador; es el secreto de su creatividad. Y su creación no surge de la nada, de otro que Él, de un no-Él, sino de su ser profundo, de las potencias y virtualidades latentes en su ser no revelado. Por otra parte, la palabra tanaffos implica también el sentido de brillar, aparecer a la manera de la aurora. La creación es esencialmente Revelación del Ser divino a sí mismo, luminiscencia operada en sí mismo; es una teofanía (tajalli iláhí). No hay aquí ninguna idea de creación ex nihilo que abra un abismo sobre el que el pensamiento racional se vea incapaz de tender un puente, pues es esa idea profundamente divisora la que crea oposición y distancia; ni siquiera una fisura que pudiera extenderse en un espacio de incertidumbre, infranqueable por los argumentos y las pruebas. La Espiración divina exhala lo que nuestro shaykh designa como Nafas al-Rahmán o Nafas Rahmáni, el Suspiro de Compadecimiento existenciador; este Suspiro da origen a toda la masa “sutil” de una existenciación primordial designada con el nombre de Nube ('amá). De ahí el sentido del hadíth: “Alguien preguntó al Profeta: ¿Dónde estaba tu Señor antes de crear su creación (visible)? Estaba en una Nube; no había espacio ni por encima ni por debajo”.   

Esta Nube exhalada por el Ser divino y en la que él mismo estaba primordialmente, recibe todas las formas y, a la vez, da las formas a los seres; es activa y pasiva, receptora y otorgadora de esencia (mohaqqiq); por medio de ella se opera la diferenciación en el interior de la realidad primordial del ser (haqiqat al-wojud) que es el Ser divino en sí (Haqq fi dhátihi). Como tal, es la Imaginación absoluta, incondicionada (khayál motlaq). La operación teofánica inicial por la que el Ser divino se revela, “se muestra” a sí mismo, diferenciándose en su ser oculto -es decir, manifestándose a sí mismo las virtualidades de sus Nombres con sus correlata, las hecceidades eternas de los seres, los prototipos latentes en su esencia (a'yán thábita)(8) es concebida como Imaginación activa creadora, Imaginación teofánica, Nube primordial, Imaginación absoluta o teofánica, Compasión existenciadora; son todas ellas nociones equivalentes para expresar una misma realidad original: el Ser divino del que todo es creado (al-Haqq al-makhluq bihi koll shay'). Lo que también equivale a decir, el “Creador-criatura”. Pues la Nube es el Creador, ya que es el Suspiro que él exhala y está oculta en él; como tal, es lo invisible, lo “esotérico” (bátin). Y es la criatura en tanto que manifestada (záhir). Creador-criatura (kháliq-makhlúq): lo que quiere decir que el Ser divino es lo Oculto y lo Revelado, o también el Primero (al-Awwal) y el Último (al-Akhir) 

En esta Nube son, pues, manifestadas todas las formas del ser, desde el orden de los Arcángeles más elevados, los “espíritus extasiados de amor” (al-mohayyamun), hasta los animales y la naturaleza inorgánica; todo lo que se diferencia de la pura esencia del Ser divino en sí (dhát al-Haqq), géneros, especies e individuos, todo es creado en esta Nube.

“Creado”, pero no producido ex nihilo, puesto que el único no-ser concebible es el estado latente de los seres, y puesto que incluso en su estado de potencia pura, ocultos en el recinto de la Esencia no revelada, los seres tienen ya, preeternamente, un estatuto positivo (thobut). Así pues, la “creación” tiene un aspecto negativo, puesto que hace cesar la privación de ser que retiene a las cosas en su ocultación; no-ser de un no-ser, doble negatividad que constituye el acto positivo. En este sentido, es admisible decir que el universo se origina a la vez en el ser y en el no-ser. 

Así la Creación es Epifania (tajallí), es decir, paso del estado de ocultación, de potencia, al estado luminoso, manifestado y revelado; como tal, es el acto de Imaginación divina primordial. Correlativamente, si no estuviera en nosotros esa misma potencia que es la Imaginación activa (qowwat al-khayál) -no la imaginación en el sentido profano (la “fantasía”)- y que es Imaginadora, nada de lo que a nosotros mismos nos mostramos se mostraría. Aquí se anuda el lazo entre la idea de una creación recurrente, renovada de instante en instante, y una Imaginación teofánica incesante, es decir, la idea de una sucesión de teofanías (tajalliyát) por las que se opera la ascensión continua de los seres. Ahora bien, una doble posibilidad caracteriza a esta Imaginación por cuanto que no puede revelar lo Oculto, sino velándolo. Puede ser un velo que asume tal grado de opacidad que nos esclaviza y nos hace caer en la trampa de las idolatrías. Pero el velo puede adquirir una transparencia creciente, pues su única finalidad es capacitar al contemplativo para llegar al conocimiento del ser tal cual es, es decir, al conocimiento que libera, pues es gnosis de salvación. Esto sucede cuando el gnóstico comprende que las múltiples formas sucesivas, con sus movimientos e iniciativas, sólo aparecen separadas del Único al estar veladas por un velo sin transparencia. Adquirida la transparencia, sabrá lo que son y por qué son, por qué hay unión y separación entre lo Oculto y lo Manifestado, por qué hay Señor y vasallo, Adorado y Adorador, Amado y Amante; por qué toda afirmación unilateral de una unidad que les confunde o de una separación que opone sus dos existencias como si no fueran de la misma esencia, equivale a traicionar la intención divina y de ahí la Tristeza que en cada ser aspira a su distensión mediante la manifestación de Su secreto. 

La alusión al Creador-criatura, al Creador que no produce ad extra su creación sino que se reviste con ella de algún modo como la Apariencia (y la transparencia) bajo la que él se manifiesta y se revela antes de nada a sí mismo, se encuentra expresada de formas diferentes: el “Dios imaginado”, es decir, “manifestado” por la Imaginación teofánica (alHaqq al-motakhayyal), el “Dios creado en las creencias” (al-Haqq al makhlúq fi'l-i'tiqádát). Al acto inicial del Creador imaginando el mundo, responde la criatura imaginando su mundo, imaginando los mundos, imaginando su Dios y sus símbolos. O, mejor dicho, éstas son las fases, las recurrencias de un único proceso eterno: Imaginación realizándose en una Imaginación (takhayyol fi takhayyol), Imaginación recurrente lo mismo que -y porque- la Creación es ella misma recurrente. La misma Imaginación teofánica del Creador que ha revelado los mundos, renueva de instante en instante la Creación en el ser humano al que Él ha revelado como su Imagen perfecta; y, en el espejo que esta Imagen constituye, el ser humano se muestra a si mismo Aquel de quien es Imagen. Por esta razón, la Imaginación activa del hombre no podría ser ficción vana, puesto que es la misma Imaginación teofánica la que, en el ser humano y mediante él, continúa revelando lo que se mostró a sí misma imaginándolo primordialmente. 

La calificación de “ilusoria” no puede ser acertada más que en el caso de que, cargándose de opacidad, la Imaginación pierda toda transparencia. Pero cuando manifiesta verdaderamente toda la realidad divina que revela, es liberadora si reconocemos en ella la función que le reconocía Ibn 'Arabi y que sólo ella asume: la coincidentia oppositorum (jam' bayna'l-naqídayn). Este término hace alusión a la respuesta dada por un célebre maestro sufí, Abu Sa'id al-Kharráz: “¿Por medio de qué conoces a Dios? le preguntaron. Le conozco por ser coincidentia oppositorum”. Pues el universo entero de los mundos es a la vez él y no él (howa lá howa). El Dios manifestado en las formas es a la vez simismo y otro que si-mismo, puesto que, siendo manifestado, es el limitado que sin embargo no tiene límite, el visible que sin embargo no puede ser visto. Ahora bien, esta manifestación no es ni perceptible ni verificable por las facultades sensoriales; la razón discriminativa la rechaza. No es perceptible más que por la Imaginación activa (Hadrat alKhayál), la “Presencia” o “Dignidad” imaginativa, la Imaginadora, cuando controla las percepciones sensibles, en el estado de sueño con sueños o, mejor todavía, en el estado de vigilia (estado propio del gnóstico, cuando se ausenta de la conciencia de las cosas sensibles). En suma, es necesaria una percepción mística (dhawq). Percibir todas las formas como formas epifánicas (mazáh ir), es decir, percibir que son distintas al Creador y que, sin embargo, son El -por las figuras que manifiestan y que son las hecceidades eternas- es precisamente operar el encuentro, el cruce del descenso divino hacia la criatura y de la ascensión de la criatura al Creador. Encuentro cuyo “lugar” no es exterior a la totalidad del Creador-criatura, sino que es el plano que corresponde específicamente a la Imaginación activa, a la manera de un puente tendido entre dos orillas. La travesía será esencialmente una hermeneútica de los símbolos (ta'wíl, ta'bír), un modo de comprender que transmuta en símbolos (mazáhir) los datos sensibles y los conceptos racionales, suscitando el tránsito. 

Intermediaria, mediadora: tal es la función esencial de la Imaginación activa, tendremos tiempo de volver a ello. El intelecto ('aql) no puede suplirla. La Primera Inteligencia ('Aql awwal) es la primera determinación (ta'ayyon awwal), nacida en el seno de la Nube, de la Imaginación teofánica absoluta. El elemento mediador entre el mundo del Misterio ('álam al-ghayb) y el mundo de la visibilidad ('álam al-shahádat) no puede ser más que la Imaginación, puesto que el plano de ser y de conciencia que ella implica es aquel en el que los Incorpóreos del mundo del Misterio se “corporifican”, toman cuerpo (lo que no significa que éste sea ya un cuerpo físico material) y donde, recíprocamente, las cosas naturales, sensibles, se espiritualizan, se “inmaterializan”. Veremos los ejemplos que ilustran esta enseñanza. La Imaginación es el “lugar de aparición” de los seres espirituales, Angeles y Espíritus, que se revisten en él con la figura y la forma de su “cuerpo de aparición”; y como los puros conceptos (ma'ání) y los elementos sensibles (mahsúsát) se encuentran ahí para aflorar como figuras personales, prestas a los acontecimientos de las dramaturgias espirituales, es igualmente el lugar donde transcurren todas las “historias divinas”, las de los profetas, por ejemplo, que tienen un significado por ser teofanías; mientras que en el plano de la evidencia sensible, en el que se desarrolla lo que nosotros llamamos “la historia”, el significado, es decir, la verdadera naturaleza de esas historias, que son esencialmente “historias simbólicas”, no podría percibirse. Tales “historias simbólicas” configuran la hierohistoria. 

Fuente: Henri Corbin, La imaginación creadora en el sufismo de Ibn Arabí, Editorial Siruela, España

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