El Oriente de las luces eternas
El Oriente de las luces eternas
Lo que Sohravardî, el el Shaykh al-Ishrâq, hereda fundamentalmente del antiguo pensamiento persa es la idea de una metafísica de la luz que él trasladará al contexto islámico. El término ishrâq, "oriente", nos proporciona una clave esencial para adentrarnos en su pensamiento.
Las palabras "oriente" u "oriental" no son aquí meras referencias geográficas o étnicas, sino que deben ser entendidas en un sentido espiritual; la luz que se levanta en Oriente es la manifestación o epifanía primordial del ser y es, correlativamente, la percepción espiritual que tiene lugar en las conciencias. Así como oriente es, en el mundo sensible, el lugar por el que el Sol rompe las tinieblas de la noche con los primeros resplandores de la aurora, así también designa, en el cielo espiritual del alma, el instante epifánico del conocimiento de sí, un conocimiento que es, básicamente, presencia a sí mismo del ser que conoce, y que, en su conocer, es uno con el conocimiento. En efecto, el conocimiento oriental no es un saber teórico o descriptivo, sino que es ante todo una metamorfosis del ser; si puede ser llamado especulativo es sólo en el sentido de que transmuta el ser del sujeto cognoscente convirtiéndolo en speculum en el que se reflejan las luces puras que se levantan en el Oriente del mundo espiritual. Ese conocimiento (cognitio matutina, pues) es desvelamiento, intuición del corazón u ojo espiritual, pero desde luego Presencia real, "conocimiento presencial" ('ilm hozûrî), como lo llama Sohravardî, frente al conocimiento representativo de los peripatéticos, y que, a diferencia de éste, no precisa de una forma ajena a su objeto. Conocimiento suprarracional, pues, que, como sabiduría que aúna el más alto conocimiento especulativo y la más profunda experiencia espiritual, no tiene otro fin que la theosis, y que, frente a los hábitos mentales que el mundo moderno eleva a la categoría de necesidades o evidencias, de ningún modo trata de ser innovador, aunque -o, precisamente, por ello- deba ser continuamente renovado, ya que es -como dice Corbin- "comprensión en el presente de una Presencia perpetua".
Para Sohravardî, como para el antiguo mazdeísmo, luz y ser se identifican, y esta identificación preside su esquema metafísico y cosmológico. En el punto más alto de la jerarquía de la luz está la Luz de Luces (Nûr al-anwâr), origen eterno de todo lo que existe. Está en la naturaleza de la luz el difundirse y, en tanto que luz proyectada, la Luz de Luces es Luz de Gloria o Xvarnah. Es en Xvarnah donde Sohravardî encuentra la fuente de ese conocimiento oriental, pues conocer no es otra cosa que dejar que el alma, como entidad de luz que es, reciba la luz original para que, iluminándose, ilumine lo que está a su alrededor. La luz autoproyectada desde la Luz de Luces es, pues, una presencia que viene a habitar el alma del ser que se orienta hacia la luz y es, de este modo, iluminado.
Pero Xvarnah es también la fuente del ser, pues en una inicial "condensación", por decirlo así, da lugar a una primera "Luz arcangélica". De la relación entre la Luz de Luces y esa primera emanación surgirá una segunda emanación, personificada en la figura de un segundo Arcángel; de la relación entre el primer Arcángel emanado y el segundo, surge un tercero y así sucesivamente; dicho de otro modo, esa relación primordial entre la Luz de Luces y el primer Arcángel, entre el primer Amado y el primer Amante, constituye la pauta ontológica elemental que luego precisaremos con mayor detalle y que, por repetición sucesiva, da origen a un escalonamiento descendente a toda la cadena ontocosmológica. El universo es, pues, una sucesión de planos que marcan las etapas de la progresiva e inevitable degradación de la luz a medida que se aleja de su Origen, hasta su extinción en la Tiniebla pura.
Sohravardî habla de "arcángeles" para designar las sucesivas emanaciones a partir de la Luz de Luces, porque, en efecto, esa sucesión de "niveles de luminiscencia" que configuran la existencia universal es entendida por toda la tradición persa, como ya hemos visto, como un conjunto de jerarquías angélicas. El universo es, de este modo, un verdadero entramado de órdenes angélicos que manifiestan los diversos grados de luz o, dicho de otro modo, los múltiples estados del ser. Estamos, pues, ante una cosmogonía expresada en términos angelofánicos. El status ontológico de cada ser en la procesión escalonada de lo Múltiple a partir de lo Uno viene determinado, pues, por su mayor o menor participación en la Luz de Luces, generadora de los mundos y origen último de toda forma de existencia.
En consecuencia, Xvarnah es, por una parte, fuente del ser y fuerza que lo mantiene cohesionado y vinculado a la existencia y, por otra, fuente del conocimiento que hace posible la transmutación del ser en la realización de su destino, que no es otro que la sustracción a ese proceso de decadencia para remontarse hacia su origen, invocando la fuerza de la Luz que le precede y de la que procede, a fin de unirse de nuevo a ella en un proceso cósmico de reintegración progresiva que opera, de algún modo, la redención de la Luz por el conocimiento y el amor, pues la fuerza que mueve a cada entidad de luz a volverse hacia la que es a la vez su origen y su destino no es otra que el amor: amor con que el Amante responde al amor del Amado, amor inicialmente prefigurado en la relación entre la Luz de Luces y el primer Arcángel en la mañana eterna del ser. De este modo, Luz de Gloria y Destino personal son los dos aspectos de Xvarnah, que asocia en la misma idea una realidad suprasensible e impersonal y una realidad concreta y personal.
Agustín López Tobajas, tomado del prólogo del libro "El encuentro con el ángel"
de Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, Editorial Trotta, 2002, Madrid