Historia del ave (Segunda parte)

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Historia del ave (Segunda parte)

 

Mientras tanto, lleguemos a nuestro relato y expliquemos nuestras tristezas.

Relato. Sabed, Hermanos de la Verdad, que un grupo de cazadores salieron en partida al desierto; tendieron sus redes, colocaron los cebos y se ocultaron entre la maleza; en cuanto a mí, estaba en la bandada de pájaros. Cuando los cazadores nos avistaron, para atraernos hicieron sonar un reclamo tan agradable que nos sumió en la duda. Nos mirábamos unos a otros, veíamos un lugar tan apacible y placentero, nos sentíamos tan bien acompañados que no experimentábamos inquietud alguna, ni ninguna sospecha nos impidió encaminarnos hacia aquel lugar, volando hacia allá. Al momento caímos en las redes, las anillas ciñeron nuestros cuellos, las mallas aprisionaron nuestras alas, los cordeles anudaron nuestros pies; cualquier movimiento que intentábamos sólo servía para amarrar más fuertemente nuestros lazos y agravar nuestra situación. Acabamos por resignarnos a nuestra suerte; cada cual sólo hacía cuenta de su propio daño, olvidando el de su hermano; sólo procurábamos buscar alguna astucia que nos libertara. Más tarde, acabamos por olvidar a qué degradación había llegado nuestra situación, perdimos la conciencia de nuestras cadenas y de la angostura de nuestra cárcel y nos abandonamos a la inoperancia.

Pero he aquí que un día, mientras miraba entre las mallas de las redes, vi una bandada de pájaros que habían sacado las cabezas y alas de la jaula y se preparaban para el vuelo. En sus pies aún se veían los nudos de las cuerdas, no tan apretadas para impedirles el vuelo, ni tan sueltas como para permitirles una vida tranquila y sin cuidados. Viéndolos, recordé mi anterior estado, del que ya había perdido la conciencia. Lo que en el pasado fue mi vida familiar, me hizo sentir la miseria de mi actual condición. Hubiera querido morir de tan gran tristeza o que mi alma se escapara sin ruido de mi cuerpo cuando los viera partir.

Los llamaba; les gritaba desde el fondo de mi jaula:

- ¡Venid! ¡Acercaos! Enseñadme con qué estrategia puedo libertarme; compadecedme, pues en verdad estoy en las últimas. Pero ellos recordaban la astucia y trucos de los cazadores. Mis gritos sólo sirvieron para asustarlos y alejarlos de mí. Entonces les conjuré en nombre de la fraternidad eterna, en nombre de la camaradería limpia de toda mancha, en nombre del pacto no roto, para que confiaran en mis palabras y borrasen de su corazón cualquier duda. Entonces se me acercaron. Cuando yo les pregunté por su situación me dijeron lo siguiente:

- También nosotros fuimos cautivos del mismo mal que el tuyo; igualmente sufrimos desesperación, fuimos familiares de la tristeza, de la angustia y del dolor.

Acto seguido me enseñaron su medicina. El lazo cayó de mi cuello, mis alas se libraron de las cuerdas, la puerta de mi jaula se abrió. Me dijeron:

- Aprovéchate de tu liberación.

Pero yo les pedí de nuevo:

- Quitadme también esta traba que me queda en el pie.

Me respondieron:

- Si tuviéramos fuerza para ello habríamos empezado por retirar la que estaba a nuestro pie. ¿Cómo un enfermo podría curar a otro? .

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