Ibn ‘Arabî: La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología (primera parte)

Ibn ‘Arabî: La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología (primera parte)

Ibn Arabi es llamado al-Shaykh-al-Akbar, el “Maestro Supremo”, así como Mohyi’i-Dîn, “Vivificador de la religión”. Abû Bakr Mohammad ibnal-‘Arabî (abreviado como Ibn ‘Arabî en este libro) nace en Murcia en 1165 (560 de la Hégira) y fallece en Damasco en 1240 (638 H). Su obra es descomunal, no hay otro calificativo para un legado de más de cuatrocientos escritos que van desde un opúsculo hasta su obra cumbre, al-Fotûhât al-makkiya (Iluminaciones de La Meca) que si se editase al completo superaría varios miles de páginas. Esta enciclopedia del esoterismo islámico, junto con su libro Fosûs al-Hikam (Las gemas de las sabidurías de los profetas o Los engarces de la Sabiduría), fueron obras totalmente inspiradas, nos dice Ibn ‘Arabî, letra por letra. “En verdad, Dios me ha dictado por el órgano del Ángel de la inspiración todo lo que he escrito”, afirma respecto a las Fotûhat. En cuanto a las Fosûs, las escribió en 1230 una vez que, según cuenta, el Profeta Muhammad se le apareciera en un sueño con un libro en la mano y le ordenase que lo copiara. Asimismo, buena parte de su obra está igualmente impregnada de inspiraciones provenientes de sólo Dios (Allah) sabe que Mundos de la Imaginación Creadora y metamundos. No se consideraba un “hacedor” de sus obras, sino un instrumento humano que las hacía posibles en su manifestación escrita, aunque en ocasiones aparecieran en medio de una disertación espiritual fragmentos relativos a la más nimia de los actos cotidianos, y es que, para él, todo lo existente es una epifanía divina y se encuentra entrelazado por vínculos sutiles:

 “Todo autor, en efecto, escribe bajo el imperio de su libre albedrío (aunque dicho está que su libertad está sometida al decreto de Dios) o bajo la inspiración de la ciencia que especialmente posee. Desecha, por consiguiente, lo que quiere y elige lo que bien le place; o encuentra tan sólo lo que su propia ciencia le ofrece y la cuestión está tratando le sugiere para ponerla en evidencia. En cambio, nosotros en nuestras obras no procedemos de esa manera. Nuestros corazones se limitan a permanecer inmóviles ante las puertas de la Majestad divina, espiando el momento en que esas puertas se abran al corazón, que por sí mismo nada posee, pues es pobre y está vacío de todo conocimiento. Si en aquel estado se le preguntase al corazón alguna cosa, ni siquiera oiría la pregunta, porque entonces hasta carece de sensibilidad. Pero tan pronto como a través de aquel velo se le revela de improviso alguna cosa, el corazón se apresura obediente a someterse a la inspiración recibida, acogiéndola tal y como le ha sido comunicada”.

Además de la gran biblioteca del Corazón por la que se contacta con la Internet del Alma Universal y aún de la primera de las hipóstasis ackbarianas, el Intelecto Primero, ¿de qué otros manantiales esotéricos bebió? Miguel Asín Palacios lo vinculaba a las enseñanzas transmitidas por los seguidores del maestro andalusí cordobés Ibn Masarra. Asimismo, por el propio Ibn ‘Arabî sabemos que tuvo numerosos maestros sufís en al-Andalus y en el norte de África, tal como reflejó sobre todo en la llamada Epístola de la Santidad, destacando entre todos ellos las enseñanzas de Abû Madian a través de algunos discípulos. El apelativo o sobrenombre que le dieron de Ibn Aflatûn, (“Hijo de Platón” o “el Platónico”) pone en relieve una convergencia espiritual con el neoplatonismo. Sin ir más lejos, la cosmogonía y cosmología de Ibn ‘Arabî presenta, en efecto, muchas analogías con las del neoplatonismo, aunque plenamente readaptadas al Corán y a diversos hadices (tradiciones orales asignadas a Muhammad, el Profeta del Islam), y complementadas por la propia espiritualidad de nuestro insigne andalusí que le dio su “toque akbariano”. Es así como los arquetipos platónicos que se encuentran en estado potencial en la hipóstasis plotiniana de la Inteligencia-Espíritu-Intelecto Primero pasan a ser los Nombres y Atributos de Dios, los cuales comienzan su procesión actualizadora a través de las esencias arquetípicas reflejadas en el Alma del Mundo, si bien en Ibn ‘Arabî resultan mucho más “espirituales” al estar teñidos de connotaciones religiosas sin intelectualizar y tomando siempre como referente la revelación coránica (el Intelecto Primero es el Cálamo y el Alma del Mundo la Tabla Preservada).

Además de estas influencias, y quizás sea la más importante de todas, por los datos biográficos que va esparciendo en su prolífica obra, Ibn ‘Arabî fue uno de los grandes visionarios –en el más espiritual de los conceptos- de la historia de la Humanidad y mantuvo “diálogos” o simplemente se dedicó a escuchar o a ver lo que le mostraban “entidades espirituales personificadas”, a modo de “gurús” corporeizados temporalmente en esa sustancia sutil que solo la Imaginación Creadora del Corazón puede captar. Entre ellos cabe reseñar la de Jadir el Verdeante y la de algunos de los profetas más preclaros reconocidos por el islam. Su metafísica se encuentra resumida en los Fosûs al-Hikam en los que presenta sus ideas dominantes:

 “Unicidad del Ser, noción de la hecceidad pre-eterna, noción de Hombre Perfecto, universalidad de la presencia divina en todas las representaciones que las criaturas se hacen de Dios, infinidad de la Misericordia de Dios…”.

Imposible resumir convenientemente lo esencial de su cosmovisión, de su gnosis. Tan solo vamos a referir aquello que afecta directamente al eje central de este libro que es la función demiúrgica de la Imaginación (con mayúscula) en la creación de las realidades psíquicas captables por la consciencia humana tras pasar por el alma. Sobre la naturaleza exacta de tales imágenes, en términos junguianos únicamente se podría decir que es psicoide, esto es, de una naturaleza incognoscible que precede a toda manifestación, sea psíquica o corpórea, y que es el origen matricial de ambas formas fenoménicas, de ahí que, se encuentren entrelazadas inevitablemente (de ahí las sincronicidades, los carismas o milagros, todo lo parapsicológico y paranormal). Los antiguos –aclaramos- llamaban Espíritu a lo que Jung cataloga como psicoideo. Concepto fundamental akbariano es el de la Unicidad del Ser en la Multiplicidad de la Creación. Dicho de otra manera, Dios es Trascendencia de la Esencia Incondicionada y sin merma alguna otorga existencia y vida con su Presencia a lo fenoménico continuamente y en todos los grados ontológicos de lo creado tanto en sus ámbitos invisibles o visibles, desde el Mundo Angelical-Espiritual (Jabarut, la hipóstasis plotiniana de la Inteligencia), pasando por el Alma del Mundo (Malakut) hasta el mundo de la manifestación sensorial (Molk). Trascendencia e inmanencia, incomparabilidad y semejanza se dan en toda esta procesión de los estados múltiples del ser. El Ser (Wûyud) es la Realidad Principial (principio, arkho, de ahí que la conceptuamos con el neologismo Principial), anterior a toda entidad, arquetipos incluidos. En verdad, nos dice Ibn ‘Arabî, Él es lo único auténticamente Real (Wûyud) pues es el Ser Necesario sin el cual nada “es” y ni puede llegar a ser. Dios ha querido auto-revelarse a partir de lo que ha imaginado. El Universo es como una sucesión indefinida de espejos que auto-reflejan las Imágenes Primordiales, esto es los arquetipos primigenios (Nombres y Atributos), por medio de una especie de escala ontológica existencial jerarquizada pero interrelacionada casi orgánicamente.  El Universo, por tanto, “es sólo lo que se manifiesta en el Ser de Dios, en el Ser Real”. El Ser, Dios, es trascendente, pero al mismo tiempo inmanente en la procesión consecutiva, e instantánea, no obstante, por la que renueva su presencia teofánica microsegundo a microsegundo. “El mundo no es otra cosa que Su epifanización en las formas de las esencias inmutables que no pueden existir sin Él (…) Es el espejo en el cual te ves, y tú eres el espejo en el que Él ve Sus Nombres y la manifestación de sus estatutos, los cuales no son otra cosa que Él”. Las criaturas somos “lugares teofánicos” en los que se epifaniza porque, como dice un hadiz qudsi (atribuido al mismo Dios), “Yo era un tesoso escondido y amé el ser conocido; por ello, creé las criaturas con el fin de ser conocido”. Mas “sólo Dios abarca todas las cosas en conocimiento” (Corán, 65:12), sean del cosmos o del metacosmos del Jabarut por siempre: Tal conocimiento está ya implícito antes incluso de ser creadas, pues es un conocimiento pleno “de todas las características que mostrarán a lo largo de su estancia en el universo”. En lo que concierne al ser humano, para Ibn ‘Arabî -y voy a interpretarlo psicológicamente-, el yo amplio su campo de actuación (su consciencia), adquiriendo nuevos conocimientos. Estos son de tres modalidades, según provengan de su propia reflexión racional, de lo que han revelado los profetas (religiones reveladas) o lo que le viene por inspiración desde el inconsciente colectivo psicoideo. Ibn ‘Arabî dice que la gnosis superior es una develación espiritual que desciende sobre el alma de los iniciados en la Estación de la No-Estación, más allá del árbol Loto del Término (símbolo que en las tradiciones sobre la Ascensión de Muhammad expresa el límite del Universo). Todos los niveles de conocimiento son válidos pero incompletos, excepto esta revelación divina, “que no niega nada y, por lo contrario, sitúa cada cosa en el nivel que le corresponde”. Esto quiere decir que, cognoscitivamente, todo lo que no es develación divina es relativo, todas las cosas y todas las percepciones son relativas, incluso las enseñanzas provenientes del conocimiento profético ya que sólo quienes se sitúan en la Estación de la No-Estación, más allá incluso de la Matrix Imaginal, del Alma del Universo (Malakut, en el islam), acceden a percibir las realidades en el máximo grado divino que le es posible recibir al ser humano. Y él, Ibn ‘Arabî, asegura ser uno de los pocos Amigos de Allah que lo han conseguido por la Gracia de Dios y a través del poder creativo de la Imaginación. La vía de acceso a los conocimientos esotéricos es la Imaginación Creadora que se asienta en el “corazón sutil” del ser humano. “Quien no conozca la función de la imaginación no posee el menor conocimiento”, nos advierte.

Fuente: Ángel Almazán de Gracia, Perdidos en el Mundo Imaginal. Mandala Ediciones, Madrid, 2010

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