Ibn ‘Arabî; La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología (segunda parte)

Ibn ‘Arabî:  La imaginación, el Mundo Imaginal y su escatología (segunda parte)

 

 La imaginación es demiúrgica en todos los niveles o grados (cósmicos y metacósmicos). Dios ha creado todo partiendo de su imaginación. Todos los posibles (informales y formales, existenciados o no), son los personajes del sueño divino.  Ahora bien, al estar inmanente Dios en su Creación (que no es más que una serie de finitos que ocupan una mínima parte de su Infinitud), sus criaturas tienen también el correspondiente acceso al poder demiúrgico de la imaginación. A través de la razón podemos entender la Trascendencia-Incomparabilidad de Dios, pero sólo a través de la imaginación llegamos a sentir su inmanencia y la danza de correspondencias simbólicas entre los diversos mundos (léase, estados del ser). Para Ibn ‘Arabî el Profeta Muhammad, como manifestación humana del Hombre Universal u Hombre Perfecto, en el que todas las teofanías y epifanías confluyen, es quien ha mostrado el camino a seguir empleando correctamente la imaginación: 

“Muhammad consideraba las cosas sensibles existentes en el mundo externo como productos de la imaginación, más aún, como imaginación dentro de la imaginación. La razón de ello es que consideraba este nuestro mundo como un sueño, siendo la única ‘realidad’ [en el verdadero sentido de la palabra], según su opinión, lo Absoluto revelándose como es realmente en las formas sensibles, que no son sino distintos lugares de su manifestación. Esta verdad no se entiende sino cuando uno despierta de esta vida, que es sueño de olvido, cuando uno muere para este mundo a través de la aniquilación de sí en Dios”.

La “realidad” de las cosas las sentimos tal cual, reales, porque participan de forma dependiente de la Realidad del Ser, a su modo y en el contexto de la escala fenoménica en el que las percibimos dentro del mundo manifestado. Sentimos que son reales porque son lugares de manifestación (mazhar) del Ser, mas seguimos ignorantes de lo que no manifiesta, pues Dios es el Manifiesto y el No-Manifiesto (Corán, 57:3). Las cosas son “reales” para nuestros sentidos exteriores y la reflexión en función de la cualidad y cantidad con las que están impregnadas por la Realidad. Su significado oculto, su esencia o sentido esotérico, sólo nos es accesible a través de los sentidos interiores anímicos de la Imaginación Creadora. El conocimiento esotérico revela que “no hay una identidad absoluta entre una entidad existente y Dios, ni tampoco hay una diferencia absoluta” puesto que somos inexistentes en la Existencia (Ser-Wuyûd) y existentes en el no-ser de la inexistencia dentro de la Imaginación de Dios13. Paradojas, ciertamente, pero la gnosis es siempre el camino de la paradójica coniunctio oppositorum. Ya San Pablo, que se transformó en profeta del cristianismo emergente tras ser “raptado al tercer cielo”, desvela que “si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos; así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos” (Romanos, 14,7). Lo Absoluto es lo Infinito. Nada hay ajeno a Él, en cuya infinitud, concibe todos los universos materiales, psíquico-sutiles, psicoideos y metafísicos. En palabras de Ibn ‘Arabî, venimos de Él, por Él estamos existiendo y a Él vamos . La ontología akbariana del Ser en sus estados múltiples se expresa recurriendo a dos estructuras imaginales: por una parte, un modelo plotiniano-pseudo empedócleo (que veremos más adelante) y por otra con una cosmovisión que distingue los siguientes cinco mundos básicos o modos ontológicos de la Realidad Absoluta en su manifestación teofánica:

“1. El plano de la Esencia, el mundo de la absoluta ausencia de manifestación o el Misterio de Misterios.

2. El plano de los Atributos y Nombres, la Presencia de la Divinidad.

3. El plano de las Acciones, la Presencia del Señorío.

4. El plano de las Imágenes y la Imaginación.

5. El plano de los sentidos y la experiencia sensible”.

 Estos cinco planos constituyen un conjunto orgánico, actuando las cosas de un plano inferior como símbolos o imágenes de las cosas de los planos superiores”. Por consiguiente, cualquier cosa de nuestro mundo sensorial, de nuestra realidad corriente, es una manifestación simbólica (por muy “real” que la sintamos) del Mundo de las Imágenes, y lo que allí se encuentre es, a su vez, una representación simbólica del Mundo anterior… Y así, de reflejo en reflejo, se llega al Principio Absoluto. Hay que mirar, por tanto, a través de los ojos de la imaginación para poder ver, al final de este proceso simbólico imaginal, su raíz auténtica, Dios. “Quien así lo hace encuentra en todas partes un ‘fenómeno’ de la Realidad, vea lo que vea, oiga lo que oiga en este mundo… A los ojos de un hombre dotado de este tipo de capacidad espiritual el mundo de la ‘realidad’ deja de ser algo sólidamente autosuficiente y se convierte en una profunda y misteriosos selva de símbolos, un sistema de correspondencias ontológicas”, imágenes oníricas incluidas16. En la psique la imaginación actúa en una triple dirección y nivel ontológico. Empezando por su grado inferior: como función secundaria psíquica y tal como indicara Aristóteles, su capacidad reproductora convierte lo sensorial y los pensamientos en imágenes para que la consciencia las capte a través del cerebro. En segundo lugar, como imaginación simbólica puede entrelazar cualquier cosa de los tres reinos (mineral, vegetal y animal) con imágenes arquetípicas, descubriendo así sentidos ocultos que hacen vibrar su alma. Y, por último, merced al “ojo del corazón” su psique da un “salto cuántico” al quedar desbloqueados los cerrojos racionales del yo y puede acceder al Mundo de las Imágenes o de la Imaginación (alam al-Mithal). Los más agraciados por Dios, dice Ibn ‘Arabî, incluso “vuelan” a estados superiores más altos, supraindividuales, alejados de todo el dominio de la manifestación que es el de la multiplicidad y lo transitorio. A modo de resumen de lo dicho imaginémonos que fuésemos Dios (lo único Real, Autosubsistente, Eterno e Infinito), en tal caso el cosmos entero lo veríamos como una recreación imaginal, maya que dirían los hindúes y budistas, y aquellos humanos que viesen al cosmos como algo independiente de Dios, libre y autónomo por sí mismo (regido por el azar o leyes de la Naturaleza surgidas por sí mismas a lo largo de millones de millones de años), los consideraríamos personas ilusas, hechizadas, fantasiosas y dormidas. “Has de saber que tú eres imaginación, y que todo lo que percibes y de lo que dices ‘esto no soy yo’ es imaginación. La realidad [lo que crees ser real] en su totalidad es una imaginación en el interior de una imaginación”, nos advierte el maestro andalusí17. Este mundo es, por consiguiente, como un sueño, así que requiere una interpretación. “Es un desatino absoluto pensar que lo que percibimos, ya sea fuera o dentro de nosotros, es cualquier otra cosa que una mera imagen que refleja otra cosa. Estas imágenes, al igual que las imágenes de los sueños, no pueden considerarse tal cual aparecen”, aclara Chittick . Hay que captar su polivalente simbolismo y trasfondo arquetípico19. “En este mundo el ser humano vive en un sueño. Es por ello por lo que se le ha ordenado que interprete… Ya que vives en un sueño en tu vigilia en este mundo, todo aquello en lo que estás inmerso es una cuestión imaginal [aunque sólo fuera por las innumerables identificaciones y proyecciones inconscientes] cuyo propósito es otra cosa. Esa otra cosa no se encuentra en aquello que tú ves”, afirma Ibn ‘Arabî. Si la naturaleza real nos ha sido arrebatada, lo que tenemos que hacer es dotarla de sobrenaturaleza con la Imagen, proclama el poeta cubano José Lezama, inmerso en el seno de una comprensión imaginal un tanto akbariana. Nuestro yo tiene, por tanto, que acceder a una “visión interior”, dejarse mecer por la imaginación activa para poder “ver” esas sobre-realidades con que están impregnados los minerales, las plantas, los animales, los seres humanos y sus actos.  Pero es que, además, el alma humana puede “trasladarse” al Mundus Imaginalis, donde encontrará imágenes personificadas de entidades espirituales dotadas de cuerpos sutiles. Así lo asegura Ibn ‘Arabi, viajero infatigable por alam-al Mithal, el Mundo de las Similitudes. Dios, en su Misericordia, se auto-revela al alma humana en “lugares de manifestación”, es decir, con formas imaginales, en imágenes perceptibles por los “ojos del alma”, por su “corazón”. No son ni ideas de la mente ni meras fantasías puesto que el alma, con sus sentidos interiores, las siente (ve, oye, toca, saborea y huele). También puede conversar con ellas, como en los sueños, pero en un nivel ontológico superior por encontrarse en un estado superior del ser. Alam-al-Mithal es un mundo ontológicamente superior al terrestre-sensorial:

 “El Mundo de las Imágenes es, desde un punto de vista ontológico, un terreno intermedio de contacto entre el mundo puramente sensible y el mundo puramente espiritual, o inmaterial. Es, como lo define Affifi [comentarista de Ibn ‘Arabî], un mundo realmente existente en el que se hallan las formas de las cosas de un modo que oscila entre la delicadeza y la tosquedad, o sea entre la pura espiritualidad y la pura materialidad”.

Es donde se corporizan los arquetipos y se pneumatizan los cuerpos. Y una de las vías psíquicas por las que nos llegan a la consciencia son los sueños arquetípicos (sueños verídicos en el islam). Las revelaciones religiosas, las inspiraciones artísticas, los raptos visionarios y éxtasis místicos tienen lugar ahí, en el Mundo Imaginal, en el Imaginario Colectivo Matricial. Ahora bien, y esto es muy importante comprenderlo, este Mundo Imaginal, este Imaginario Colectivo Matricial, no se encuentra en otra galaxia y no hay que montar en nave alguna para acceder a él. Está ya presente aquí y ahora, aunque no nos apercibimos de ello porque nuestra consciencia no sintoniza en su misma frecuencia de emisión. Como los neutrinos de la física subatómica que atraviesan cualquier materia por millones y en cada segundo, las imágenes arquetípicas de alam-al-Mithal que reflejan los arquetipos del Alma del Mundo (Malakut) gozan de una capacidad similar con respecto al psiquismo humano. Y sólo cuando, de algún modo, las frecuencias de los cinco sentidos perceptivos se ajustan a los sentidos interiores y estos, a su vez, sintonizan con la frecuencia emisora del Mundo Imaginal, podemos ser conscientes de su presencia. Máxime cuando, para poder ser captadas por nuestro yo, tales percepciones adoptan formas imaginales de corporalidad sutil. En tales momentos los sentidos anímicos internos trasfieren su percepción a los cinco sentidos físicos; ambos sentidos convergen temporalmente cuando la consciencia está despierta (vigilia). Pero si está inconsciente (sueños, desmayos…) las percepciones son únicamente con los sentidos internos, aunque siguen teniendo algún tipo de contacto con el sistema nervioso simpático y parasimpático. En esto consiste, a nuestro entender, la Imaginatio Vera.  Ibn ‘Arabî afirma que los arquetipos como esencias inmutables “no pueden ser manifestadas en la existencia más que por medio de la forma correspondiente a lo que ellas son en el estado esencial (…) Esas esencias son eternas en su estado esencial de inmutabilidad, y efímeras en su estado de existencia y de manifestación”. Tal proceso de “corporeización”, desde lo más sutil (ángeles) a lo más material (el mineral), tiene una gradación jerárquica: el precedente estado de ser es el “principio esencial y sustancial” del que le sigue, al que, por consiguiente, engloba23. Esto quiere decir –repetimos nuevamente- que todo lo que existe en la Tierra son “imágenes” de sus modelos en el Mundo de las Semejanzas o Mundus Imaginalis, como lo existente allí es un reflejo especular del plano ontológico anterior y así hasta llegar a la Fuente de todas las Fuentes. Por eso es factible para la consciencia encontrar las correspondencias simbólicas entre el Mundo Imaginal y el terrestre en su intramundo psíquico.

 

Fuente: Ángel Almazán de Gracia, Perdidos en el Mundo Imaginal, Mandala Ediciones, Madrid, 2010

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