La consistencia espiritual (segunda parte)
La consistencia espiritual (Segunda parte)
Debe trazarse una guía de todo este conocimiento para comprender cómo determinadas maneras de ser y ciertos comportamientos suponen la aparición, el día de la resurrección, de efectos externos que le son propios. Un ejemplo: la violencia de la cólera en un hombre hace que se le altere la sangre, que se le congestione el rostro y se le hinche la epidermis. Ahora bien, la cólera es un estado psíquico, algo que existe en el mundo interior del hombre. Los efectos que constatamos son los modos de ser de los cuerpos materiales orgánicos, lo que no impide que los efectos producidos por estados puramente psíquicos tengan lugar en este mundo. Entonces, cómo nos puede sorprender que en otro mundo la cólera se convierta en un puro fuego que abrase el corazón, infecte las entrañas, corroa las vísceras, del mismo modo que aquí le es inherente calentar los cuerpos, acelerar las pulsaciones de las arterias, provocar temblores en sus miembros, consumir los humores e incluso provocar una grave enfermedad, o un accidente mortal. Pues bien, esto es exactamente lo que ocurre con todas las formas corporales y materiales que existen en el más allá; todas ellas son el resultado de los hábitos adquiridos por las almas, de los buenos o malos comportamientos, de las creencias que han tenido, de sus buenos o malos propósitos, de todo lo que arraigue en ellas la repetición de los actos y de las formas de actuar en este mundo. Por esta razón, si los actos provocan los comportamientos en este mundo, las almas, por sus modos de ser, son los principios de los cuerpos en el más allá.
En cuanto a la materia con la que están formados los cuerpos en el más allá, la materia mediante la cual se plasman y adquieren forma las intenciones, esa materia no es sino la propia alma humana. Al igual que la "materia material" (hyle) es aquí la materia con la que están formados los cuerpos y las formas con dimensiones, sin que esa materia tenga en sí misma extensión, del mismo modo el alma humana es la materia con la que se forman en el más allá los seres dotados de dimensión y de figura, aunque el alma sea en sí misma una realidad espiritual carente de extensión. Pero aquí se producen, en su función análoga, ciertas diferencias entre el alma y la hyle.
La existencia de la materia (hyle) es una existencia puramente en potencia; no puede existir en sí misma más que a través de las formas corporales. Muy distinto es lo que ocurre con el alma, que existe en sí misma en acto, con una existencia sustancial y dotada de la facultad de percepción. Comienza por ser aquí la forma del cuerpo elemental y luego se transforma en una materia del más allá para las formas del más allá con las que está unida de una manera sui generis. Por una parte, es pues la forma de las realidades materiales de este mundo y por otra la materia de las formas del más allá, insufladas en ella "el día en el que el tañido del Ángel haga resonar la trompeta", y entonces todas acudirán en tropel según la variedad de sus especies.
Además, el alma es una materia espiritual y sutil (mādda rūḥāniyya laṭīfa, spissitudo spiritualis); no puede adoptar formas más que en estado sutil y suprasensible, que no son perceptibles a través de los sentidos de este mundo, sino mediante los sentidos del más allá. La materia material (la hyle) es por el contrario una materia densa y opaca, que recibe las formas densificadas, fijadas por las dimensiones y las posiciones sensibles, a las que se añade virtualidad y no ser. Es más, la materia material se comporta de manera pasiva respecto a las formas que adopta, experimenta cambios, alteración y movimiento. Sin embargo, el comportamiento del alma al recibir las formas que arraigan en ella es una acción conservadora, una implicación activa.
No hay ninguna incompatibilidad entre su receptividad respecto a las formas y su acción productora de esas mismas formas, ya que es precisamente por una única y misma "razón" de su ser por lo que produce y recibe simultáneamente las formas e imágenes que ella misma produce. Lo mismo ocurre con su conocimiento de los primeros principios, cuya existencia no difiere de la existencia misma de la inteligencia que provoca su existencia.
Hay otras diferencias: la receptividad no tiene allí el sentido de una aptitud adquirida progresivamente, ni de un futuro potencial. Las formas son además otras tantas perfecciones para sus materias y sustratos, mientras que allí las formas que surgen de la propia alma no son perfecciones suyas en tanto que formas actualizadas para ella. La perfección creciente del alma consiste por el contrario en su actualización de estas formas, es decir, en ser de tal modo que ella misma produzca estas formas y las haga objeto de su propio conocimiento. Entre ambos aspectos hay una diferencia fundamental que ya hemos explicado en el lugar adecuado.
Ṣadr al-Dīn Sīrāzī (Mullā Ṣadra). Cuerpo espiritual y Tierra celeste Del Irán mazdeísta al Irán chiíta. Henry Corbin .Traducción de Ana Cristina Crespo.El Árbol del Paraíso Ediciones Siruela