La historia de Adán, la paz sea con él, y de cómo el destino divino selló su vista para que no observara el sentido claro de la prohibición y no se contuviera interpretándola
La historia de Adán, la paz sea con él, y de cómo el destino divino selló su vista para que no observara el sentido claro de la prohibición y no se contuviera interpretándola
El padre de la humanidad, que es el señor de Él le enseñó los nombres tenía cientos de miles de ciencias en cada vena. En su alma se acumulaban los nombres de cada cosa que existe, en su naturaleza real, hasta el fin del mundo. No se cambiaba ningún título que otorgara; si llamaba a algo «enérgico» no se convertía en «perezoso». Veía desde el principio a quien iba a ser un creyente hasta el final; quien acabaría siendo un infiel resultaba manifiesto para él. Escucha el nombre de cada cosa del conocedor; atiende al sentido más profundo del misterio de Él le enseñó los nombres.
Para nosotros el nombre de cada cosa es su realidad externa, pero para el Creador es la interna. A los ojos del Moisés, el nombre de su vara era «cayado», pero para el Creador era «dragón». Aquí el nombre de Omar era «idólatra», pero en el mundo preexistente (Alast) era «creyente». Lo que para nosotros era «semilla», a los ojos de Dios eras tú que estás ahora sentado junto a mí. Esta «semilla» era una forma en la no-existencia que existía con Dios, ni más ni menos. Resumiendo, lo que es nuestro fin es, realmente, nuestro nombre con Dios. Le concede a la persona un nombre de acuerdo con su estado final, no según el estado que Él denomina «préstamo».
Puesto que Adán veía por medio de la Luz Pura, le resultaban evidentes el alma y el sentido interior de los nombres. Como los ángeles percibían en él los rayos de Dios, se postraron en adoración y se apresuraron a rendirle homenaje. Este Adán cuyo nombre celebro, me quedo corto aunque le alabe hasta la resurrección. Sabía todo esto, sin embargo, cuando llegó el destino divino, falló en el conocimiento de una sola prohibición, pensando si la interdicción era con el propósito de hacerlo ilícito o si admitía una interpretación y era causa de perplejidad. Cuando se decidió por la interpretación, su naturaleza se apresuró aturdida hacia el trigo, fruto prohibido. Cuando la espina se clavó en el pie del jardinero (Adán), el ladrón (Satán) encontró su oportunidad y se llevó los bienes corriendo. En cuanto escapó del aturdimiento y regresó al camino recto vio que el ladrón había robado la mercancía de la tienda. Exclamó: «Oh Señor, hemos hecho mal» y «¡Ay de mí!» que significa: «llegó la oscuridad y se perdió el camino».
El destino divino es una nube que cubre el Sol mediante la cual los leones y los dragones se vuelven como ratones. Si yo, la abubilla, no veo una trampa en la hora de la orden de Dios «no soy la única ignorante en el curso del mandato divino». ¡Feliz quién se aferró a la rectitud, abandonó su fuerza y se dedicó a suplicar! Aunque el destino divino te envuelva en una tiniebla como la noche, al final tomará tu mano y te guiará. Aunque intente quitarte la vida cien veces, sin embargo te da vida y te sana. Aunque te descarríe cien veces, planta tu tienda en lo alto del cielo.
Sabe que esto proviene de la amabilidad de Dios, que te aterroriza para que pueda establecerte en el reino de la seguridad. Este tema no tiene fin. Es tarde. Atiende a la historia de la liebre y el león.
Fuente Masnavi
Traducción: Carmen Liaño