La historia de la rivalidad entre los griegos y los chinos en cuanto al arte de pintar y dibujar

Autor: 

La historia de la rivalidad entre los griegos y los chinos en cuanto al arte de pintar y dibujar

                 Los chinos dijeron: «Somos los mejores artistas». Los griegos afirmaron: «La superioridad y la excelencia nos pertenecen». «Os pondré a prueba», dijo el sultán, «y veremos quién tiene razón».

            Los chinos y los griegos comenzaron a discutir, pero los griegos se retiraron del debate. Entonces los chinos dijeron: «Dadnos una habitación y que los griegos tengan otra». Les dieron dos estancias contiguas con una puerta que las separaba. Los chinos se metieron en una y los griegos en otra. Los chinos le pidieron al rey que les diera cien colores y este les abrió el tesoro. Cada mañana, por su generosidad, a los chinos se les entregaban los pigmentos.

            Los griegos dijeron: «Ninguna tintura ni color es adecuado para nuestro trabajo, no se necesita nada salvo quitar la herrumbre». Cerraron la puerta y se pusieron a pulir: se volvieron claros y puros como el cielo. Hay un camino de la multiplicidad de colores a la ausencia de estos: el color es como las nubes y su falta como la Luna. La luz y esplendor que se ven en las nubes provienen de las estrellas, la Luna y el Sol.

            Cuando los chinos hubieron terminado su trabajo, batieron los tambores de alegría. El rey entró y vio lo que habían pintado y quedó extasiado. Después fue hacia los griegos, que retiraron la cortina de separación. Las pinturas y obras chinas se reflejaban en la pared que había sido purificada. Todo lo que el rey había visto en la habitación china parecía más bello aquí; los ojos se salían de las órbitas.

            Los griegos, oh padre, son los sufíes que no tienen estudios, libros ni erudición, pero han pulido sus pechos y los han purificado de codicia, avaricia y odio. La pureza del espejo es, sin duda, el corazón que recibe innumerables imágenes. Ese Moisés lleva en su seno una infinita forma sin forma de lo Invisible reflejada en el espejo de su corazón. Aunque esa forma no está contenida en el cielo, ni en el empíreo, ni en la esfera de las estrellas, ni en la Tierra que está sobre el Pez, pues todos ellos son limitados y numerados, se contiene en el corazón: has de saber que el espejo del corazón no tiene límites.

            Aquí el entendimiento se calla o yerra, porque el corazón está con Él o, de hecho, es Él. El reflejo de cada imagen brilla hasta el infinito solo desde el corazón, tanto con pluralidad como sin ella. Hasta la eternidad cada imagen que cae sobre él aparece sin imperfección. Quienes pulen sus corazones han escapado al aroma y al color: contemplan la belleza a cada momento sin dilación. Han renunciado a la forma y corteza del conocimiento, han alzado el estandarte del ojo de la certeza. El pensamiento se ha ido y han adquirido luz: han alcanzado la garganta (esencia) y el mar (fuente última) de la gnosis.

            La muerte, que aterra a los demás, para ellos (los sufíes perfectos) es irrisoria. Nadie logra la victoria sobre sus corazones: el daño es para el caparazón de la ostra, no para la perla. Aunque han abandonado la gramática (nahw) y la jurisprudencia (fiqh), se han dedicado, sin embargo, a la anulación mística (mahw) y a la pobreza espiritual (faqr). Desde que brillaron las formas de los ocho paraísos, sus corazones han estado receptivos. Acogen cien impresiones del empíreo, de la esfera estelar y del vacío. ¿Qué impresiones? No, es la visión de Dios.

Fuente masnavi. Traducción: Carmen Liaño

 

 

Tipo de poesía: 
Tipo de texto: 
Share/Save