La historia del rey que se enamoró de una doncella y la compró

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La historia del rey que se enamoró de una doncella y la compró

Había una vez un rey que detentaba el poder temporal y el espiritual. Un día cabalgaba de caza con sus cortesanos. En el camino real, divisó a una doncella y quedó prendado de ella. Puesto que el pájaro, su alma, revoloteaba en la jaula, pagó dinero y compró a la muchacha. Cuando la hubo adquirido y conseguido su deseo, por destino divino ella enfermó.

Cierto hombre tenía un burro pero carecía de albarda: cuando la consiguió, un lobo se llevó al asno. Tenía un cántaro, pero no podía conseguir agua: cuando encontró agua, el cántaro se rompió.

El rey reunió a muchos médicos y les dijo: «La vida de ambos está en vuestras manos. La mía no importa, mas ella es la vida de mi vida. Estoy herido y doliente: ella es mi remedio. Quien sane a la que es mi vida se llevara mi tesoro, mis perlas y mi coral».

Le contestaron diciendo: «Nos esforzaremos al máximo y uniremos toda nuestra inteligencia. Cada uno de nosotros es un mesías de un mundo: en nuestras manos hay una medicina para cada enfermedad». No dijeron, en su arrogancia, «si Dios quiere»; por ello, Dios les mostró la debilidad del hombre. Me refiero a la omisión de la cláusula por dureza de corazón; no se trata simplemente de pronunciar las palabras, pues ello es una circunstancia superficial. ¡Cuántos no la han mencionado pero su alma estaba en armonía con el espíritu de ella!

Cuantos más remedios y curas aplicaban, más se acrecentaba la enfermedad, y no se satisfacía la necesidad. La chica enferma adelgazó hasta quedarse como un cabello y los ojos del rey fluían con lágrimas de sangre, como un río.

Por destino divino, el hidromiel producía bilis y el aceite de almendras aumentaba la sequedad. Al administrar mirobálano, se producía constipación y cesaba la relajación; el agua huía de las llamas, como la nafta.

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