Poesía luminosa: Ibn Arabi y Lezama Lima

Poesía luminosa: Ibn Arabi y Lezama Lima

La luz espiritual que permite la “contemplación infusa” de la mística carmelitana, tiene parangones en la mística sufí -de la que tanto se nutriera- con varios de sus conceptos, concluyentes todos en su método filosófico de un “saber saboreando” (y dentro de él, básicamente, el saber captado por el sentido de la luz) por el que se construye la realidad como “mundo imaginal”. Estas “visiones imaginarias” tan caras para el misticismo y, sobre todo, para la poesía mística, representan las aprehensiones de la revelación que por las vías esotérica y exotérica se obtienen por el misticismo sufí, y que no, es más, en este sentido, que un escalar hacia la conjunción con Dios. Las tesis de semejanza que aparecen en las doctrinas aludidas, dictan parámetros por donde guiarnos en su explicación, ya que de no haber correspondencia entre hombre y naturaleza -representada ésta por la luz- no podría el hombre asumirla. Este aserto ya advertido en los filósofos mencionados , encuentran resonancia en Najm Kobrâ, lo que comenta Corbin en fundamentales reflexiones: “lo buscado es la luz divina y el propio buscador es una partícula de esa luz; nuestro método es el de la alquimia; lo semejante aspira a lo semejante”.Lo más interesante para establecer las analogías entre este pensamiento sufí y el occidental, es el lazo que Corbin traza entre la naturaleza humana y la naturaleza de la luz, consideradas por Goethe en su teoría de los colores, que impulsa –como ya hemos dicho  - una participación sensorial e intelectual del hombre en el proceso de apropiación lumínica, condición latente en esa composición sustancial común. Henri Corbin considera esta analogía como una “fisiología del hombre de luz” -a la par que la expresada por Sohravardî- y que nosotros la fijamos en un “fotismo” que comparte tanto los sentidos fisiológicos como los espirituales, los mismos encontrados como referente en la incorporación del cromatismo en la teoría lumínica de Plotino. El paradigma de la luz en Lezama Lima tiene gran apoyo en la teosofía de la luz de Ibn Arabi, ya que en ambos -como hemos apuntado- la función de la imaginación es medular. Para Lezama, el mundo es develado por la imagen poética que se capta por un destello de luz, de manera súbita, de tal modo que el mundo, como imagen, se convierte en una Epifanía. Para Ibn Arabi, esta génesis del mundo está definida por la palabra tanaffos, que es la revelación de un brillo a la manera del nacimiento de una aurora. La imagen del mundo así lograda –en ambos de manera fulgurante, epifánica, efecto de un fulgor poético- es resultante de un proceso de imaginación -imaginación creadora, diría Corbin-, que no es más que un reflejo o derivación de la materia esencial, que es aquella que Dios regala en el mundo y que el hombre, con su postura contemplativa, mirada atenta -índice de un psiquismo, diría Bachelard- va descubriendo y aprehendiendo por la luz. Tanto para Ibn Arabi como para Lezama, este proceso cognoscitivo -como bien hemos observado- es un conocimiento por la luz, lo que podríamos proponer como “sabiduría de la luz”, asunto que dará carácter pleno a la gnoseología de María Zambrano, con la que Lezama tendrá grandes puntos de contacto, y a través de la cual el pensamiento sufí llega al poeta cubano.

Otro aspecto a destacar en esta aprehensión del mundo para crear su personal imago mundi es, no sólo el proceso mismo cognoscitivo, sino la resistencia que la sustancia poética opone a su conformación, ya que depende de una activación de la propia imaginación. Como ya hemos expresado, en el proceso de cosmogénesis lezamiana, intervienen tanto el Verbo como la Luz, de modo que el acto nominativo se engarza al iluminativo (tal y como fuera el inicial Fiat Lux); consecuente con este proceso, podemos decir que lo no iluminado es lo no creado, lo que igualmente queda como espacio desconocido, ignoto, innominado. Estos dos elementos integrados al proceso cognoscitivo, se expresan de igual modo en Ibn Arabi dentro de su concepto de “mundo imaginal”, ya que la creación para el místico sufí, es un acto de amor, que elimina la angustia de las cosas aún no nombradas al sacarlas de las sombras.  En la medida en que las cosas son nombradas -en una sabiduría tal que encuentre el justo nombre- serán desvanecidas las sombras y se iluminarán. Pero esta nube, en el sufismo de Ibn Arabi, no se entiende como tiniebla, sino como forma oculta de la luz -tal y como aparece en Lezama lo invisible, tránsito de lo oscuro a lo luminoso-, lo que será llamada por él “sombra luminosa”. Este momento angustioso dentro del proceso cognoscitivo en el que interviene la luz, se ejemplifica notoriamente en Lezama en su poema “Invisible rumor” (fragmento III), donde se evidencian los rejuegos entre la luz y las sombras, guiados por el sentimiento de amor que motiva la gestación de una forma que se adivina en su “invisible rumor”:

Como el amor si el tiempo lo detiene

Apresura su sueño en dulce espera,

O cumpliendo su fruto solo viene

A su forma, y de mano desespera.

[…]

Oh tú impedido, sombra sobre el muro,

Sólo contemplas roto mi silencio

Y la confusa flora de mi desarmonía.

[…]

Yerto rumor si la unidad madura,

Nuevo rumor sin fin sólo presencio

La Otredad, “mirar atento” que es la mirada que refleja, en la búsqueda de Dios, el visaje del propio corazón.

Fuente: Ivette de los Ángeles Fuentes de la Paz, Texto: Noche insular, jardines invisibles, El concepto de la luz en la obra de José Lezama Lima: un paradigma filosófico de su cosmología, 2015, UNIVERSIDAD DE SALAMANCA, España.

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