Rogando al Señor que es nuestro Auxiliador, para que nos ayude a mantener el autocontrol en todas las circunstancias y explicando las dañinas y perniciosas consecuencias de la indisciplina

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Rogando al Señor que es nuestro Auxiliador, para que nos ayude a mantener el autocontrol en todas las circunstancias y explicando las dañinas y perniciosas consecuencias de la indisciplina

Imploremos a Dios que nos ayude a controlarnos; quien carece de autocontrol esta privado de la gracia del Señor. El hombre indisciplinado no solo se maltrata a sí mismo, sino que incendia todo el mundo.

Bajaba del cielo una mesa de comida sin problemas y sin compraventa, y algunos del pueblo de Moisés clamaron irrespetuosamente: «¿Dónde están el ajo y las lentejas?». De inmediato cesaron de aparecer el pan celestial y los alimentos; les quedó la labor de sembrar y trabajar con la azada y la hoz. Cuando Jesús intercedió, de nuevo Dios envió comida y dádivas del cielo. Pero tampoco esta vez mostraron respeto los insolentes y, como mendigos, arrebataron las viandas. Jesús les suplicaba diciendo: «Esto es perdurable y no faltara».

Mostrar suspicacia y codicia en la mesa de Majestad es ingratitud. Debido a esos impertinentes desgraciados, cegados por la avaricia, se cerró la puerta de la misericordia. Cuando se retiene el impuesto de los pobres, no llegan las nubes de lluvia y, a consecuencia de la fornicación, la plaga se extiende por doquier.

Lo que te ocurra de pesar y dolor también es el resultado de la irreverencia y la insolencia. Quien se comporta con impiedad en el camino del Amigo es un bandido que roba a las personas, y no es un hombre. Mediante la disciplina se llena este cielo de luz, y mediante la disciplina los ángeles se vuelven inmaculados y santos. Por causa de la irreverencia se eclipsó el Sol, y la insolencia fue el motivo de que se despidiera de la puerta a Azazil (Iblis antes de la caída)...

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