Gacela del invierno

Ha huido el dulce viento del verano,

se retiran las flores,

los pájaros preparan su partida

hacia lejanas tierras, cálidas y apacibles.

En la terraza, las primeras ráfagas

del frío, colorean las mejillas

de mi amado, que añora

parajes nunca vistos.

Nada le dicen ya los arrayanes

ni las fuentes de jaspe, con surtidores

que envían al cielo su oración discreta,

ni los dorados peces, ni los lirios

flotantes en las aguas, entre luces

e irisadas estelas.

Los ojos de mi amado se pierden a lo lejos,

su corazón se funde con estrellas errantes,

la belleza del cielo, su misterioso brillo,

los mil ruidos que anuncian los juegos de la noche,

aumentan su tristeza.

Dime, hermana, si perderé a mi amado,

si mis ojos

no bastarán para calmar su fiebre,

si la música

que para él compongo, nada dice

a su honda nostalgia.

No sé qué hacer, hermana,

cuando lo veo tan lejos y tan cerca,

daría mis tesoros

por escuchar su risa nuevamente

despierta ante mis labios y mis versos.

Sólo en el vino calmo este pesar continuo, y me pregunto

si mi amor nunca más dará su fruto.

¿Qué oscuro sortilegio, llegado de remotos lugares lo ha hechizado?

¿qué viaje lo reclama, si ha cumplido hace tiempo su deber de creyente?

¿debo ser yo quien parta

para que su memoria me dedique

el último homenaje,

para ocupar el sitio del recuerdo

que opaca mi presencia?

El dolor más intenso del amor es la ausencia

ante nuestra mirada

y quizás sea más sabio

beber sus soledades y sus melancolías.

Pero responde, hermana, si muriendo,

entraré en el recuerdo de mi amado,

o si viviendo, escucharé la música

que brota de sus dedos

y sus pasos se unirán a los míos, en el paseo nocturno

hacia los pabellones perfumados

que al fondo del jardín, nos acogieron

en la época más bella

de nuestro amor, ahora moribundo

como mis alegrías.—Hermana mía, quien ama

debe aceptar la unión y la distancia,

el beso y el olvido,

encontrar en el fondo

del propio corazón, el rostro amado.

Nadie puede quitarnos lo que nos pertenece

porque alienta en nosotros.

Vive, hermana, su ausencia

como viviste un día su abrazo y sus palabras,

como vive el invierno la muerte del verano.

El amor es un soplo de lo Eterno

que se da a los sentidos,

llena entonces su copa de ese vino sagrado

que no conoce límites

e invítalo a embriagarse

con la inefable dicha de la música

surgida de los astros

para apresar un rayo de Aquel que nos envuelve

y se escapa, dejándonos la duda

de haberlo presentido.

Tipo de poesía: 
Tipo de texto: 
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