El lenguaje de los pájaros

INVOCACION

¡Alabanza al santo Creador del alma, que ha gratificado a la vil tierra con el alma y la fe, qué ha posado su trono sobre las aguas y que ha hecho vivir en los aires a criaturas terrestres! Ha dado a los cielos la dominación y a la tierra la dependencia; ha imprimido a los cielos un movimiento perpetuo y a la tierra un reposo uniforme. Ha colocado el firmamento encima de la tierra como una tienda sin estacas para sostenerla. En seis días ha creado los siete planetas y con dos letras ha creado las nueve cúpulas de los cielos. Ha dorado los dados de las estrellas para que el cielo pueda, durante la noche, jugar al chaquete. Ha dotado de propiedades diversas la malla del cuerpo; ha puesto polvo en la cola del pájaro del alma; ha vuelto líquido el océano en señal de servidumbre y ha helado la montaña por el temor que le ha inspirado. Ha desecado el mar completamente; de la piedra ha hecho nacer el rubí y de la sangre, el almizcle. Dio a la montaña el puñal y el cinturón; por esto es por lo que ella eleva la cabeza con orgullo. Tanto ha hecho nacer matas de rosas sobre la superficie del fuego, tanto puentes sobre la superficie del agua. Ha hecho atacar a su enemigo por un pequeño mosquito, resintiéndose aquél de la picadura durante cuatrocientos años. En su sabiduría, inspiró a una araña a tejer prudentemente su tela para proteger al más eminente de los hombres. Ha ajustado la talla de la hormiga hasta el punto de asemejarla a un cabello y ha hecho de ella la compañera de Salomón; le ha dado el hermoso traje negro de las Abbasidas y un vestido de brocado digno del pavo real y que no ha costado trabajo tejer.

Habiendo visto que la alfombra de la naturaleza estaba defectuosa, la ha recompuesto convenientemente. Ha ensangrentado la espada del color del tulipán y del humo ha hecho un arriate de nenúfar. Ha empapado de sangre las motas de tierra para sacar de ellas la cornalina y el rubí. El sol y la luna, uno de día, la otra de noche, inclinan su frente sobre el polvo del camino para adorarlo. A esta adoración es a lo que se debe su movimiento: ¿podría tener lugar sin adoración? Dioses quien ha encendido el blanco día y lo ha hecho brillante; es él quien ha doblegado la noche y la ha ennegrecido como si la hubiera quemado. Ha dado al loro un collar de oro; ha hecho de la abubilla la mensajera del camino. El firmamento es como un pájaro que bate sus alas en la ruta que Dios le ha trazado; viene a golpear con su cabeza a su puerta como un martillo. Dios da al armamento la revolución del día y de la noche; la noche conduce al día y el día a la noche. Si Dios sopla sobre la arcilla, crea el hombre y forma el mundo de un poco de vapor. Tanto hace preceder al viajero por el perro, tanto hace descubrir el camino por medio del gato. Así, mientras hace al perro familiar con el hombre, permite que éste, por mucho que sea valiente como un león, se asemeje al perro. Tanto da el poder de Salomón a un bastón; tanto concede la elocuencia a la hormiga. De un bastón produce una serpiente y hace salir un torrente de agua de un horno. Si pone en el firmamento el globo orgulloso de la luna, lo herra con el hierro al rojo del decrecimiento. Hace salir una camella de una roca; hace mugir al becerro de oro. En invierno, extiende la nieve plateada; en otoño, el oro de las hojas amarillentas. Si cubre a una espina de un tinte rojo, es porque está teñida con la sangre de capullo. Da cuatro pétalos al jazmín y coloca sobre la cabeza del tulipán un gorro rojo. Tanto pone una corona de oro en la frente del narciso, tanto engarza en él las perlas del rocío. Ante la idea de Dios, el espíritu se desconcierta, el alma se desploma; a causa de Dios, el cielo gira, la tierra vacila. Desde el lomo del pez hasta la luna, cada átomo atestigua su existencia. La profundidad de la tierra y la elevación del cielo le rinden uno y otro en particular testimonio. Dios produce el viento, la tierra, el fuego, la sangre; por estas cosas él anuncia su secreto. El cogió la tierra, la amasó con agua y, después de cuarenta mañanas, colocó allí el alma, que a su entrada en el cuerpo le dio vida. Dios le dio inteligencia, para que tuviera el discernimiento de las cosas; cuando vio que la inteligencia estaba en posesión del discernimiento, le dio la ciencia, para que pudiera apreciarlos. Cuando el hombre tuvo sus facultades, confesó su impotencia y se sumergió en la admiración, mientras que su cuerpo se dedicó a los actos exteriores. Amigos o enemigos, todos doblan la cabeza bajo el yugo de Dios, que su sabiduría impone y, cosa admirable, él cuida de todos nosotros. En el comienzo de los siglos, Dios empleó las montañas como clavos para fijar la tierra; después lavó con el agua del océano la cara del globo. Como colocó la tierra en el lomo de un toro, el toro está sobre el pez y el pez está en el aire. Pero, ¿sobre qué reposa entonces el aire? Sobre nada; pero nada no es nada, y todo esto no es nada. Admira la obra de este rey, aunque él mismo no la considere más que como pura nada. En efecto, puesto que únicamente existe su esencia, no hay con toda seguridad nada fuera de ella. Su trono está sobre el agua y el mundo está en el aire; pero deja ahí el agua y el aire, pues todo es Dios. El trono celeste y el mundo no son más que un talismán. Dios es todo esto, y estas cosas sólo tienen un valor nominal. Sabe que el mundo visible y el mundo invisible es él mismo. No hay más que él y lo que es, es él. Pero, ¡ay! nadie tiene la posibilidad de verlo.

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