El hombre pobre (Cuento del Golestán)

El hombre pobre (Cuento del Golestán)

Uno de mis amigos se quejaba diciéndome: «Tengo pocos recursos y mucha familia. No

puedo soportar la pesadumbre de la pobreza. Muchas veces he pensado en irme [solo] y

cambiar de lugar para que así, viva como viva, nadie se entere de mis penas ni de mis

alegrías:

 

Sin saberse, muchos a dormir se fueron

sin haberse llevado nada a la boca

y muchos tras agonizar murieron,

mas nadie se rasgó por ellos la ropa.

 

»He pensado en los reproches de los enemigos y en cómo se reirían de mí a mis espaldas,

viendo en los esfuerzos que hago por mi familia una falta de coraje, cómo dirían:

 

Mira a ése, es un irresponsable;

nunca verá el rostro de la felicidad,

pues él opta por la comodidad

y deja a su familia en estado miserable.

 

»Como sabes, tengo conocimientos de cálculo. Si tú pudieras usar tu posición y mediar a

fin de obtener para mí algún cargo, te estaría agradecido el resto de mis días». Dije:

«Hermano, trabajar para los reyes tiene dos facetas; esperar el sustento y temer por la vida,

y no es de sabios esperar lo primero para temer lo segundo»:

 

Nadie a la casa del pobre se presenta

para de sus impuestos pedirle cuentas;

o te conformas con la pobreza y sus inconvenientes

o dejas que de tu hígado los cuervos se alimenten.

 

Dijo: «Lo que acabas de decir no se ajusta a mí y además no has contestado a mi

proposición. ¿No has oído decir que al que traiciona le tiembla la mano al ajustar las

cuentas?».

 

La rectitud, agradable es a los ojos de Dios,

a nadie vi que el recto camino le lleve a la perdición.

 

Los sabios dicen: «Cuatro personas hay que temen a cuatro personas: el bandido al sultán,

el ladrón al guardián, el hipócrita al delator y la prostituta al alguacil; quien tiene tranquila

la conciencia no debe temer el ajuste de cuentas»:

 

Cuando cumplas tu obligación

mostrarte diligente procura,

si no quieres que en la desgracia

se crezca el enemigo en tu censura.

 

Mantente limpio y a nadie temas,

que sólo a la ropa sucia atizan las lavanderas.

 

Le dije: «Se ajusta a tu caso la historia de un zorro al que algunos vieron huir en tal estado

que [a cada momento] se caía y se volvía a levantar. Alguien le preguntó: "¿Qué calamidad te ha sucedido para tener tanto miedo?”.-Contestó: "He oído que subyugan a los camellos". Dije: "¡So tonto! ¿Qué tienes que ver tú con el camello y en qué te asemejas a él?"

Contestó: "Calla, que si los envidiosos dijeran de mí que soy un camello y fuese atrapado,

¿quién se molestaría en averiguar la verdad de mi identidad para liberarme? Y así,

mientras el contraveneno es desde Iraq traído, el veneno de serpiente su efecto ya ha

surtido"».

Tú eres una persona sabia, creyente, piadosa y de fiar, pero los enemigos están al acecho y

los pretenciosos aguardan en un rincón [la oportunidad], y si ellos tergiversan tu buen

carácter y esto llega a oídos del rey y te pide explicaciones, ¿cómo se las vas a dar en tales

circunstancias? Veo que lo mejor para ti es que abandones la idea de aspirar al cargo y te

contentes con lo que tienes.

 

Muchos tesoros hay hundidos en el mar,

pero en la costa se halla la seguridad.

 

Al oír este cuento mi amigo se molestó, frunció el ceño y comenzó a soltarme reproches,

diciendo: «¿Qué raciocinio y entendimiento es éste, dónde están la sabiduría y la inteligencia? Bien dijeron los sabios que donde sirven los amigos es en prisión, que en el mantel los

enemigos parecen amigos».

 

No consideres amigo a aquel que en la dicha

presuma de ser tu amigo y tu hermano.

Amigo, amigo es quien te da la mano

en los malos tiempos y en la desdicha.

 

Vi que se estaba enfadando y que tomaba a mal mis palabras. Así que fui a ver al

gobernador y, haciendo uso de la amistad que tenía con él, lo recomendé y le expuse su

caso valorando sus méritos y su capacidad hasta que le dieron un pequeño cargo. Así pasó

un tiempo durante el cual pudieron ver sus buenas cualidades y su sagacidad, de modo

que alcanzó un alto rango; su buena estrella no paró de subir hasta llegar al cénit de sus

aspiraciones, llegando a ser uno de los cercanos al sultán, renombrado y digno de

confianza. Me alegré de su buena posición y le dije:

 

No te aflijas por lo que te depara esta existencia,

que dulce es el fruto de la amarga paciencia.

No desesperes, que no hay callejón sin salida,

y oculta por la sombra está el agua de la vida.

 

Oh tú, no te apenes por la calamidad,

que el misericordioso nos reserva su piedad.

 

Acaeció por aquellas fechas que me uní a unos amigos para peregrinar al Hiyaz. A mi

regreso de la Meca [mi amigo] acudió a mi encuentro a dos etapas de distancia. Le vi

desgreñado y con aspecto de pobre y enseguida comprendí que había sido destituido. Un

amigo cortesano sólo se acuerda de ir a ver a sus amigos cuando lo han destituido:

 

Afanado en la cumbre de mi cargo

de mis amigos nada saber quiero.

Pero si en desgracia caigo y desespero,

mi dolor con ellos lo descargo.

 

Le pregunté: «¿Qué te ha ocurrido?». Contestó: «Tal como tú dijiste, algunos me

envidiaban y me acusaron de traición. El rey, largo sea su reinado, no ordenó que se inda-

gase la verdad y tanto los antiguos amigos como los íntimos callaron y no dijeron la

verdad pasando así por alto nuestra antigua amistad:

 

¿No ves cómo ante quien un cargo tiene

colocan en el pecho sus manos sumisas?

¿Y cómo cuando la desgracia le sobreviene

todo el mundo la cabeza le pisa?

 

»Resumiendo, fui castigado de múltiples maneras hasta que esta semana llegó la nueva de

tu regreso sano y salvo de la peregrinación y me liberaron de las pesadas cadenas, aun-que

confiscaron mis propiedades heredadas». Le dije: «No me quisiste hacer caso cuando te

dije "servir a los reyes es como un viaje por el mar, o es peligroso o es beneficioso, pues o

te encuentras un tesoro o pereces en él"».

 

O con las manos llenas de oro llegas a puerto

o las olas te arrojan a la costa muerto.

 

No vi oportuno zaherirle más con mis reproches ni echarle más sal en la llaga, y me

conformé con añadir:

No supiste ver bajo grilletes tus pies

ni a consejos de nadie prestaste atención.

Si no puedes aguantar la picadura otra vez,

no metas los dedos en nido de escorpión.

(ver texto completo en archivo pdf)

Fuente: Sa’dí Shirazí, Golestán (La rosaleda), Traducción: J. Ross, Editorial Siruela

Fundación Cultural Oriente

www.islamoriente.com

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Tipo de texto: 
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