Cuento de la Reina de las Serpientes y las Aventuras de Bulukiya

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Cuento de la Reina de las Serpientes y las Aventuras de Bulukiya

Hubo una vez en los días de antaño y en épocas y eras ha mucho tiempo ya idas un sabio griego llamado Daniel, que tenía alumnos y discípulos y los hombres prudentes de Grecia eran sumisos a su autoridad y confiaban en su saber. Con todo, Alá le había negado un hijo varón. Cierta noche, mientras discurría y se lamentaba a causa de la falta de un hijo que pudiera heredar su sabiduría, se le ocurrió que Alá (¡glorificado y enaltecido sea!) escucha la oración de quienes a El recurren y que no hay ujier a la puerta de su magnificencia y que dispensa sin tasa sus favores a quienes El quiere y a ningún suplicante despide con las manos vacías, antes bien se las colma de favores y mercedes. Imploró, pues, al Todopoderoso, al Magnánimo, que le concediera un hijo para sucederle y que le hiciera abundante merced de sus bondades. Regresó luego a su casa y conoció carnalmente a su mujer, que concibió de él aquella noche. Algunos días más tarde se embarcó con rumbo a cierto lugar pero el barco naufragó y consiguió salvarse gracias a un tablón, mientras que de todos los libros que tenían no le quedaron sino cinco hojas. Cuando regresó a su casa depositó las cinco hojas en un cofrecito, lo cerró y le dio la llave a su esposa (cuya gravidez ya para entonces era ostensible) y le dijo: «Sabe que mi muerte está ya próxima y que se acerca el momento de mi tránsito de esta morada temporal a la mansión eterna. Tú estás ahora encinta y después de mi muerte tal vez des a luz un niño. Si eso sucede ponle el nombre de Hasib Karim al-Din y críale con la más esmerada de las crianzas. Cuando el niño crezca y te diga ‘¿Cuál es la herencia que me dejó mi padre?’, entrégale estas cinco hojas, cuando haya leído y comprendido las cuales será el hombre más sabio de su época». Despidióse luego de ella y exhalando un suspiro abandonó este mundo y cuanto en él se halla. ¡La misericordia del Altísimo sea con él! Su familia y sus amigos derramaron muchas lágrimas por él, le trasladaron con gran pompa y le dieron sepultura, tras lo cual regresaron a sus casas. Pocos días transcurrieron hasta que su esposa dio a luz un hermoso niño y le impuso por nombre Hasib Karim al-Din, como su marido le encomendara, e inmediatamente después de su nacimiento hizo llamar a los astrólogos, que trazaron cálculos sobre sus ascendientes y revelaron su horóscopo y le dijeron: «Sabe, oh mujer, que este recién nacido vivirá muchos años, pero que tal cosa será tras correr un grave peligro en su temprana edad, y si escapa a él le será concedida la sabiduría de todas las ciencias exactas», dicho lo cual se marcharon. Durante dos años dióle la mujer de mamar y luego le destetó y cuando alcanzó los cinco años le llevó a una escuela a que aprendiera a leer, pero el niño no quiso leer. Le sacó, pues, de la escuela y le puso a aprender un oficio, pero el niño no quiso aprender oficio alguno ni realizó el menor trabajo. Lamentábase la madre de todo esto y la gente le decía: «Cásale; tal vez su esposa le aliente y aprenda algún oficio». De modo que le buscó una joven y le casó con ella; pero, a pesar del matrimonio y del paso del tiempo, siguió tan ocioso como antes y no hacía cosa alguna. Cierto día, unos vecinos suyos que eran leñadores fueron ante ella y le dijeron: «Cómprale a tu hijo un asno y cuerdas y un hacha y deja que venga con nosotros al monte a cortar leña. Repartiremos entre todos el dinero que ganemos y así contribuirá con su parte a manteneros a tí y a su esposa». Al oír esto alegróse la mujer sobremanera y le compró a su hijo un asno y cuerdas y un hacha; luego, llevándole junto a los leñadores, le puso en manos de estos y se lo encomendó a su cuidado. Dijéronle aquellos: «No te preocupes por el muchacho, nuestro Señor cuidará de él: es el hijo de nuestro sheykh». Así que le llevaron al monte, donde cortaron leña y la cargaron en los asnos; después regresaron a la ciudad y tras vender lo que habían cortado dedicaron el dinero al sustento de sus familias. Hicieron esto al día siguiente y al tercero y no dejaron de hacerlo durante algún tiempo, hasta que cierto día sucedió que una violenta tormenta de agua descargó sobre ellos y buscaron refugio en una gran cueva, a la espera de que el aguacero terminase. Hasib Karim el-Din se apartó de los demás, yéndose a un rincón de la caverna, se sentó y empezó a dar golpes con el hacha. Advirtió en seguida que el piso sonaba a hueco, en vista de lo cual cavó durante un rato hasta llegar a una losa redonda que tenía una anilla. Alegróse al ver esto y lo gritó a sus compañeros leñadores, quienes al ver que era cierto se apresuraron a tirar de la piedra y descubrieron bajo ella una trampilla que al ser abierta dejó ver un aljibe lleno de miel de abejas[110]. Dijéronse entonces unos a otros: «Es un depósito demasiado grande y lo único que podemos hacer es regresar a la ciudad, traer vasijas en las que transportar la miel y repartirnos el producto de su venta, mientras uno de nosotros se queda aquí junto al aljibe para guardarla de cualquier intruso». Hasib dijo: «Yo me quedaré y vigilaré hasta que traigáis ollas y cazuelas». Dejáronle, pues, de guardia y tras volver a la ciudad acarrearon vasijas que más tarde llenaron con la miel y cargaron en los asnos, recorriendo las calles y lo mismo hicieron en días sucesivos, durmiendo de noche en la ciudad y sacando la mercancía durante el día, mientras Hasib se quedaba de guardia, hasta que no quedó más que un poco de miel. Dijéronse entonces unos a otros: «Hasib Karim al-Din fue quien encontró la miel y mañana vendrá a la ciudad y nos reclamará el producto de su venta diciéndonos: ‘Yo fui quien la encontró’; no tenemos más remedio que encerrarle en el aljibe, cargar el resto de la miel y dejarle allí dentro; así morirá de hambre y nadie sabrá más de él». Acordáronse todos en este plan mientras regresaban al lugar y cuando llegaron uno de ellos le dijo: «Oh Hasib, baja por el agujero y avíanos el resto de la miel». Descendió este, en efecto, y les pasó todo lo que quedaba de la miel, hecho lo cual les dijo: «Izadme de aquí, pues ya no queda más». No le respondieron los otros, sino que, cargando los asnos, fuéronse hacia la ciudad y le dejaron solo en el aljibe. Rompió Hasib en llanto y lamentaciones y exclamaba: «No hay Majestad y no hay Poder sino en Alá, el Glorioso, el Grande». Tal era su situación. En cuanto a sus compañeros, luego que llegaron a la ciudad y vendieron la miel fueron a la casa de la madre de Hasib y sollozando le dijeron: «¡Ojalá que tu cabeza sobreviva a tu hijo Hasib!», y ella preguntó: «¿Cómo le sobrevino la muerte?», a lo que ellos replicaron: «Estábamos cortando leña en la cima del monte cuando nos cayó un tremendo chaparrón y corrimos a refugiarnos en una caverna y de repente el asno de tu hijo se soltó y se precipitó volando hacia el valle; tu hijo corría tras él para traerlo de vuelta cuando se echó sobre ellos un lobo que despedazó a tu hijo y devoró al asno». Al oír esto la madre se arañó el rostro y esparció ceniza sobre su cabeza y púsose de duelo por su hijo y mantenía su vida y su alma tan sólo con la comida y la bebida que los leñadores le llevaban cada día. En cuanto a estos, abrieron tiendas y se hicieron comerciantes y pasaban la vida comiendo y bebiendo y de jarana. Entretanto, Hasib Karim al-Din, que no cesaba en sus lamentos y en sus llamadas pidiendo auxilio, hallábase sentado en un canto del aljibe, cuando he aquí que un gran escorpión cayó sobre él, que alzóse al instante y le dio muerte. Quedóse entonces pensativo y díjose para sí: «La cisterna estaba llena de miel; ¿cómo, pues, ha llegado hasta aquí el escorpión?». Afanóse entonces a examinar el pozo por todas partes hasta que halló una grieta, que era por donde había entrado el escorpión, y por la que pudo ver cómo fulguraba la luz del día. Empuñó entonces su cuchillo de leñador y agrandó el orificio hasta hacerlo del tamaño de una ventana y a continuación se coló por él. Tras caminar un breve trecho encontróse en una vasta galería que le condujo a una enorme puerta de hierro negro que tenía una cerradura de plata en la que había una llave de oro. Se acercó furtivamente hasta la puerta y mirando a través de una hendidura pudo ver que una rutilante luz brillaba en el interior, así que abrió la puerta con la llave y continuó durante algún tiempo hasta llegar a un gran lago artificial, en cuyo seno percibió algo que rielaba como si fuera plata. Encaminó hacia allá sus pasos hasta alcanzar a ver, erecto junto a un montículo de verde jaspe y situado en su pináculo, un trono de oro recamado con toda clase de gemas, alrededor del cual había gran cantidad de escabeles, unos de oro, otros de plata, de verde y brillante esmeralda otros más. Trepó el montículo y al contar los escabeles halló que habíalos en número de doce mil; después subió al trono que estaba en la cúspide y sentándose sobre él quedó maravillado de la visión del lago y los escabeles, hasta que la modorra se fue apoderando de él y quedóse dormido. Al poco despertóse con un brusco sobresalto producido por algo como un zumbido o silbido o susurro ensordecedor; abrió los ojos y sentándose bruscamente vio que cada escabel estaba ocupado por una enorme serpiente de cien codos de largo. Ante esta visión se apoderó de él un gran pavor; la boca se le secó de espanto y perdió toda esperanza de seguir vivo, pues todos aquellos ojos ardían como carbones al rojo. Se volvió entonces hacia el lago y advirtió que lo que antes había tomado por rielantes aguas era una multitud de pequeñas serpientes cuyo número nadie podía saber excepto Alá el Altísimo. Al cabo de unos momentos ascendió hasta él una serpiente gruesa como un mulo que llevaba a su espalda una bandeja de oro en la que había otra serpiente que brillaba como el cristal y cuyo rostro era el de una mujer[111] y que hablaba con humana habla. Y en cuanto llegó a donde estaba Hasib le saludó y este le devolvió el saludo. Luego, una de las serpientes que estaba sentada en su escabel se levantó y alzando a la de la bandeja la depositó sobre uno de los asientos y dio unas voces en su lengua a las otras serpientes, al oír lo cual todas bajaron de sus escabeles y le rindieron homenaje. Pero ella les hizo una seña de que se sentaran y así lo hicieron todas. Dirigióse luego a Hasib diciéndole: «No tengas miedo de nosotras, joven, pues yo soy la Reina de las Serpientes y su sultana». Al oírla hablar de este modo su corazón sintióse reconfortado y pidió a las serpientes que le dieran algo de comer. Lleváronle manzanas, uvas, granadas, pistachos, avellanas, nueces, almendras y plátanos y los depositaron delante de él y la serpiente reina dijo: «¡Bienvenido seas, joven! ¿Cómo te llamas?», y él respondió: «Hasib Karim al-Din», a lo que ella replicó: «Come, oh Hasib, de estos frutos, pues no tenemos otra comida, y no tengas miedo de nosotras». Comió Hasib hasta saciarse y dio gracias a Alá el Todopoderoso y en seguida retiraron la bandeja de delante suyo y la reina dijo: «Díme, oh Hasib, ¿de dónde eres y cómo has llegado hasta aquí?». Hasib entonces le contó su historia de principio a fin: la muerte de su padre, su nacimiento, su asistencia a la escuela donde nada aprendió, su dedicación a leñador, el hallazgo del aljibe de miel, el abandono de que fue objeto dentro de él, la muerte del escorpión, el ensanchamiento de la grieta, el hallazgo de la puerta de hierro y su llegada ante la reina; concluyó su extenso relato diciendo: «¡Estas son mis aventuras de principio a fin y sólo Alá sabe qué me acontecerá después de todo esto!». Tras escuchar sus palabras la reina dijo: «Sólo cosas buenas te acaecerán, oh Hasib, pero me gustaría que te quedaras conmigo por algún tiempo, para que yo pueda contarte mi historia y hacerte saber las prodigiosas aventuras que me han sucedido».

 

Fuente: Las Mil y Una Noches, versión de Mardrus traducida al español por Vicente Blasco Ibáñez. Editorial Austral ,1967

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