EL PESCADOR Y EL JINNI (Primera parte)

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                                    EL PESCADOR Y EL JINNI  (Primera parte)

   Ha llegado a mis oídos, ¡oh magnánimo rey!, que había un pescador ya bien entrado en años que tenía esposa y tres hijos y hallábase además sumido en la pobreza. Tenía por costumbre echar su red cuatro veces al día y nada más. Cierta jornada, encaminóse en pleno mediodía a la orilla del mar, donde, tras depositar su cesto y aligerarse de ropa, se introdujo en las aguas, arrojó la red y aguardó a que esta tocara fondo. Reunió entonces los cabos y tiró de ella, hallándola muy pesada; aunque puso todo su empeño no consiguió sacarla; tomó entonces los cabos, clavó una estaca en tierra y amarró a ella la red. Desnudóse luego y se zambulló en las aguas donde estaba la red y no cesó en su laborioso esfuerzo hasta que la hubo llevado a tierra. Gozóse con ello y volviendo a vestirse fuese hacia la red, en la cual halló un asno que había destrozado las mallas. Al ver aquello, en su aflicción exclamó: «¡No hay Majestad y no hay Poder sino en Alá el Glorioso, el Grande!» Luego dijo: «Una extraña clase de pan cotidiano es esta», y comenzó a recitar en improvisados versos:

   Oh, tú que te afanas en las tinieblas de la noche entre peligros y congojas, / A tu cuota de afanes por el pan de cada día no bastan todos tus esfuerzos.

   ¿No has visto al pescador perseguir en el mar / Su pan, mientras brillan levemente las estrellas como en una intrincada madeja?

   Presto se zambulle a despecho del embate de las olas. / Con mirada anhelante contempla por un tiempo la henchida red,

   Gozándose al fin de la nocturna ganancia, lleva a su hogar un pescado / Cuya boca ha quedado atrapada y abierta en dos por el garfio del Destino.

   Cuando este su pescado vende un hombre que ha pasado las horas nocturnas / Indiferente al frío, a la humedad y a las tinieblas, a las que se halla resignado como toda holgura y regalo.

   Alaba al Señor que a este otorga y a aquel otro niega sus deseos / Y que asigna a uno el afán y la captura de la presa y a otro el comerse los pescados  .

   Luego dijo: «¡Ánimo y a ello! Cuento con Su benignidad, ¡insallah!» Y prosiguió de este modo:

   Cuando seas presa del Destino Adverso adopta / La resignación del alma noble: es tu supremo gesto.

   No te lamentes ante las creaturas; sería el lamento / Del más piadoso ante el más despiadado.

   El pescador, tras contemplar el asno muerto, lo liberó de las mallas y escurrió y desplegó la red. Luego se metió en el agua diciendo: «¡En el nombre de Alá!», la echó y tiró de ella, pero tomóse pesada y más firmemente asentada en el fondo que la primera vez. Pensó que ahora sí que habría peces en ella, la amarró sólidamente y quitándose las ropas se metió en el agua, se zambulló y tiró de ella hasta llevarla a tierra firme. Entonces halló en su interior una gran tinaja de barro repleta de barro y cieno; al verlo, sintióse sobremanera atribulado y comenzó a declamar estos versos :

   Cesad, oh aflicciones del mundo / Y perdonad si no queréis cesar.

   Fui en busca de mi pan cotidiano / Y hallo que debo pasarme sin pan.

   Pues ni mi arte me procura cosa alguna / Ni el Destino me depara ganancia.

   ¡Cuántos necios alcanzan las Pleiades / Mientras las tinieblas sojuzgan al prudente y al laborioso!

   Imploró el perdón de Alá y arrojando la tinaja escurrió la red, la dejó limpia y volvió al mar por tercera vez a echarla y esperó a que se hundiera. Tiró luego de ella y halló que contenía trozos de ollas de barro y cristales rotos; entonces empezó a recitar estos versos:

   Él ha dispuesto que no puedas dar ni retener el pan cotidiano / Y que la pluma ni el papel te garanticen que hallarás el pan cotidiano.

   Pues de alegría y de pan cotidiano tendrás lo que el Destino se digne concederte; / Es esta tierra un aciago y estéril suelo mientras aquella colma de gozo al labriego.

   Los dardos del Tiempo y de la Vida derriban a muchos hombres de valía / Mientras elevan en grado sumo a sujetos de innoble espíritu.

   ¡Ven, Muerte! pues, ya que la Vida no vale un adarme; / Cuando baja en picado el halcón hiende los vientos el ánade.

   No te asombre ver a los del alma y espíritu elevados. / En la pobreza y elevarse por designio de la Fortuna a muchos villanos indignos.

   Volará este pájaro por todo el mundo de este a oeste / Y verá aquel otro satisfechos todos sus deseos sin jamás abandonar su nido.

   Alzando luego sus ojos al cielo dijo: «¡Oh Dios mío!  tú sabes en verdad que sólo echo mi red cuatro veces al día[4]; ya van tres y no me has concedido cosa alguna. Así, pues, esta vez, Dios mío, dame mi pan de cada día.» Luego, habiendo invocado el nombre de Alá, lanzó de nuevo su red y esperó a que se hundiera y asentara; después tiró de ella pero no pudo extraerla pues se había enganchado en el fondo. Contrariado, exclamó: «¡No hay Majestad y no hay Poder sino en Alá!» y comenzó a recitar:

   Baldón para este mundo miserable, así Dios lo quiera / Debo ser subyugado por la aflicción y la miseria.

   Aunque el hombre esté colmado de alegrías cuando la mañana alborea / Apurará la copa del infortunio antes de alcanzar las vísperas.

   Con todo, soy uno de los que el mundo, al ser interrogado / «¿Quién disfruta la mayor ventura?», diría a menudo: «¡Es él!».

 

Fuente: Las Mil y Una Noches, versión de Mardrus traducida al español por Vicente Blasco Ibáñez .Editorial Austral ,1967

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