El pescador y el jinni (segunda parte)

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EL PESCADOR Y EL JINNI (Segunda parte)

Se despojó luego de sus vestiduras y zambulléndose junto a la red trabajó arduamente hasta llevarla a tierra. Abrió entonces las mallas y halló dentro una vasija de cobre amarillo con forma de pepino que evidentemente contenía algo y cuya boca estaba amordazada con una tapadera de plomo, estampada con el sello del anillo de nuestro señor Salomón, hijo de David (¡Que Alá acoja a ambos en su seno!). Congratulase el pescador al verlo y dijo: «Si lo vendo en el mercado de calderos me valdrá diez dinares de oro». La sacudió y al advertir que era pesada prosiguió: «Quiera el cielo que sepa lo que hay dentro. Pues debo y quiero abrirlo y ver lo que contiene y guardármelo en la bolsa y luego ir a venderla en el mercado de calderos». Y tomando un cuchillo lo aplicó al plomo hasta desprenderlo de la vasija; depositó entonces el jarrón en el suelo y lo sacudió a fin de que cayera lo que había dentro. No halló cosa alguna, de lo que se maravilló sobremanera.

Pero al instante brotó de la vasija una humareda que formó una espiral en el éter (de lo que nuevamente se asombró sobremanera) y que fue desparramándose por la superficie de la tierra hasta que, al poco, habiendo alcanzado su máxima altura, el espeso vapor se condensó y quedó convertido en un efrit de enorme tamaño cuyo penacho tocaba las nubes y cuyos pies se apoyaban en tierra. Era su cabeza como una cúpula, sus manos como horquillas, largas sus piernas como mástiles y su boca tan grande como una caverna; sus dientes eran como grandes rocas, sus fosas nasales como tinajas, sus ojos como dos faros y su aspecto fiero y amenazador. Al ver al efrit, al pescador le temblaron los ijares, los dientes le castañetearon, la boca se le quedó seca y quedóse sin saber qué hacer. En esto, el efrit le miró y exclamó: «No hay otro Dios que el Dios y Salomón es el profeta de Dios», añadiendo al poco: «Oh, Apóstol de Alá, no me quites la vida; jamás me opondré a ti de palabra ni pecaré contra tí con mis actos». Dijo el pescador: «Oh, Marid, has dicho Salomón, el Apóstol de Alá, y Solimán murió hace algunos milenios y ochocientos años ] y ahora estamos en los últimos días del mundo. ¿Qué cuento es ese y cuál es tu propia historia y cuál es la causa de que te metieran en ese pepino?». Al oír el espíritu maligno las palabras del pescador, dijo: «No hay otro Dios que el Dios; ¡regocíjate, oh pescador!». El pescador dijo: «¿Por qué me invitas a regocijarme?», y aquel replicó: «Porque has de morir de ominosa muerte en esta misma hora». El pescador dijo: «Por tus buenas noticias merecerías que el Cielo te retirase su protección, oh, tú, lejano [10]. ¿A causa de qué has de darme muerte y qué es lo que he hecho para merecer la muerte, yo, que te he liberado del jarrón y te he rescatado de las profundidades del mar y te he traído a tierra firme?». El efrit replicó: «Pídeme tan sólo qué tipo de muerte quieres morir y la forma de sacrificio en que he de sacrificarte». Repuso el pescador: «¿Cuál es mi crimen y a causa de qué tal castigo?». Dijo el efrit: «Oye mi historia, oh, pescador», y aquel respondió: «Cuenta y sé breve en tu relato, porque en verdad que tengo el corazón en un puño. Dijo entonces el jinni: «Has de saber que soy uno de los heréticos jann y que pequé contra Salomón, hijo de David (¡la paz con los dos!), junto con el famoso Sakhr al-Jinni[ , por lo que el profeta envió a su ministro Assaf, hijo de Barkhiyá, a prenderme, y este wazir me llevó, en contra de mi voluntad, y me condujo cautivo ante él en condición de suplicante. Al verme, Salomón invocó la protección de Alá y me conminó a abrazar la Verdadera Fe y a obedecer sus mandatos, pero yo me negué, así que mandó traer este pepino [13], me encerró dentro y lo tapó con plomo sobre el cual estampó el Nombre del Altísimo y dio órdenes al jann de que me llevara y me arrojase a lo más profundo del océano. Allí moré durante un centenar de años, durante los cuales me decía: ‘A aquel que me libere le haré rico para siempre’. Pero transcurrió todo el siglo sin que nadie me liberase y entré en las segundas diez décadas diciendo: ‘Para aquel que me libere yo abriré los tesoros de la tierra’. Pero nadie me liberó y así pasaron cuatrocientos años. Entonces dije: ‘A aquel que me libere le satisfaré tres deseos’. Pero nadie me liberó. De modo que me encolericé sobremanera y me dije: ‘A aquel que me libere a partir de ahora le daré muerte y le permitiré elegir la muerte de que quiera morir’, y puesto que tú me has liberado te doy a elegir la clase de muerte que quieras». El pescador, oídas las palabras del efrit, dijo: «¡Oh, Alá, por cuyo milagro has permanecido a salvo hasta que yo he venido a liberarte!», y añadió: «Perdóname la vida al igual que Alá perdonó la tuya y no me des muerte para que Alá no envíe a alguien que te dé muerte a ti». Replicóle el contumaz: «Nada puede evitarlo; debes morir; así, pues, pídeme como un favor la clase de muerte que deseas tener». Pese a esta reafirmación el pescador se dirigió una vez más al efrit diciendo: «Perdóname la vida en generosa recompensa por haberte liberado»; y el efrit: «Con toda seguridad que no te habría dado muerte si no fuera porque me has liberado». «¡Oh, supremo efrit», dijo el pescador, ’yo te he hecho el bien y tú me correspondes con el mal! En verdad que no mentía el viejo proverbio al decir:

Nosotros les procuramos riquezas y ellos pagaron nuestras riquezas con maldades / ¡Por mi vida!, que tal es la obra del malvado.

Aquel que favorece a sujetos indignos / Le acontecerá lo que le aconteció al prójimo de Ummi-Amir.

Al oír el efrit aquellas palabras contestó: «Ya basta de charla; tengo que darte muerte». Tras lo cual el pescador se dijo para sí: «Este es un jinni y yo soy un hombre a quien Alá ha concedido un ingenio aceptablemente agudo, así que ahora voy a pensarme cómo conseguir su destrucción mediante mis tretas y mi inteligencia, aunque no sea más que porque sólo se aconseja de su malicia y su petulancia». Empezó por preguntarle al efrit: «¿En verdad estás resuelto a matarme?», y al recibir por toda respuesta: «Desde luego», exclamó: «Pues, en el Nombre Más Excelso, grabado en el sello de Salomón, el hijo de David, (¡la paz sea con ambos bienaventurados!), si te hago una pregunta, ¿me contestarás la verdad?». El efrit replicó: «Sí», pero al oír la invocación del Nombre Más Excelso sintióse turbado en su interior y dijo un tanto trémulo: «Pregunta y sé breve». Dijo el pescador: «¿Cómo te metiste en esta vasija, donde apenas si cabe una de tus manos, no, ni siquiera uno de tus pies, y cómo se hizo tan grande como para caber entero?». El efrit replicó: «¡Cómo!, ¿es que no crees que yo estaba ahí dentro todo entero?», y el pescador repuso:

«Nunca ni en modo alguno te creeré hasta que te vea dentro con mis propios ojos»; el perverso espíritu se estremeció al instante y se convirtió en vapor que se comprimió y fue introduciéndose en la vasija poco a poco hasta que todo él estuvo dentro y entonces, ¡ved!, el pescador tomó a toda prisa la sellada tapa de plomo y cerró la boca de la vasija y le gritó al efrit diciendo: «¡Pídeme como un favor la clase de muerte que deseas tener! Por Alá que te arrojaré al mar   ahí delante y me construiré aquí una morada y a todo el que venga le advertiré de que no pesque y le diré: ¡En estas aguas moraba un efrit que concedió como último deseo una selección de muertes y clases de matanza al hombre que le había salvado!».

El efrit, cuando oyó al pescador decir esto y se vio en el limbo, pensó en escapar, pero se lo impedía el sello de Salomón; supo entonces que el pescador le había engañado y le había ganado en astucia y se tornó humilde y sumiso y empezó a decir dócilmente: «Sólo bromeaba contigo». Pero el otro contestó: «Mientes, oh, el más vil de los efrits y el más inmundo y ruin», y se encaminó con la vasija hacia la orilla del mar, el efrit gritando: «No, no», y él gritando «Sí, sí». Entonces, el espíritu perverso, bajando la voz y suavizando el tono de sus palabras, humildemente dijo: «¿Qué intentas hacer conmigo, oh, pescador?». «Voy arrojarte de vuelta al mar», respondió, «al que has tenido por morada y hogar durante mil ochocientos años y allí te dejaré hasta el día del juicio. ¿No te dije: ¿Perdóname y Alá te perdonará y no me des muerte para que Alá no te dé muerte a tí?; pero desdeñaste mis súplicas, y si no hubieras tenido la intención de portarte conmigo de un modo inmisericorde Alá no te hubiera puesto en mis manos, y soy más astuto que tú.

Fuente: Las Mil y Una Noches, versión de Mardrus traducida al español por Vicente Blasco Ibáñez, Editorial Austral, 1967

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