Historia de Abul Hussein

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Schehrazada empezó a narrar:

Se cuenta -pero Allah es más sabio- que en la ciudad de Kaukabán, en el Yamán, había un beduino de la tribu de los Fazli, llamado Abul-Hossein, quien ya hacía largos años que abandonó la vida de los beduinos, y se había convertido en un ciudadano distinguido y en un mercader entre los mercaderes más opulentos. Y se casó por primera vez en la época de su juventud; pero Allah llamó a la esposa a Su misericordia al cabo de un año de matrimonio. Así es que los amigos de Abul-Hossein no cesaban de apremiarle con respecto a un nuevo matrimonio, repitiéndole las palabras del poeta: 

  ¡Levántate, compañero, y no dejes transcurrir en balde la estación de primavera!

  ¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿No sabes que en la casa una mujer es un almanaque excelente para todo el año?

Y Abul-Hossein, por último, sin poder ya resistirse a todas las insinuaciones de sus amigos, se decidió a entablar negociaciones con las damas viejas componedoras de matrimonios; y acabó por casarse con una joven tan hermosa cual la luna cuando brilla sobre el mar. Y con motivo de sus nupcias dio grandes festines, a los que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a ulemas, fakires, derviches y santones. Y abrió de par en par las puertas de su casa, e hizo que sirvieran a sus invitados manjares de toda especie, y entre otras cosas, arroz de siete colores diferentes, y sorbetes, y corderos rellenos de avellanas, almendras, alfónsigos y pasas, y una cría de camello asada entera y servida en un pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo, de alegría y de contento. Y se paseó y exhibió a la esposa ostentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más hermoso que el anterior. E incluso por octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para satisfacción de los invitados que no habían podido recrear sus ojos en ella lo bastante. Tras de lo cual, las damas de edad la introdujeron en la cámara nupcial y la acostaron en un lecho alto como un trono, y la prepararon en todos sentidos para la entrada del esposo.

Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lentamente y con dignidad en el aposento de la desposada. Y sentóse un instante en el diván para probarse a sí propio y mostrar a su esposa y a las damas del cortejo cuán lleno estaba de tacto y de mesura. Luego se levantó con cortesía para recibir las felicitaciones de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho, donde le esperaba modestamente su esposa, cuando he aquí ¡oh calamidad! que de su vientre, que estaba atiborrado de viandas pesadas y de bebidas, escapó un cuesco ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y prolongado. ¡Alejado sea el Maligno!

Al oír aquel ruido, cada dama se encaró con la que tenía al lado, poniéndose a hablar en voz alta y fingiendo no haber oído nada; y también la desposada, en lugar de echarse a reír o de burlarse, se puso a hacer sonar sus brazaletes. Pero Abul-Hossein, confuso hasta el límite de la confusión, pretextó una necesidad urgente, y con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del animal, y abandonó su casa, y la boda, y la desposada, huyó a través de las tinieblas de la noche. Y salió de la ciudad, y se adentró en el desierto. Y de tal suerte llegó a orillas del mar, en donde vio un navío que partía para la India. Y se embarcó en él, y llegó a la costa de Malabar.

Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, que le recomendaron al rey del país. Y el rey le dio un cargo de confianza y le nombró capitán de su guardia. Y vivió en aquel país diez años, honrado y respetado, y con la tranquilidad de una vida deliciosa. Y cada vez que el recuerdo del cuesco asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como se ahuyentan los malos olores.

Pero al cabo de aquellos diez años le poseyó la nostalgia del país natal; y poco a poco enfermó de languidez; y sin cesar suspiraba pensando en su casa y en su ciudad; y creyó morir de aquel deseo reconcentrado. Pero un día, sin poder ya resistir a los apremios de su alma, ni siquiera se tomó tiempo para despedirse del rey, y se evadió y retornó al país de Hadramón, en el Yemán. Allí disfrazándose de derviche y fue a pie a la ciudad de Kaukabán; y ocultando su nombre y su condición, llegó de tal modo a la colina que dominaba la ciudad. Y con los ojos llenos de lágrimas vio la terraza de su antigua casa y las terrazas contiguas, y se dijo: "¡Menos mal si no me reconoce nadie! ¡Haga Allah que todos hayan olvidado mi historia!"

Y pensando así bajó de la colina y tomó por atajos extraviados para llegar a su casa. Y en el camino vio a una vieja que, sentada en el umbral de una puerta, quitaba piojos de la cabeza a una niña de diez años; y decía la niña a la vieja: "¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?"

Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: "¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!" ...

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