La golondrina
Mi padre tenía gallarda estirpe
de intempestiva golondrina,
viajaba en una galera:
era ignoto navegante,
lobo y marina fiera
en pos de un tesoro,
una espada, una bandera
por quien luchar.
En el verano antigregario
solo leía el diccionario
para atracar vibrante
en la palabra 'primavera'
y hacerla sinónimo de libertad
y anclar artero
en un puerto de Portugal.
A los 30 feneció su intemporal espera
pues arrancó una rosa
y se hizo trovador,
le gustaba Formosa,
la romántica Lisboa,
leía a Fernando Pessoa
y se asfixiaba en la aurora
el deletéreo brillo
de su anillo de monel,
mientras el siglo hurtaba
insensiblemente todo su esplendor
y bullían sus niños,
huían sus cariños
marchándose con el alma atomizada
a un archipiélago anónimo
en otra dimensión.
El viento suspira
apresando a mi alma herida
y con un cálamo dibujo un verso libre
como mi padre:
como una golondrina.
Hurgo las umbrías
de mis recordaciones
en busca de papá,
resuenan sus canciones,
torrentes en mis ojos
que no puedo contener
y se me tornan rojos
como azafrán
hasta que la anatomía de un libro
sobre la Revolución Islámica de Irán
aleja mi triste emoción
y renace la esperanza
de que venga otro
que derrumbe imperios
como lo hizo aquel Imam.
El viento suspira
y mi saudoso padre
en su galera amiga
no navega ni camina
sino que vuela
como una golondrina.
Fuente: El Corazón en la Revolución, Mustafa Al-Salvadori, Editorial Elhame Shargh, Fundación Cultural Oriente, www.islamoriente.com