Sa’dí, el poeta peregrino (Segunda Parte); Temática del Golestán
Sa’dí, el poeta peregrino (Segunda Parte)
Temática del Golestán
Por J. Gross
Los hijos de Adán son
miembros de un organismo
que de un elemento mismo
se hicieron en la creación.
Y si uno ellos de un mal padece
los otros no estarán serenos,
y si no te duele el dolor ajeno
que te llamen persona no mereces.
Estos bellos versos de La rosaleda están escritos con letras doradas sobre un tapiz, junto a su traducción al inglés, en uno de los salones de la sede neoyorquina de las Naciones Unidas. Es la temática de esta obra de índole sapiencial, tal como el mismo autor nos deja bien claro tanto en su introducción como en las últimas líneas de su libro. No es ni mucho menos Sa'dí el iniciador de este tipo de literatura en Persia, siendo el Golestán la continuación de obras anteriores escritas tanto en el Irán islámico como en el preíslámico. En este último caso, la más representativa y conocida es el Yávidán-e-Jerad («La sabiduría eterna»), escrita quizás en el siglo vi, así titulada porque los consejos que da el autor pretenden serde carácter eterno y sin fecha de caducidad, pues son aplicables a cualquier época y circunstancia, mientras los humanos sean como son: humanos. Esto mismo se podría afirmar del Golestán, de cuyos consejos y recomendaciones, enmarcados en un apólogo con una moraleja como colofón, casi siempre en verso, se podría decir que son todo un manual de instrucciones para la vida, independientemente de la época y mientras el ser humano tenga los mismos vicios y virtudes demostrados en el devenir de su historia.En lo que al período islámico se refiere, podría señalarse a 'Onsor al-Mo’ali Keikávus, nieto del rey Ibn Vosmgir, como el iniciador en Persia de la literatura didáctica con su Qábusnámeh (siglo xi), en el que instruye a su hijo Gilánsáh sobre cómo desenvolverse en la vida, aderezando sus consejos no con poemas, como hace nuestro autor, sino con historias moralizantes. Otros autores como Náser Josrov y Sanái Ghaznavi se ocuparon de lo que el profesor A. Arberry vino a denominar «el entretenimiento nacional de los persas», e incluso el poeta épico Ferdousí entremetía, allá a principios del año 1000, entre sus poemas épicos algún que otro dicho moralista, algunos de los cuales se han petrificado con el paso del tiempo, llegando a formar parte del refranero de la lengua persa. Pese a todos estos antecesores de apreciable calidad, es Sa’dí a quien Persia debe el encumbramiento de su literatura sapiencial. El poeta de Shiraz supera a todos sus precursores primero con el Bustán, escrito enteramente en verso, y dos años después con el Golestán , por su estilo, por su forma de exponerlos apólogos y por la aguda división que de ellos hace en ocho capítulos. Sa’dí, además, a la vez que nos entretiene con sus cuentos instructivos, nos retrata el mundo de su época y nos da un cuadro de cómo era. En efecto, tal como apuntaba el profesor Zarrinkub en su Hadis-e-jos-e-Sa’dí, (p. 76), nos pinta en su Bustán un retrato ideal -idealizado si se quiere- de cómo debería ser el mundo, mientras que en el Golestán nos cuenta cómo es realmente. La primera obra sería la ciudad ideal de la que hablaban incluso los santones de la cristiandad, mientras que en la segunda nos hallamos ante el mundo tal y como es en realidad, en la esfera de lo mundanal. El Bustán es un retrato de cómo el hombre debería ser, mientras que el Golestán es el espejo de cómo el hombre es, un ser débil, caprichoso, cambiante y cruel, en cuya regeneración cree Sa’dí a pesar de todo; precisamente por ello redacta esta obra, para instruir con sus palabras, con las que intenta trasladar las experiencias por él vividas en su vida turbulenta de viajes, de los que regresó con un rico bagaje que plasmó por escrito ya en la tranquilidad de su hogar, en Shiraz.
En la ciudad terrenal que bosqueja Sa’dí en su Golestán vemos una rosaleda en la que hay tanto rosas como espinas, defectos y virtudes, piedad e impiedad. En esta obra el hombre se muestra desnudo ante el lector, tentado por el pecado, en el que cae no pocas veces, y el propio S3.cdí, que no se muestra como un santo amonestador en este sentido, se incluye como un pecador más cuando en una frase -una que a los iraníes gusta mucho mencionar que inicia una de sus historias del Golestán , al hablar de su propia inclinación al amor, la belleza y la lujuria en su etapa juvenil, nos dice, «en la juventud, como ocurre y todos saben», mostrando así a un Sa’dí esclavo de las pasiones, como el resto de los mortales. Dicho esto, se entiende que el Golestán es un retrato vivo no ya de Persia, sino del mundo musulmán del siglo XIII. Para poder retratar este cuadro de su tiempo, este «microcosmos» al que hacía alusión el profesor Browne, por La rosaleda desfila una caterva de personajes de todo tipo: reyes, príncipes, vasallos, ricos, menesterosos, santos, pecadores, místicos, mundanos, sinvergüenzas, vividores, abstinentes, lujuriosos, musulmanes, cristianos, judíos, zoroastras, etcétera, que se ven envueltos en todo tipo de historias salpicadas por el buen humor -a veces crítico de Sa'dí, quien no pasa por alto ninguna de las dimensiones importantes de la vida cotidiana. Cuadros que pintan a reyes tiranos y justos, a pobres satisfechos y quejosos, a hombres ignorantes y sabios, a santos que se recriminan y a inicuos que se jactan, muchas de cuyas sentencias han pasado al acervo refranero del Irán de nuestros días. El bardo de Shiraz no olvida además -alejándose así de la rancia mojigatería- reflejar el plano sexual del hombre... y de la mujer. En dos de sus capítulos hace una crítica mordaz del matrimonio entre un anciano y una joven y de las desdichas que causan la insatisfacción sexual y los excesos de la libido no sólo entre los dos sexos opuestos, sino también entre hombres, es decir, llega incluso a hablar de relaciones homosexuales, concretamente entre hombres adultos y mozalbetes. Sa’dí aprovecha la obra, que dedica a su mecenas, para instruir a reyes y príncipes, y, lejos de ser un mero panegirista de la corte de su tiempo, invita a los que detentan el poder temporal a practicar la bondad, la equidad y a ser justos con su pueblo «si desean seguir reinando». Quizá por esta razón E. G. Browne en su A Literary History of Persia haya tachado el Golestán como «la mayor obra maquiavélica de la literatura en lengua persa»,
afirmación ésta que ha sido rechazada por el profesor M. Nadusan (pp. 119-120), quiensostiene, acertadamente, que el maquiavelismo es «la política de gobernar al precio que sea y por el método que sea posible» y que «el príncipe de Maquiavelo cree que el fin justifica los medios», mientras que el sultán, el emir de Sa’dí, debe alcanzar altas cotas de moral y usar su poder precisamente para ejercer el bien, la justicia y la equidad. Y es aquí donde topamos con otro tema espinoso y un tanto debatido desde que el Golestán es conocido por la crítica literaria occidental: el tema de la moralidad. Que se trata de una obra sapiencial, instructiva, moralizante y que rezuma humanidad en muchos de sus pasajes es algo que podemos ver en los versos que encabezan este epígrafe. El mérito de Sa'dí en este sentido es mayor porque fue capaz de redactar semejante obra en una época en que el mundo musulmán no pasaba precisamente por sus mejores momentos, con el azote mongol en Persia y la caída del califato Abbasí en 1258, hito éste que supone un antes y un después en la historia del islam. No obstante, en ocasiones Sa'dí parece defender posturas poco ortodoxas según nuestros actuales cánones éticos. Parece decantarse por la venganza en el cuento del hombre que se guarda la piedra que le han arrojado para devolverla en el momento en que le convenga, Al contrario de lo que pretende su obra, regenerar al hombre, parece sostener la tesis de que hay personas que nacen torcidas y que incluso con una educación exquisita volverían a las andadas. Y prefiere una «mentira piadosa» antes que una «verdad onerosa», tesis ésta que es, dicho sea de paso, defendida por muchos incluso en nuestros días, si bien en otro pasaje nos advierte de que acabar cautivo por decir la verdad es mejor que ser liberado mediante la mendacidad.
En el Golestán hay otros pasajes de dudosa moral en historias casi eróticas en que el amado es prácticamente un niño y otra en que se recrimina a los homosexuales (¡!) y se da a entender que mejor estarían muertos que vivos. En otra vemos a un Sa’dí diciéndole a un judío que la casa de al lado tiene el defecto de ser tú el vecino, lo que no es precisamente un buen ejemplo de convivencia. Es en estos pasajes en los que podemos ver a un Sa’dí persa, musulmán, hijo de su tiempo y de su cultura, a un Sa’dí que se deja llevar por el impulso de los prejuicios del momento y que postula en su libro lo que todo el mundo piensa, reflejando así el ambiente en que vive. Ello no le quita mérito; al contrario, mirándolo positivamente nos damos cuenta una vez más de que Sa’dí no cae en el disimulo y se incluye entre los personajes retratados en su libro, quizá dando a entender que el mensaje es más importante que el mensajero, y que si el mensaje es bueno deber ser acatado, independientemente de quien lo haya difundido, como cuenta en una de sus historias. En definitiva, vemos a un Sa'dí que también merece de los consejos del Golestán. Humanidad e inhumanidad, tolerancia e intolerancia, equidad e injusticia, razones y sinrazones, todo ello se halla en esta obra como una amalgama en la que a veces es difícil discernir entre las ideas de Sa’dí y las de la sociedad del momento. Por esta razón no pocas veces se ha tachado al Golestán de contradictorio, de decir una cosa primero y desdecirse después. Pese a ello el lector avispado podrá discernir que lo que pretende dar a entender el autor es que ni el hombre ni el mundo son rígidos ni un idimensionales, que no existen la verdad ni la mentira, que todo depende de las circunstancias y del cristal con que se mira. Por tanto, el mismo Sa’dí, que en un pasaje no oculta su aversión a los judíos, mostrándonos esa «cara medio mundanal y me dio religiosa» a la que hacía alusión el profesor Browne, nos cuenta esta historia en verso en otro capítulo y lo hace dando muestras de una encomiable imparcialidad:
Un judío y un musulmán discutían
de tal guisa que me hacía gracia su porfía.
Dijo el musulmán con ira: «Dios mío,
si no es bueno mi pagaré, muera yo como judío».
Y respondió el judío: «Por la Tora,
si juro en falso, soy como tú musulmán».
Si el saber fuese borrado del mundo,
nadie de sí diría que es un inculto.
Este mismo Sa’dí, que parece no creer en la regeneración del hombre malo «por naturaleza», afirma:
Por la luz de los píos no será influido
aquel que es mal nacido.
Como colocar una nuez en una cúpula
es educar a los indignos.
Y nos da luego a entender en los siguientes versos que no sólo los malvados pueden enderezarse , sino que los santos pueden perderse:
Con los malvados se asoció el hijo de Noé
y su saga de profetas terminó con él.
El perro de la caverna asocióse varios días
y se hizo humano con la gente pía.
Toda esta aparente contradicción se hace más sorprendente por el hecho de que uno de los capítulos del Golestán , el séptimo, se titule «Sobre los efectos de la educación». Pero el lector de esta obra tendrá que llegar hasta el cuento 20 del susodicho capítulo («Disputa entre Sa'dí y un pretencioso sobre la definición de la riqueza y de la pobreza»), en el que se narra una discusión sobre los ricos y los pobres entre el propio autor y otro.
Sa’dí, que insertó en su Golestán un capítulo sobre las ventajas de estar satisfecho y que encomia no pocas veces las virtudes de la pobreza, para nuestra sorpresa hace en esta discusión de abogado del diablo. Sa’dí, en lo que se denominaría actualmente un acto «políticamente incorrecto», defiende a los ricos, pero la discusión es dirimida por un cadí que refleja en realidad la opinión del poeta de Shiraz; lo relativa que es la verdad y la mentira, que todo depende de quién, de cómo y de cuándo. Nada es verdad y nada mentira.
(ver texto en archivo Pdf)
Fuente: J. Gross, Prólogo a la edición española del Golestán, Madrid 2007
Fundación Cultural Oriente