Saadi Shirazi

El mercader necio

Topé con un mercader que tenía ciento cincuenta camellos cargados y cuarenta esclavos como sirvientes. Una noche, en la isla de Kish, me llevó hasta su aposento. No descansó en toda la noche, pues estuvo profiriendo desatinos como: «Tengo un almacén en el Turquestán, tal mercancía se encuentra en la India, esto es el pagaré de tales tierras, este otro de tal género y este documento es de tal aval». Algunas veces decía: «Me gustaría viajar a Alejandría pues tiene un clima agradable». Para continuar: «No, que el mar del Magreb está muy agitado. ¡Oh, Sa’dí! Tengo a la vista un viaje que, si lo hago, pasaré el resto de mis días retirado».

El mal día del pescador

Un pez fuerte cayó en la red de un pescador débil. Este no podía sostenerlo, así que el pez acabó por vencerle, le quitó la red y se le escapó.

Un efebo fue a por agua a un torrente,

vino el agua y se lo llevó la corriente.

La red siempre traía un pez,

esta vez el pez se llevó la red.

No siempre el cazador trae una fiera,

deja que un día le hiera una pantera.

La discusión inútil

Un seminarista eminente se puso a debatir con un incrédulo. En resolución, aquél no pudo argumentarle, se rindió y se marchó. Alguien le dijo: «Tú, con toda tu erudición y saber no has podido con un incrédulo». Respondió: «Mi ciencia es el Corán, los hadices y las máximas de los santos, y él no cree ni ha creído en éstas. ¿De qué me sirve a mí oír sus blasfemias?».

A quien no puedas argüir con Corán y hadices,

su respuesta es que no respondas a lo que dice.

Sobre el carácter de los reyes; Cuento 1

Oí que un rey ordenó ajusticiar a un prisionero. El desamparado, viéndose en ese estado

de desesperación, se puso a descargar injurias e improperios contra el rey, pues se ha

dicho: «Todo aquel que su vida ve perdida, que todo lo que tenga en su corazón, lo diga».

En una situación sin salida y desesperada se blande por la hoja una espada afilada.

Cuando el hombre desespera su lengua se desata

como gato acorralado que al perro ataca...

El rey de Persia

Se cuenta que un rey de Persia alargaba su tiránica mano para arrebatarles las posesiones a sus súbditos, y comenzó a oprimirlos de esta manera, hasta tal punto que la gente emigraba a causa de sus extorsiones y para alejarse de las penurias. Cuando los súbditos escasearon, vióse mermada la prosperidad del país, las arcas vacías, y los enemigos crecidos en cuantía.

Aquel que desea en la calamidad ser socorrido

en la bonanza, generoso tendría que haber sido.

Si a un esclavo bien no lo tratas, se te va;

sé afable pues si no, un extraño tu esclavo será.

 

Un día en la asamblea se estaba leyendo del Sahnámé, un pasaje que trataba sobre la decadencia del reinado de Zohak y sobre la era de Freydun. El visir le dijo al rey: «¿Sabrías decirme por qué Freydun, que no tenía tesoros ni riquezas ni propiedades, pudo sentarse en el trono?». Dijo [el rey]: «Como has oído, las gentes se congregaron a su alrededor, lo apoyaron con entusiasmo y así se hizo rey». Dijo [el visir]: «¡Oh rey!, ya que el hecho de que la gente se agrupase a su alrededor es necesario para llegar a ser rey, ¿Por qué ahuyenta la población? ¿Quizá no quiera ser el rey?».

Cuida del ejército como de tu propia vida,

ya que el sultán mediante él domina.

El rey preguntó: «¿Cuál es la razón por la cual se congregan el ejército y los súbditos?».

El sabio de la India

El encorvado cielo se enderezó de alegría
cuando la madre naturaleza te alumbró,
y el creador del mundo en su sabiduría,
a su siervo sobre los demás favoreció.
Dicha eterna alcanza quien vive con decencia,
pues el buen nombre revive a quien se ha marchado.
Y, celebren o no los sabios tus excelencias,
no necesita de afeites un rostro agraciado...

Historia de la bandera

Escucha esta historia, cómo en Bagdad  entre una bandera y un telón hubo una discusión. La bandera, llena de polvo y cansada de trotar, en tono de censura le dijo al telón: «Tú y yo somos sirvientes sumisos, ambos somos esclavos del umbral del rey. Yo no descanso un instante en su servicio y de vez en cuando de viaje me veis. Tú no has sufrido ni has estado bajo asedio, no has visto polvo, viento, ni desierto, y en esfuerzo yo te llevo un trecho. Entonces, ¿por qué tú tienes más privilegios? Tú cubres a los efebos de rostro alunado y estás con las esclavas de aroma ajazminado, mientras que yo caigo en manos de vulgares pajes y siempre estoy errabundo y de viaje».

Respondió: «Tengo la cabeza en el umbral inclinada, no la tengo como tú, al cielo empinada. Todo quien por vanidad alce el cuello, finalmente acaba humillado por ello».

El derviche en la cueva

Oí que un derviche se había alojado dentro de una cueva. Había cerrado sus puertas a lo mundanal y reyes y ricos no significaban nada para él ni tenían dignidad ante sus ojos.

Quien abre las puertas a la mendicidad

será un menesteroso mientras viva.

Sé como un rey y deja la ruindad;

que la cabeza sin codicia es altiva.

Un rey de aquella región le dijo que de los hombres con moral y afabilidad esperaba que se sentaran a compartir con él su pan y su sal. El sheij aceptó, porque aceptar una invitación es parte de la tradición. Al día siguiente el rey fue a devolverle la visita. El asceta se levantó, abrazó al soberano, se mostró amable con él y le dedicó elogios. Cuando el príncipe se hubo marchado, uno de los amigos del sheij le preguntó a éste por qué había mostrado tal afecto al rey, cosa no corriente en él y que nunca había presenciado...

Historia de un rey

Oí que un rey pasó toda la noche de jolgorio hasta el amanecer y que al final decía borracho:

En mi vida tuve momento más feliz que éste,

ni en el bien ni en el mal pienso ni sufro por el mal ajeno.

Un derviche que dormía desnudo a la intemperie dijo:

Oh tú, en el mundo nadie hay con tu suerte;

sé que no te aflige la pena ajena, yo tampoco me apeno...

El derviche y el sultán

Cierto derviche cuyas plegarias eran atendidas por Dios apareció por Bagdad. Le dieron la noticia a Hayyáy ibn Yusuf, que le hizo llamar y le dijo: «Di una plegaria por mí». Dijo [el derviche]: «¡Oh, Dios! Arrebátale la vida». Respondió: «¡Por Dios! ¿Qué clase de oración es ésta?». Contestó: «Es una buena plegaria para tí y para todos los musulmanes».

Oh prepotente que de tus súbditos te enseñoreas,

¿hasta cuándo durará tu iniquidad?

¿Y de qué te sirve tu autoridad?

¿Qué es mejor, soportar tu yugo o que te mueras?

Fuente: Golestán (La rosaleda). Sa’dí Shirazí

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