El mercader necio
Topé con un mercader que tenía ciento cincuenta camellos cargados y cuarenta esclavos como sirvientes. Una noche, en la isla de Kish, me llevó hasta su aposento. No descansó en toda la noche, pues estuvo profiriendo desatinos como: «Tengo un almacén en el Turquestán, tal mercancía se encuentra en la India, esto es el pagaré de tales tierras, este otro de tal género y este documento es de tal aval». Algunas veces decía: «Me gustaría viajar a Alejandría pues tiene un clima agradable». Para continuar: «No, que el mar del Magreb está muy agitado. ¡Oh, Sa’dí! Tengo a la vista un viaje que, si lo hago, pasaré el resto de mis días retirado».