EL PESCADOR Y EL JINNI (Primera parte)
Ha llegado a mis oídos, ¡oh magnánimo rey!, que había un pescador ya bien entrado en años que tenía esposa y tres hijos y hallábase además sumido en la pobreza. Tenía por costumbre echar su red cuatro veces al día y nada más. Cierta jornada, encaminóse en pleno mediodía a la orilla del mar, donde, tras depositar su cesto y aligerarse de ropa, se introdujo en las aguas, arrojó la red y aguardó a que esta tocara fondo. Reunió entonces los cabos y tiró de ella, hallándola muy pesada; aunque puso todo su empeño no consiguió sacarla; tomó entonces los cabos, clavó una estaca en tierra y amarró a ella la red. Desnudóse luego y se zambulló en las aguas donde estaba la red y no cesó en su laborioso esfuerzo hasta que la hubo llevado a tierra. Gozóse con ello y volviendo a vestirse fuese hacia la red, en la cual halló un asno que había destrozado las mallas. Al ver aquello, en su aflicción exclamó: «¡No hay Majestad y no hay Poder sino en Alá el Glorioso, el Grande!» Luego dijo: «Una extraña clase de pan cotidiano es esta», y comenzó a recitar en improvisados versos: