Hafez Shirazi

¡Ven a Shiraz!

¡Que conserve Shiraz su condición sin par!

 

¡Oh Dios, apártala de la ruina!

De aojamiento preserva al Roknabad

pues otorga su agua, tal la de Jezr, la vida.

Entre Yafaravad y Mosalla, desde el norte,

almizclada sopla aquella brisa.

Ven a Shiraz y busca del Espíritu el efluvio

en los hombres de sabiduría.

¿Quién el nombre mentó del azúcar egipcio

y, ante los bocas dulces, vergüenza no sentía?

Un fuego

El Fuego del corazón prendió en el pecho y ardió doliente por el Amado.  Un fuego había en la casa que la morada quemó.  

La distancia del Amado hizo arder mi cuerpo.  Separado de su rostro, un fuego mi alma quemó.  

Como el cuenco, se rompió de arrepentido mi corazón.  Sin vino ni copa, tal tulipán, mi corazón se quemó.  

Mira arder mi corazón, mira el fuego de las lágrimas.  El corazón de la vela, como mariposa, anoche, de compasión se quemó.  

Acaba la discusión y vuelve, que mi pupila, quitándole el manto suyo, dando gracias lo quemó. 

Todo el que vio la cadena anudante de tus rizos se enardeció y, por mi locura, se quemó su corazón. 

 

Tras el Espejo

Muchas veces he dicho y de nuevo digo que yo,

de amor vencido, en esta senda no avanzo por mí mismo.

Tras el espejo, me han retenido en calidad de loro.

Lo que ha dicho que diga el primer maestro digo.

Sea yo flor o bien sea una espina, hay un experto en verdor,

y broto por la mano que me cultiva...

El Canto de Venus

Ve, céfiro, y di a aquella esbelta gacela  que a la montaña y al desierto nos ha guiado.  

¡Larga sea tu vida, vendedor de dulces!  ¿Por qué olvidaste aquel loro golmago?  

¿Debido a tu belleza altiva, oh rosa,  no preguntaste por el ruiseñor enamorado?  

Con humor ufano, a los gnósticos se atrae,  al ave sabia, ni con trampa ni con grano.  

Cuando te sientes a beber con el que amas,  recuerda a los que intentan brindar con él en vano...

Desierto de silenciosos

¡Levántate y en la copa de oro el licor del gozo vierte, antes de que ese cráneo en la tierra se asiente!  

Desierto de silenciosos será al fin nuestra morada, vaya en tanto el clamor nuestro a la cúpula miniada.  

Precario es el tiempo, ¿sabes?, de esta mansión que posees, del corazón de la copa el fuego arroja en tus bienes.  

Aparta ya el ojo impuro del que es Alma de las almas y a través del claro espejo, con claridad, ve su cara.  

Hice ablución en mis lágrimas, pues dicen los de la vía: purifícate primero, después, al que es puro, mira.  

Por tu verde torso, cuando me torne tierra, oh ciprés, arroja tu sombra en ella, y olvida tanta altivez.  

La serpiente de tu bucle nuestro corazón mordió.  Adonde se halle el antídoto, por tu boca, arrójalo...

¡Vuélvete!

¡VUÉLVETE!  

El cáliz en la mano, llegó mi amado al convento de los magos ebrio de vino y los comensales ebrios de su ebrio narciso. 

De su caballo, en la herradura, creciente la luna clara; y por su altura, del cedro la altura baja. 

Se levantó, y la vela de los corazones de todos se sentó.  Él se sentó, y el grito de los contempladores se levantó.  

La algalia emite alto perfume, pues se enrosca a su bucle; El khol dibuja un arco, que el de su ceja asume. 

Mas ¿por qué digo soy, si de mí mismo no he noticias? Y ¿por qué digo no es, si con él tengo la vista? 

Vuélvete, y que la vida en fuga de Hafiz vuelva, Aunque la flecha que salió del pulgar nunca regresa.

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