Poesía

Las lágrimas petrificadas

Un hombre que recogía piedras en una montaña de China derramó abundantes lágrimas de sus ojos y a medida que sus lágrimas caían a tierra se transformaban en guijarros. Si guijarros de este tipo estuvieran en posesión de las nubes, lo que llovería hasta la resurrección no sería más que un objeto de suspiros.   La ciencia es lo propio del hombre puro y verídico. Si hay que ir a China para encontrarla, ve a buscarla allí; pues la ciencia, por el mal querer de los despreocupados, se ha vuelto tan dura de manejar como la piedra. ¿Hasta cuándo será desconocida? El mundo, palacio de dolores, es todo oscuridad; pero la ciencia brilla en él como una lámpara que se dad; pero la ciencia brilla en él como una lámpara que muestra el camino. En efecto, lo que guía tu alma en este oscuro lugar, es la joya de la ciencia, de esta ciencia que dilata el corazón. En estas tinieblas, que no tienen comienzo ni fin, te has quedado sin guía ...

Un fuego

El Fuego del corazón prendió en el pecho y ardió doliente por el Amado.  Un fuego había en la casa que la morada quemó.  

La distancia del Amado hizo arder mi cuerpo.  Separado de su rostro, un fuego mi alma quemó.  

Como el cuenco, se rompió de arrepentido mi corazón.  Sin vino ni copa, tal tulipán, mi corazón se quemó.  

Mira arder mi corazón, mira el fuego de las lágrimas.  El corazón de la vela, como mariposa, anoche, de compasión se quemó.  

Acaba la discusión y vuelve, que mi pupila, quitándole el manto suyo, dando gracias lo quemó. 

Todo el que vio la cadena anudante de tus rizos se enardeció y, por mi locura, se quemó su corazón. 

 

De cómo el rey llevó al médico hasta el lecho de la enferma, para que pudiera ver su estado

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Le dije: «Es preferible disfrazar el secreto del Amigo: escúchalo en el contenido de esta historia. Será mejor que el secreto de los amantes se cuente en el ejemplo de otros».

Dijo: «¡Dilo abierta y llanamente y sin engaño, no me apartes, oh frívolo! Levanta el velo y habla sin ambages, pues no llevo camisa cuando duermo con el Adorado».

Dije: «Si Él se desnudara en tu visión, tú no permanecerías, ni tu seno, ni tu cintura. Pide tu deseo, pero con mesura, una brizna de paja no soporta a la montaña. Si el Sol, que ilumina este mundo, se acercara, todo ardería. No busques alborotos, tumultos y derramamiento de sangre: ¡no digas nada más sobre el Sol de Tabriz! Este misterio no tiene fin: cuenta el principio. Ve, narra la conclusión de esta historia».

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